La inauguración de la muestra Momentos de la condición humana, del fotógrafo norteamericano Peter Turnley, es motivo de satisfacción para los amantes del buen arte y la fotografía en Cuba. Lo es por varias razones. En primer lugar, porque significa que los públicos cubanos entrarán en contacto con la obra de un fotorreportero de reconocimiento internacional, algunos incluso no dudan en considerarlo uno de los más reconocidos del mundo en la actualidad. Hombre de sólida formación académica y con notables maestros en el quehacer fotográfico, su andadura por el planeta cámara en mano lo convirtió rápidamente en un cronista de su tiempo. En segundo término, porque significa el regreso, por la puerta grande, de la fotografía a las salas de la institución insignia de las artes visuales del país. La fotografía fue excluida por años del MNBA por razones nunca verdaderamente justificadas, al menos para el que les habla, y esta muestra pudiera ser el comienzo de una rectificación en ese sentido.
En la rueda de prensa celebrada hace unos días Peter Turnley esgrimió insistentemente un concepto cardinal de su filosofía personal, “la familia humana”; concepto que lo define y que devela su comprensión de la condición humana. Una y otra vez, respondiendo a los periodistas, Turnley expresó esa idea, la que guarda, y ya lo podrán comprobar, una coherente plasmación en sus fotografías.
La muestra ha tenido en la curaduría de Niurka Fanego un notable despliegue en varios núcleos centrales, una museografía bien organizada y una complementación informativa en los textos rotulados en las paredes de la sala, los que informan sobre quién es el artista y cuáles han sido los avatares de su itinerario como fotógrafo de renombre internacional. Es decir, se trata de una curaduría esmerada y bien pensada, que ha sabido crear la atmósfera propicia para la mejor degustación de las obras.
Hay dos grupos de imágenes dedicadas a dos países muy entrañables para el artista, Francia y Cuba. En cuanto al primero, pues París es su ciudad de adopción, lleva viviendo casi cuarenta años en la gran ciudad y allí comenzó en serio su creciente y destacada obra; y en cuanto a Cuba, pues Turnley ha declarado su admiración y cariño por los cubanos y nuestra cultura durante las varias décadas que lleva visitándonos. Estos dos grupos de imágenes poseen un enorme valor testimonial y en ellos la ciudad, las gentes, las tradiciones, el baile, la convivencia humana, cierto toque de erotismo subyacente por aquí y por allá, y la agudeza del buen observador, es decir, su afilada mirada sociológica, tienen una adecuada recepción.
Otro núcleo de fotos está organizado a partir de las imágenes de Turnley que se convirtieron en portada de la influyente e importante revista Newsweek, de cuya nómina formó parte, en número de varias decenas.
Es en la parte de las piezas que cubren los más importantes conflictos de la actualidad mundial, en la que me quiero detener. En esas imágenes aparece el dolor humano en sus más profundos registros. Turnley nos muestra fotografías que nos hacen reflexionar y experimentar un sinfín de sensaciones, compasión, irritación, pasmo, entre otras. En la imagen del hombre que muestra las pequeñas fotos de sus dos hijos asesinados por la guerra, se advierte la desesperación, la devastación, la tristeza y el dolor más hondos. Los niños aterrados ante el horror del drama bélico en el que se encuentran sin saber porqué razón, nos recuerdan que son los inocentes las principales víctimas de los conflictos armados, o daños colaterales, como se les denomina hoy en un lenguaje frío e insensible. Esas imágenes, junto a las del hambre y otras desgracias, son un clamor por la vida, un llamado de alerta, un golpetazo en nuestras conciencias.
Y es que Peter Turnley ha estado siempre en el ojo del huracán, en el epicentro de los escenarios violentos y peligrosos que ha registrado con su cámara, a riesgo siempre de su vida, capturando esos instantes de realidad que son un reclamo acusatorio contra las iniquidades del presente. El autor parece decirnos que fortalecer la humanidad del otro es consolidar la nuestra, y ese efecto consiguen sus imágenes, nos ayudan a edificar la compasión y la preocupación por los otros, aquellos que han padecido y padecen la más violenta agresión de la historia, su peso demoledor. Por citar un ejemplo de su infatigable caminar por el mundo, en solo un lustro Turnley cubrió la caída del Muro de Berlín, la guerra de Irak, la horrible hambruna de Somalia, las terribles masacres escenificadas en Ruanda y el sangriento conflicto de Bosnia.
La bitácora visual que nos ofrece esta muestra es una suerte de reportaje de varios de los grandes acontecimientos de nuestra época. Estoy seguro de que muchas de estas imágenes se instalarán en nuestras mentes y operarán como un dispositivo activador de la memoria en lo adelante. Como dijo una vez Susan Sontag: “recordar es, cada vez más, no tanto recordar una historia sino ser capaz de evocar una imagen”. Y bien que sabía de fotografía la reconocida escritora norteamericana.
Cuando hoy las imágenes de la violencia son un lugar común en el mundo, Turnley nos llama la atención sobre los dramas que se viven en el mayor espectáculo concebido por el hombre violento y por las políticas de estados agresivos: la guerra genocida, ámbito seguro para el salvajismo de la especie. Muchas de estas imágenes son una condena radical a la guerra, donde quiera que esta se produzca y sean quienes sean los que la detonen y sostengan. Son documentos visuales que no ofrecen lugar a dudas para el hombre de bien y para la moral humanista más elemental.
Los poderes duales de la fotografía, ser documento a la vez que arte, se fusionan en estas imágenes, de la mano maestra de su autor, un verdadero alquimista visual que nos plantea hallar una respuesta moral ante los dramas expuestos. Las atrocidades de la guerra, de los crímenes implícitos que ellas connotan, cobran valor de denuncia visual cuando golpean los sentimientos de las personas y nos sitúan de nuevo sobre aquel aserto polémico de que una imagen vale más que mil palabras. Las fotografías de Peter Turnley nos alcanzan en lo más íntimo de nuestra sensibilidad, hacen que cristalicen opiniones, estremecen, conmocionan, logran la transfiguración del espectador, no es posible permanecer impasible ante ellas, es su eficacia comunicativa.
Hay en el presente una cuestión clave en la comprensión de las imágenes a escala universal, y es la intencionalidad del gestor de las mismas. En el caso de Turnley queda claro que se trata de un humanista que pretende alertar a los públicos, a las sociedades, encarar la insensibilidad y gritarle a los adormecidos haciéndoles ver la dura e injusta realidad del mundo actual. Con Turnley se cumple aquel axioma de su maestro Cartier Bresson: para obtener imágenes válidas hay que alinear mente, mirada y corazón antes de obturar el lente.
Esta muestra es un verdadero acontecimiento cultural por sus múltiples significaciones, de las cuales solo he anotado un puñado de ellas por una elemental cuestión de tiempo. Me resta agradecer al MNBA por la excelente idea de acoger esta exposición, la eficaz e inteligente curaduría de Niurka Fanego y a Peter Turnley por su obra, por su vida apasionada y riesgosa por el arte, así como por el pensamiento humanista que lo anima.
NOTA: Exposición inaugurada en el Museo Nacional de Bellas Artes el 13 de noviembre de 2015.
Ver Cuba A Grace of Spirit from Peter Turnley on Vimeo.
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