Tan vivo está Benny Moré que no hace falta una fecha para recordarlo y hablar de quien mucho se ha escrito, siempre desde la admiración, a veces fanatizada, pero invariablemente con un buen fundamento: el cantor es incomparable y su voz es de aquellas que pueden escucharse en la mente, cosa que no es fácil, solo es posible cuando se evoca a alguien muy presente, entrañable y vivo como el Bárbaro.
Como pocos, el eterno enamorado tiene muchas anécdotas que contar y su propia vida es una leyenda que nace desde sus propios ancestros africanos, herederos de un rey congolés, uno de ellos capturado por traficantes de esclavos y traído a Cuba, dicen que precisamente a Lajas, en Cienfuegos.
Allí nació Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez en el barrio Pueblo Nuevo, un día como hoy de 1919; y fue entre muchas otras cosas un hombre agradecido que nunca olvidó sus raíces y cantó su orgullo de ser guajiro. Cuentan algunos, que en una ocasión declaró «Yo sí que soy del campo y no me gusta que me digan okey».
Pero traía la música en la sangre y un talento natural inmenso e increíble; sin educación ni cultura y con solo 14 años compone su primer tema: «Desdichado», y con la magia que encierra su vida, durante sus muchas etapas de cortador de caña conoce a unas personas que lo ayudan a aprender a tocar guitarra y ya arranca así una vida musical cubana convertida en la, quizás, más controvertida, pero también la más idolatrada.
Porque en ídolo se convirtió; había que oír a sus contemporáneos hablar de él con tal familiaridad que parecía que se conocían de toda la vida; sus famosas anécdotas corrían de boca en boca, hiperbolizándose, como pasa exactamente con las leyendas, porque además de simpáticas eran muestra del ingenio de un criollo real sin artificio alguno, pero también de un hombre que sumaba en su personalidad atributos de hombría muy admirados en la época: mujeriego, fiestero, tomador y… guapo, esa guapería que tanto se respeta hasta hoy en esta pequeña isla caribeña.
En 1936, emigró, como todos los que quieren expandir su futuro, a La Habana, donde pasó mucho trabajo y hasta enfermó de paludismo. Se convirtió en uno de esos cantantes que al terminar su interpretación pedía: «coopere con el artista cubano», en bares, bodegas y cantinas.
Supo del afamado programa competitivo Corte Suprema del Arte y se presentó en el 40, pero «le tocaron la campana», que era la forma de sacarlo del concurso; pero el guajiro insistió y cuando volvió a presentarse se llevó, como correspondía, el primer laurel.
A partir de este momento su carta de presentación fue su actuación; todos los ascensos de su carrera se debieron a que alguien lo vio, lo oyó cantar y quedó tan maravillado y sorprendido que le ofreció trabajo; así llega al insigne Trío Matamoros, pues Cueto lo ve cantando en un bar habanero y cuando un día Miguel Matamoros no pudo cantar en la emisora 1010, por estar disfónico, el Benny lo sustituyó y… se quedó en el trío.
Con Matamoros entró su voz a los fonogramas, y viajó a México en el 1945. Se presentaron en la emisora XEW y los centros nocturnos El Patio y Follies; al terminar este contrato, el Benny decidió probar suerte en México. Y la conquistó, tanto que los mexicanos lo veneran como compatriota.
Asumió como propia la música religiosa conga, la rumba y la trova tradicional. Aprendió a tocar el insundi, los tambores de yuka, los de Makuta y Bembé, y a interpretar el son, la guaracha y la rumba, y a los diez años ya sabía tocar el tres.
Su innato sentido musical, prodigiosa y fluida voz de tenor alcanzaba todos los registros; su carisma y simpatía eran excepcionales; su talento para la composición y sus vastos aportes a la música popular fueron increíblemente sustentados solo en su naturaleza, y en un ángel que sin dudas lo acompañaba, pues poseía virtudes innatas prodigiosas, por lo que era capaz de interpretar impecablemente y con dominio total las combinaciones armónicas y formas musicales; fue un maestro en todos los géneros de la música cubana, pero destacó particularmente en el son montuno, el mambo y el bolero.
Para muchos es algo sobrenatural que alguien sin la menor noción teórica de la música, la composición y los instrumentos, pudiera componer temas monumentales como los que nacieron de sus sentimientos, experiencias auditivas y vivencias.
Algunas de sus principales y más cantadas composiciones son Santa Isabel de las Lajas, Amor fugaz, Dolor y perdón, Bonito y sabroso, Analfabeto musical, Conocí la paz, Amor sin fe y Bárbaro del Ritmo, en dúo autoral con Rafael de Paz.
Benny era capaz de dictar a los arreglistas «lo que tenía en la cabeza», como él decía, con absoluto dominio de la armonía, los timbres, y la rítmica.
El periodista, estudioso y profesor Jorge Calderón González (La Habana, 1939- 1921), revela en un trabajo publicado en el sitio Web de Radio Cadena Habana el 25 de febrero de 2019:
«A partir de mis investigaciones, según las fuentes consultadas, he hallado, en el repertorio de Benny Moré, un total de sesenta boleros de treinta y ocho autores (uno de ellos anónimo), más once que son de su propia inspiración, incluidos, entre éstos últimos, un bolero-cha ("Bárbaro del Ritmo") y un bolero-mambo ("Amor sin fe"). Por lo tanto, un total de 71 composiciones, según mis datos, conforman su colección dedicada al bolero, género que, con tan buen gusto, cultivara a lo largo de su carrera. Si como otros autores afirman, el Bárbaro del Ritmo hizo doscientas grabaciones (lo que incluyó aires musicales no cubanos como el merengue, la plena y el porro), resulta fácil inferir el peso del bolero en su discografía, género que representa el 35,5 por ciento de todo cuanto él grabara».
Como alguien que no puede vivir sin cantar estuvo haciéndolo hasta el 16 de febrero de 1963, en su última actuación en el villareño pueblo de Palmira, en la antigua provincia de Las Villas.
Regresa a La Habana, en muy mal estado de salud y pide ver a sus hijos; el lunes 18 al amanecer el médico decide ingresarlo en el Hospital de Emergencias y ese mismo día cae en estado de coma; son muchas las personas que llegan hasta las afueras del hospital para saber de su estado.
En la sala H, cama 22 estuvo sin conocimiento hasta el martes 19 de febrero a las 9.15 de la mañana, en que murió a la temprana edad de cuarenta y tres años.
Para cumplir su deseo, fue sepultado en el camposanto de Santa Isabel de las Lajas el día 20 de febrero a las cuatro de la tarde. Un cortejo fúnebre multitudinario a lo largo de su viaje a Lajas, acompañó a este hombre; era un pueblo entero que despedía a uno de sus mayores ídolos, pero a uno de carne y hueso, de esos que permanecen entre nosotros con su música, forma elevada de su espíritu.
Nicolás Guillén lo vislumbró bien y por eso dijo a su muerte: «Los dioses mueren jóvenes, no se va, su arte nos comunica con la fuente en que bebieron. Cuba ha llorado con lágrimas que mojan, su voz suena como nunca, sin parar, ni apagarse en el aire nuestro de cada día».
Y Roberto Fernández Retamar, mostró su admiración y dolor ante su muerte en este extraordinario poema:
Oyendo un disco de Benny Moré
Es lo mismo de siempre:
¡Así que este hombre está muerto!
¡Así que esta voz
delgada como el viento, hambrienta y huracanada
como el viento,
es la voz de nadie!
¡Así que esta voz vive más que su hombre,
Y que ese hombre es ahora discos, retratos, lágrimas, un sombrero
con alas voladoras enormes? y un bastón?!
¡Así que esas palabras echadas sobre la costa plateada de Varadero,
Hablando del amor largo, de la felicidad, del amor,
y aquellas, únicas, para Santa Isabel de las Lajas,
de tremendo pueblerino en celo,
y las de la vida, con el ojo fosforescente de la fiera ardiendo en la sombra,
y las lágrimas mezcladas con cerveza junto al mar,
y la carcajada que termina en punta, que termina en aullido, que termina en
Qué cosa más grande, caballeros;
Así que estas palabras no volverán luego a la boca
que hoy pertenece a un montón de animales innombrables
y a la tenacidad de la basura!
A la verdad, ¿quién va a creerlo?
yo mismo, con no ser más que yo mismo,
¿no estoy hablando ahora?
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