¡Son siempre inolvidables! Ahora que recientemente comenzó un nuevo Curso Escolar, no he podido dejar de recordarlos.
Fue alrededor de finales de la década del cuarenta del pasado siglo que, en una pequeña escuela pública, la No.118 de la barriada de Santos Suárez, conocí a tres maestras que marcaron mi vida. En 4to grado, Crisálida Morúa, en 5to Evangelina Castellanos, y en 6to. Clotilde Alayeto.
La familia es muy importante, sobre todo si es martiana y cubanísima como la mía, pero si además, en la vida, nos encontramos con excepcionales maestros, el tesoro es aún mayor.
Con estas maestras, aprendí la historia de mi Patria, con tal emoción que no me cansaré de decir que nos hacían saltar de los asientos. Crisálida, era nieta de mambí y se le humedecían los ojos cuando narraba algún hecho relevante de nuestras guerras emancipadoras. Con Evangelina, aprendí también matemáticas y Clotilde, se empeñó en que en su aula no podía haber una falta de ortografía. Para los alumnos que pretendíamos ingresar al bachillerato a través de pruebas de ingreso, la eliminatoria era la ortografía. Sus alumnos no podían fallar. Salimos de 6to grado con una buena formación general. Aquellas maestras, discretamente vestidas, muy bien acomodados sus cabellos y con un aire de ternura infinita, dejaban en nosotros un aliento de bondad y simpatía.
En el Instituto de la Víbora, tuvimos un claustro de lujo. Enrique Hernández Miyares, el hijo del poeta, Mercedes González, Leví Marrero, Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, por citar algunos imprescindibles.
No eran solo profesores de aulas. Atentos a cada uno de nosotros, siempre dispuestos para cualquier consulta u orientación.
Por Enrique Hernández Miyares, conocí la historia de La Habana Elegante, publicación cubana de fines del siglo XIX, dirigida un tiempo por su padre, del mismo nombre, el poeta del conocido Soneto La más fermosa.
Solía el profesor, después de las clases, caminar por los pasillos del Centro, para seguir contando historias a sus alumnos. Era un conversador muy agradable, un hombre muy educado e inteligente. La Literatura Cubana narrada por él, adquiría un tono de universalidad. En uno de esos paseos nos contó, que cuando apenas era un niño, en la redacción del Semanario, había conocido a Rubén Darío y que jamás había olvidado, cuando el nicaragüense, le había acariciado la cabeza.
Mercedes González, era excelente profesora amante de la lengua y del teatro. La recuerdo siempre junto a un incipiente grupo teatral creado en el Instituto. De ello, podría hablar mucho mejor Enriquito Pineda Barnet, en aquellos años, con esa inquietud intelectual, que tanto admirábamos.
Leví Marrero, era profesor de Geografía. Sus mapas lo acompañaban. Su sabiduría, nos resultaba muy particular. Era un profesorazo.
De Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, siempre hablo con mucho cariño. Aprender la Historia de Cuba con ellos, fue una gran suerte. Martí, en el centro de la idea. Unos sagaces investigadores que enseñaban a pensar. Muy unidos, casados de muchos años, sentían la profesión como un sacerdocio.
Después, la Universidad de la Habana. Escalar la cima hasta el Alma Máter, siempre fue una aspiración de muchos. En la escuela de Filosofía y Letras, inauguramos un edificio nuevo, frente al Castillo del Príncipe, pero por una u otra razón, frecuentemente subíamos la escalinata. ¡Era uno u otro pretexto el que nos animaba!
El claustro de profesores de Filosofía y Letras, era de excelencia. Importantes intelectuales de la Cultura Cubana, iluminaban la escuela: Elías Entralgo, Vicentina Antuña, Rosario Novoa, Raimundo Lazo, Jorge Mañach, Manuel Bisbé, Luis A. Baralt, Roberto Fernández Retamar, el más joven y de la voz más hermosa, y otros, para no hacer demasiada larga la lista de maestros que estaban junto a nosotros. Siempre he vivido muy orgullosa de haber tenido bien cerca a aquella pléyade de estudiosos, que honraban la Universidad y prestigiaban el país.
Elías Entralgo, el profesor de las 7 de la mañana, con sus clases de Historia de Cuba, a la cuales no se podía faltar. El del reloj que da la hora, cierra la puerta y si no te levantaste temprano, te quedas fuera. Nadie perdería aquellas clases. Sacarle sobresaliente, era orgullo personal.
Vicentina y el Latín. Una maestra completa, lo que puede llamarse “la magister”, una personalidad muy respetada y querida por sus alumnos y por todos.
Rosario Novoa, muy admirada por mí, fue una exigente maestra de Historia del Arte. Sus clases ilustradas con diapositivas, eran fabulosas. Aún las recuerdo.
Jorge Mañach siempre perfectamente vestido, nos hablaba de su libro Martí, el Apóstol, que por cierto ahora se reedita, mientras la Historia de la Filosofía, en su voz armoniosa, invitaba al deleite.
Raimundo Lazo, profesor de Literatura Cubana e Hispanoamericana. Mucho aprendí de sus inmejorables clases. Era un sagaz investigador, un conocedor de nuestra Cultura Nacional y la de los pueblos hermanos de América.
Manuel Bisbé, con el griego, apasionado de esta antigua cultura, hacía estremecer con sus hermosos parlamentos; Luis A. Baralt, sereno y amistoso, nos introdujo en la Estética y Roberto Fernández Retamar, que se estrenaba como profesor, nos daba unos turnos de lecturas que ningún estudiante quería perderse. La asistencia era unánime.
La influencia de estos maestros, llamados también profesores, en años superiores, fue decisiva en la vida de todos nosotros.
Ellos y muchos otros, que pudieran mencionarse también, constituyen la extraordinaria tradición magisterial cubana que se remonta a un Félix Varela, o al hombre de los aforismos, José de la Luz y Caballero o a un Mendive; aunque existen otros nombres ilustres en la historia de la docencia nacional a lo largo de los siglos y que llegan hasta nuestros días.
Mis maestros mostraban un verdadero gusto por enseñar, el mismo que Martí pudo valorar en su maestro Mendive. No sólo nos enseñaban, sino que disfrutaban plenamente esa oportunidad ganada, que les permitía entregar con placer y dedicación, sus amplios conocimientos.
Con esos ejemplos, el maestro cubano de hoy, tiene de donde nutrirse. Debe tener presente, que constituye un ejemplo para sus alumnos: es guía, rector de su conducta y de su formación general.
Los estudiantes tienden a observar mucho a sus maestros, hasta quieren imitarlos, se entusiasman por ser como ellos. Se fijan los alumnos en todos los detalles de quienes los enseñan; presencia, gesticulación, voz, por lo cual, los maestros, deben cuidar su imagen, con hacerlo, también enseñan, educan, orientan.
La Educación en Cuba es de alta prioridad. Todos los cubanos, desde sus primeros años de vida, tienen de forma gratuita, todas las posibilidades de acceder a las aulas. Esta es fortuna de nuestro pueblo, admirada por el Mundo, una conquista que siempre debemos preservar, ahora eso sí, exige una constante perfección, y para ello, contamos con la rica tradición que nos acompaña y con la voluntad política de la Revolución a pesar del cruel bloqueo impuesto por los Estados Unidos, que nos daña severamente.
No obstante, en muchas partes del mundo, se aprecia la calidad de los graduados en Cuba, a tal punto, que gran número de personas, ansían estudiar en nuestro país.
Por todas estas razones, debemos hacer crecer la escuela cubana, llena de historia y valiosos resultados, aunque tengamos que afrontar dificultades de toda índole.
¡Ahí está la clave del éxito!
Nadie osará arrancarnos a los alumnos de nuestras aulas, porque serán precisamente los propios alumnos, los que desearán como yo lo deseé un día, graduarme en esta tierra de dignidad y tradiciones.
Ahora, el nuevo Curso escolar nos presenta el gran reto, una vez más.
Nuevos maestros, asumen la docencia de sus aulas, inundadas de alumnos. Hay que esforzarse cada día más. No tenemos derecho a desmayar.
La Patria venera a sus mejores hijos. Para un maestro, no hay mayor satisfacción personal, que el deber cumplido.
Cuando pasen los años, muchos alumnos agradecidos como yo, recordarán a sus maestros y reconocerán con emoción, como de gran suerte, el haber recibido el legado de sus valiosos magisterios.
¡Ser graduado hoy en Cuba, es un privilegio y un gran honor!
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