La música popular bailable cubana ha tenido en los últimos treinta años como eje de su fuerza creativa el fenómeno conocido como Timba, y que se ha venido expresando de diversas formas, siendo la más socorrida la que se identifica con el sonido y estilo de NG la Banda. Ejemplos hay los suficientes y es que bajo la impronta del Tosco, su música y sus músicos, han proliferado agrupaciones que hoy tienen notoriedad en Cuba. El ejemplo más palpable hoy es Havana D' Primera.
Pero la timba no ha sido —ni es por su propia dinámica—un hecho homogéneo; ciertamente algunas de sus otras aristas musicales han sido poco estudiadas o analizadas en su complejidad y trascendencia; y es que el grueso de los análisis se concentran en dos orquestas fundamentalmente: Los Van Van y la ya nombrada NG; quedando pendientes las improntas de la Orquesta Revé y de la Charanga Habanera, que dirige David Calzado.
Lo cierto es que el modo de hacer la música popular cubana estas dos formaciones no había tenido hasta el presente un reflejo de alcance público y que por momentos mostrara las otras caras de esa moneda. En el caso del Charangón de Revé sus epígonos están por manifestarse; mientras que los seguidores del estilo Calzado desde hace algún tiempo acaparan la atención de los bailadores. Tal vez el caso más notorio en estos tiempos es el de la Charanga Latina, fundada por Enrique Álvarez y que hoy dirige su hijo Lázaro Enrique.
Enrique Álvarez desarrolló por años una importante carrera como violinista en diversas formaciones musicales que abarcan desde su atril de Concertino en la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la conducción de Manuel Duchesne Cuzán, su paso por la Charanga Rubalcaba, la Orquesta Revé (cuando aun era una charanga típica) y finalmente su propia orquesta. Para Enrique el formato charanguero es el ABC de una parte importante de su trabajo; y así ha sido hasta el presente en que conocedor de la importancia de este formato, atento a sus modificaciones y su evolución estructural determina compartir la dirección con su hijo.
Lázaro Álvarez, por su parte, además de sus estudios de percusión, acusa una conexión generacional con algunas figuras que en algún momento formaron parte de la formación de Calzado, como son los casos de Randy Malcon y Yulien Oviedo, percusionistas igualmente.
Por esta vía se llega al actual sonido de la Charanga Latina; que no es más que una atinada combinación de la tradición charanguera y las tendencias musicales de estos tiempos. Algo que viene ocurriendo desde los años sesenta cuando en la ciudad de New York los hermanos Palmieri fundaran la Perfecta, primera charanga que ha de incorporar el trombón y dos flautas en aquel entorno (ya antes Enrique Jorrín había dado cuenta del uso de las trompetas y dos flautas en algunos de sus temas con su orquesta en pleno apogeo del ChaChaCha).
Y usted se dirá, a qué viene tanta perorata para decirnos lo que ya sabemos: que la Charanga Latina suena como La Habanera. Sencillo: lo correcto sería decir, como sonó tiempos atrás la Habanera antes de perderse el laberinto del populismo, el yoísmo y otros ismos ajenos a una estética musical interesante y que tiene su origen en una orquesta hoy olvidada: Las estrellas cubanas, que dirigiera el violinista —vaya coincidencia— Félix Reina. Por lo que en última instancia (y primera) el modelo a seguir tiene más de medio siglo de creado y no pocos años como algunos pueden imaginar.
A estas alturas del análisis, llegamos a la más reciente propuesta musical de la Charanga Latina de los Álvarez: Más duro, que acaba de salir al mercado nacional en formato de CD producido por la Egrem, y que es confirmación de las anteriores hipótesis.
Más duro, como propuesta discográfica es una conjunción de los elementos antes mencionados. Cierto es que hay esa referencia a los lugares comunes que hoy proliferan en la música bailable cubana, que no escapa a los giros lingüísticos en boga; pero acusa de una factura musical que remite a esa frescura que alguna vez aportó la tropa de Calzado cuando irrumpió en el panorama musical de los noventa, era una timba muy de ellos y que a su vez rendía tributo a una escuela musical que se había reducido a la memoria.
Y aquí me permito citar a don Miguel de Unamuno cuando afirmara que el mérito de saber usar moneda era superior al de acuñarla; la diferencia estaba en hacerla correr en el tiempo y lograr que los hombres asumieran su valor. Esa máxima del escritor español se ha convertido en la fuerza motriz del trabajo de Enrique Álvarez y su hijo; que a diferencia de otros binomios filiares que hoy proliferan en la música cubana se desgastan en buscar caminos que se bifurquen estilísticamente ante las propuestas de un mercado que en su intensidad ha asumido el reduccionismo como bandera cuando se trata de textos y/o músicas para multitudes.
Otro gran mérito de este disco está en su diseño. Por una vez no hay esos lugares comunes al que hoy muchos apelan. Ni autos antiguos, ni mujeres voluptuosas o pasajes citadinos de sórdida factura. Sencillamente se nos presenta, con toda la sobriedad necesaria, a los protagonistas como hombres de batalla, luchadores en busca de una meta: hacer bailar a los cubanos de esta tierra y a aquellos que estén dispuestos a seguirle en cualquier rincón de esta tierra.
Más duro considero que es el disco que cierra un ciclo de trabajo dentro de la Charanga Latina, el que ratifica la confianza depositada por Enrique Álvarez en su hijo Lázaro y en los músicos que le acompañan —la siempre necesaria sangre joven—; pronto vendrán otros discos en el que comenzará a hacerse notar esa individualidad que caracteriza a las charangas desde siempre, a fin de cuentas ser charangueros es una forma de vida musical, una actitud ante la vida y el público. Las charangas de hoy no siempre serán las de mañana y en ellas siempre habrá un violín para recordarnos donde está el comienzo y el fin de su grandeza.
Publicado: 22 de octubre de 2017.
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