Nuevamente Halloween en Cuba, como desde hace algunos años. En su origen anglosajón, va de disfraces de brujas al estilo europeo, con ropas de color negro y sombrero de cono, se agregan calabazas con ojos, nariz y boca con dientes puntiagudos rasgados en su superficie, los niños tocando a las puertas del vecindario y sus habitantes les agasajan con caramelos, golosinas, dulces…
Hasta hace unos diez años aproximadamente, tal vez, un poco más, no recuerdo esa fiesta en Cuba, no la conoció mi generación en su niñez, adolescencia y juventud y ni siquiera en muchos años de adultos. Es algo nuevo en este archipiélago.
El ser humano, generalmente es resistente al cambio, es un animal de costumbre como suele decirse y casi siempre demora en asimilar lo nuevo. Recibir con los brazos abiertos o no, a esa festividad anglosajona, está mucho más allá de la mera decisión de alguna familia o grupo de jóvenes, tiene que ver con el contexto de globalización y consumo cultural cautivo versus sujeto crítico, con el colonialismo psicológico y esclavización mediática.
La globalización: la meta es subjetivar la objetividad
La globalización es un proceso objetivo, la humanidad se comienza a globalizar paulatinamente desde la antigüedad, ¿acaso las civilizaciones egipcia, mesopotámica e hindú, no esclavizaron otros pueblos y extendieron su cultura y después no sobrevino el gran imperio chino con las dinastías Tsing y Ming que se extendió sobre una extensa región del Asia?
Y después, el gran imperio persa, el extendido mundo griego, el imperio macedónico y finalmente, el imperio romano. En África, los imperios de Axum, Mali, Ghana, Bornú y el Congo, expandieron su cultura y desde de este lado del Atlántico, lo hicieron, el imperio del Tahuantinsuyu de los incas, el imperio azteca y el mundo maya.
Cuando en 1492 se encontraron ambos mundos, se produjo otro importante paso en el proceso globalizador y en este fin del siglo XX y las tres primeras décadas del XXI que vivimos, la globalización arribó a su máxima expresión con la conquista del cosmos, los satélites artificiales extraorbitales y la internet, sencillamente, como diría Fidel Castro Ruz el 3 de febrero de 1999 en Caracas, el mundo se ha convertido en una “aldea global”.
En todos esos procesos milenarios, y asumiendo los conceptos de Fernando Ortiz, la transculturación, ha estado presente siempre, en tanto aculturación e inculturación al mismo tiempo, de los pueblos, asimilando, integrando y desechando, simultáneamente.
La meta desde la subjetividad es: ¿qué debamos globalizar, los hábitos, costumbres y tradiciones de una civilización en desconocimiento del resto de las civilizaciones? ¿Se trata de la existencia pueblos inferiores que deben subordinarse a la lógica imperial de pueblos superiores? ¿De rehuir a la diversidad para uniformar y homogeneizar esa lógica imperial? Este autor no lo cree así.
250 años de influencia cultural anglosajona en Cuba
Si bien en este 2022 se cumplen 530 años del encuentro intercultural entre el mundo de Eurasiáfrica y Abya Yala o Anáhuac, actual las Américas, también arribamos a los 250 años del inicio del intercambio cultural entre la América del Norte anglosajona y Cuba, que está marcada por las pretensiones de dominio de la primera, sobre la que hoy llamamos la Isla de la Libertad.
Fue en el verano de 1762 cuando, durante dos meses y medio, -del 6 de junio al 13 de agosto- los británicos invadieron el occidente cubano con una tenaz resistencia de criollos y españoles, y posteriormente lo ocuparon once meses, hasta el 27 de julio de 1763.
En ese proceso, los colonos anglonorteamericanos de las trece colonias, identificaron a Cuba como una fruta deseada, catorce años antes de la firma en Filadelfia de la declaración de independencia. En las últimas décadas del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, son muchas las acciones de Estados Unidos para anexarse Cuba, llegando a ofrecer a España 60 millones de dólares por la Perla de las Antillas, cuando por la Florida, mayor que Cuba, pagaron 5 millones y por la Louisiana, con 5 millones de kilómetros cuadrados, pagaron sólo 15 millones de dólares y por Alaska, 7 200 000.
En 1898, intervinieron en la guerra de independencia cubana y al final ocuparon el archipiélago cubano, estableciendo un dominio neocolonial por 60 años, hasta 1959.
Además del dominio económico sobre Cuba, que era ya efectivo desde la década de 1890, y el dominio político desde el 1ro. de enero de 1899, no puede negarse la gran influencia cultural que sobre Cuba ejerció. Cuba también influyó culturalmente sobre Estados Unidos, por ello referimos que se trata de un intercambio cultural, aunque por ejercer éste la hegemonía, su influencia fue mayor y en muchos ámbitos: la música y danza, la dieta y culinaria, los gustos estéticos, la lengua aportando anglicismos y generalizando la denominación de objetos, el vestir…
Pero es real que, por encima de toda influencia, el cubano asimiló la cultura anglonorteamericana, pero adaptándola a sus hábitos, costumbres y tradiciones, o sea, sin traicionar su idiosincrasia, y así hizo con los aportes culturales de otros orígenes. La cubanía y la cubanidad siempre han salvado nuestra nacionalidad.
Cuba es el único país de habla hispana donde a la torta, tarta o pastel se le llama cake, al calzón femenino bloomer, a la camiseta o playera pull over o su castellanización pulóver que es lo mismo; al refrigerador frigidaire, antigua marca estadounidense; a un tipo específico de camioneta jeep o yipi, a un estacionamiento parqueo, adaptación de parking, a la avena cuaquer…
España no pudo imponernos la corrida de toros, sin embargo, del norte nos llegó el rodeo para quedarse. La influencia de varios géneros y estilos musicales estadounidenses en la música cubana ha sido notable.
Pero Cuba es mestiza latino-afro-asiática-nativamericana y no, “puritana” anglosajona. Hemos “hispanizado” términos idiomáticos ingleses y “cubanizado” los otros aportes culturales norteños que hemos recibido y no todo fue impuesto como consecuencia de la hegemonía política y económica que ejercieron, muchas cosas simplemente fluyeron ora por la inmigración de colonos estadounidenses o la emigración de cubanos hacia aquél punto geográfico provocando lazos familiares, ora por otros diversos puntos de contacto de lo que ahora, políticamente han llamado contacto pueblo a pueblo.
Sin embargo, el reciente arribo de Halloween, ha sido un tanto forzado por esa guerra de símbolos que impone mercados culturales y no por un proceso normal, para calar en las profundidades de los sentimientos de los cubanos. Colonizarnos psicológicamente y desculturalizarnos, es una meta; desideologizarnos o mejor, impregnarnos una ideología ajena, es otra meta.
Ni racistas ni anglosajones
Existe racismo, prejuicios raciales y discriminación racial en Cuba, a pesar de nuestro mestizaje genético y cultural científicamente demostrado y un proyecto socialista humanista y civilizador. Los cuatro siglos de colonialismo español y 60 años de neocolonización estadounidense, son los causantes del fenómeno y 63 años de construcción de una nueva sociedad no puede resolver este problema, no por mera aritmética sino por sus profundas raíces y ramificaciones.
El socialismo no funciona con racismo estructural, sistémico e institucional, su modo de producción y sistema político no produce y reproduce el racismo, pero puede mantener y hasta reproducir algunos factores objetivos que lo generan, y en el orden subjetivo, es muy difícil transformar, en escaso tiempo, la mentalidad prejuiciosa.
El insólito suceso del 29 de octubre en Holguín es más que una alerta, no hay nada de positivo en aquello, ni podemos aprobar una acción racista ni debemos aplaudir Halloween.
Por la acción racista, se debiera aplicar lo legislado. El Código Penal prevé el delito de violación del derecho de igualdad. Halloween, sería un error prohibirlo, pero no debiera salir del marco familiar de quien lo decida celebrar porque, a fin de cuentas, no forma parte de nuestra identidad.
Por último, aunque hay que aplicar la ley porque no debe permitirse la impunidad, tampoco es la solución del racismo. Hace falta educar con ciencia, valores, historia… y convertirnos en sujetos transformados y transformadores.
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