No todo está perdido


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Actuación del Coro Entrevoces, que dirige la maestra Digna Guerra, durante la inauguración del Festival Las Voces Humanas, en el Museo Nacional de Bellas Artes. AIN FOTO/Oriol de la Cruz Atencio.

La vida nos impone un ritmo para cada situación que enfrentamos en nuestro decursar cotidiano. En tal sentido, la asimilación de propuestas provenientes del arte, también conlleva un sentido del ritmo que pervive por encima de las diferencias que las define. Si nos limitáramos a las diversas manifestaciones de la música popular contemporánea, se considera un axioma que cuando estamos ante la presencia de un hecho artístico relevante, este fenómeno ha sido conformado por la paulatina integración de elementos imprescindibles, integración marcada por el tiempo necesario que requiere la búsqueda para alcanzar la mayor excelencia posible. En cambio, cuando nos topamos con música de menor factura, nada aquí permanece estable puesto que entonces el ritmo de la concepción de una obra no está sujeto a inquietudes estéticas ni mucho menos, sino al tiempo que exige la banalidad del mercado para conservar una supuesta popularidad.

Tan es así, que no podemos evitar estar angustiados siempre que, ocasionalmente, por nuestros medios masivos, se presentan figuras que distan mucho del derecho de ser considerados artistas, cuando en todo caso son propuestas coyunturales cuyo éxito es absolutamente pasajero.

Por tales razones, cuando presenciamos los conciertos del coro Entrevoces y de la intérprete Rochy Ameneiro en la inauguración del Festival Voces Humanas que organiza la Oficina del maestro Leo Brouwer, nos llega, cual esperanzadora certeza, que no todo está perdido en el mundo de la canción.

Lamentablemente, cuando al público en general se le habla de la posibilidad del disfrute de la actuación de un coro, se pudiera pensar, como erróneamente pasó conmigo, que se trata de una propuesta tan sobria que hasta podría llegar a ser aburrida. Sin embargo, agradezco infinitamente haber asistido el pasado 25 de septiembre al concierto que en el horario de la tarde ofreciera el Coro Entrevoces, con la dirección  de Digna Guerra en la sala teatro del Museo de Bellas Artes. Maravillado no solo por la magnificencia del trabajo de las voces, sino por la diversidad de géneros abordados y por la posibilidad de asumir la caracterización escénica que requiera cada pieza por parte del coro, resultó una experiencia espiritualmente enaltecedora. Cualquiera de las piezas escogidas para la conformación del concierto, responden al sólido basamento de una cultura universal que nos deleita desde sus esencias más profundas. Lo mismo nos resulta atractiva la compleja interpretación de la pieza Kalimanku Denku, tomada del folclor búlgaro que I want to Jesús to walk with me, un dramático Negro Spiritual o la alegre versión de El Manisero, de Moisés Simons.

Personalidades del rango de la directora Digna Guerra, son capaces de lograr que el Coro Nacional de Cuba, del mismo modo que el Coro Entrevoces, nos permitan sentir que el Arte deje de ser del dominio de los entendidos para llegar hasta todos, al poderlo palpar, al poderlo vislumbrar, al poderlo sentir en toda su dimensión como una poderosa fuerza capaz de entregarnos la mayor felicidad cuando es auténtico.

Horas más tarde, ese mismo día y en la misma sala, tuvo lugar el significativo concierto de Rochy Ameneiro. Dedicado a la campaña de no violencia contra las mujeres y niñas, Rochy consigue mantenernos dentro del entorno de la ternura durante todo su espectáculo. Decidida a manifestarse tal cual es, solo una artista satisfecha con la obra de su vida, es capaz de mostrar en cada detalle del concierto, una felicidad inevitablemente contagiosa. Si en otros casos, la participación de familiares como invitados del artista para salir a escena pudiera parecer como un oportunismo, aquí sucede todo lo contrario. Dueña del encanto de la noche, que nos ha cautivado por tanto cariño delicadamente plasmado, Rochy nos presenta a familiares realmente talentosos como el pianista Aldo López Gavilán o su sobrino, el clarinetista Alejandro Calzadilla  y hasta las simpáticas  Adriana y Andrea López Gavilán quienes con la ingenuidad propia de los niños, la interpretación de piezas como Ella y yo, de Oscar Hernández fuera muy aplaudida.

Por otra parte Rochy, cubana de pura cepa, tiene como todos nosotros amigos que forman parte de la familia y que son nada menos el trovador Augusto Blanca y el poeta Waldo Leyva, además del reconocido compositor e intérprete David Blanco quienes marcaron la singular emotividad del espectáculo, emotividad alcanzada no solo por la esmerada selección de los temas escuchados de Carlos Varela, Juan Formell o Pablo Milanés, sino también por una inusual franqueza en la expresividad de los sentimientos de la cantante. Cuando Rochy despide el concierto, nos quedamos con la agradable sensación de haber sido sorprendidos por una alabanza a la pureza en las esencias del ser humano, a la belleza de una entrega artística que ha permitido re-encontrarnos con esta, dentro de nosotros mismos.


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