En el desarrollo y consolidación de la ciencia museológica un lugar de suma importancia lo ha ocupado históricamente el receptor, máxime si se recuerda que solo cuando los exponentes que integran una sección o una colección entran en diálogo con el público, resulta posible la expresión museal; sin la comunicación objeto-sujeto, no es posible entender el papel del museo, al menos, en su más íntegra concepción: como misión sociocultural. En similares coordenadas se inscribe el espacio de exposición, entendido como el lugar en el que han de establecerse los vínculos entre exponente y público; razón que explica la relación, desde su génesis, entre museología y museografía, conceptos propios de la ciencia museológica.
De modo que coleccionar, proteger y conservar los bienes patrimoniales son solo algunos de los objetivos o tareas que conducen a la creación del museo, pero ni siquiera la integración de ellas lo revelan como institución al servicio de la educación y el desarrollo de la humanidad, que es en esencia la razón de ser de estos centros. Aún en los museos privados resulta imprescindible la exposición —en un espacio determinado—, y un público receptor —al margen de sus características socioculturales.
¿Mas, qué indica al respecto la “Nueva Museología” y qué relación guarda con Romerillo? Tras un recorrido por el Museo Orgánico de Romerillo (MOR), proyecto organizado por el artista de las artes plásticas Alexis Leyva Machado (Kcho) en el ámbito de la 12 Bienal de La Habana, me aventuro a una especie de reflexión con centro en esa compleja relación que, también desde tiempos inmemoriales, se establece entre teoría y praxis; entre academia y cotidianeidad; sin pretender en modo alguno dejar pautas en uno u otro extremo. El epicentro de encuentro para abordar el tema serán las aristas que han ocupado los dos primeros párrafos, la exposición como espacio de comunicación y las posibilidades de recepción por parte del público; es decir, el modo en que la institución: El Museo, socializa los bienes a su recaudo y protección.
Como obertura a la cuestión dejamos establecido que la Nueva Museología es una corriente que encuentra sus argumentos en la necesidad de crear un lenguaje y expresión de lo museal desde una dinámica e integración social que posibilite una mayor connotación sociocultural de la difusión de los valores, no solo desde la concepción del modo en que se ha de socializar el patrimonio cultural; sino, y en especial, desde una mayor participación de la comunidad existente en el territorio donde está enclavada la institución. En el cumplimiento de este objetivo los representantes de la misma abogan por la necesidad de trastocar el tradicional proceso de sacralización al que ha estado atado el museo de forma histórica, por un espacio de marcada cotidianeidad y, de hecho, propiciador de una directa interrelación entre el patrimonio y un público cuyo sello es la heterogeneidad, principio que encuentra el más sólido cimiento en la Convención de la UNESCO del 2005: De la Diversidad Cultural.
El saldo principal de la Nueva Museología sería hacer del Museo un instrumento de desarrollo social y cultural, un generador de actitudes y comportamientos desde concepciones cuyo centro está en la sociedad misma y quizás por ello de posible mirar desde disciplinas como la antropología cultural. Se trata pues de amplificar los conceptos tradicionales de la museología relacionados con la socialización de sus fondos y más allá del edificio o inmueble sede del “museo”, tener en cuenta el territorio; lejos de socializar en una exposición solo los objetos que integran “la colección” asumir junto a ellas un patrimonio cuya interpretación apunta a una mayor pluralidad como el medio ambiente o lo cultural y, en tercer orden, en lugar de pensar en un “público” receptor, tomar en consideración a la comunidad como posible potencial de recepción.
El Museo Orgánico de Romerillo, sin dar la espalda a los patrones de la museología tradicional, asumió desde la praxis el cuerpo teórico de la Nueva Museología bajo un prisma de contemporaneidad que puso a consideración de los habitantes de Romerillo obras de arte de auténtico valor patrimonial; entendiendo ahora en el concepto de patrimonio, más allá de los valores que la antigüedad de las piezas ofrece, el que porta como documento histórico. En relación con su nombre comentaba el organizador: “encierra en sí todo el sentido del mismo: armonizar, vivificar, oxigenar… hacer bien a la gente” (1) y en relación con los objetivos: “Sacar el arte al barrio y llevárselo a la gente a sus casas para que ellos lo asuman —o no, pues tampoco se trata de adoctrinar a nadie—. La idea es que aquellos que viven en Romerillo se sientan protagonistas y objetos del arte, especialistas, curadores de la muestra”.
MOR combinó espacios tipológicamente marcados por el áurea de los museos; como la Sala de Arte Martha Machado, donde se exponía una valiosa colección de obras de Wifredo Lam, y cubículos tecnológicamente habilitados para el disfrute de obras en soportes como el Video Arte; con lugares como el Super Mercado Los Marinos o la ciudad misma. Con la convicción de que se ha de atesorar no solo los objetos avalados por la pátina del tiempo, el barrio de Romerillo devino escenario de emplazamiento de instalaciones y pinturas murales como si se trata de un proyecto de rehabilitación urbana.
Si inquietud e interrogación despertaría una piquera de autos diseñada por el artista Ernesto Rancaño, otros desafíos traerían consigo al transeúnte el conjunto De la serie Ofrenda, de Osmany Betancourt (Lolo), o la intervención de una de las esquinas de las manzanas realizada por el camagüeyano Joel Jover, o el sistema de canastas de baloncestos propuestos por la creadora mexicana Betsabeé Romero. Obras emblemáticas del arte contemporáneo como Punto Cardinal, talla en mármol de Agustín Cárdenas (1973); Fragmento de la Consagración II, colografía de Belkis Ayón y Madame Aché, acrílico sobre lienzo de Eduardo Miguel Abela Torrás (2013) desde una museografía tradicional recordaban la sacralización del espacio Museo, al tiempo que en contraste con ello, en el centro de la “Nueva Museología”, estaría el Super Mercado Los Marinos, espacio al que sin dudas concurre buena parte de los moradores de Romerillo en pos de los productos alimenticios y, por tanto de elevada connotación comunitaria.
En el Mercado, a modo de recibimiento al cliente, un conjunto de esculturas en la antiquísima técnica —de hecho patrimonial— de la talla en madera policromada bajo el título La Familia, piezas a escala natural realizadas por el espirituano Jorge César Sáenz y en paredes y módulos, obedeciendo a una museografía convencional un retrato en óleo sobre lienzo hecho a Martí en 1966 por uno de los más vanguardistas creadores cubanos, el destacado pintor Raúl Martínez, seguida de La Familia, fragmento de la obra expuesta junto a Mario García Joya en la Bienal de Venecia de 1984. Completaban la muestra Servando Cabrera y Amelia Peláez; de Servando los retratos Muchacha de la calle Zulueta (1974) y Jorge Manuel (1981); de Amelia, interesantísimas piezas de cerámica, algunas de ellas representativas de su quehacer en los años 50. Todas debidamente identificadas y protegidas.
Desde la perspectiva de la nueva museología, el Super Mercado Los Marinos cubría las funciones que los teóricos confieren a los museos que se inscriben en esta corriente. Por su ubicación, en un “mercado”, el conjunto de obras hacía cotidiana la comercialización del arte sin que por ello se minimizara su valor simbólico dentro de la evolución y desarrollo del arte cubano, ni el valor documental y estético que portan. Nada ha quedado al azar para el museólogo que a su cargo tuvo la curaduría y; sin embargo, por su ubicación y recepción prima la experimentación, el diálogo, la cultura y la confesada intención de los protagonistas: “desarrollar proyectos con marcado perfil social, educativo y cultural”. ¿Teoría o praxis?
NOTAS:
(1) Blanco y negro, Boletín Cultural de Kcho Estudio Romerillo Laboratorio para el Arte, 57 (1): 15, La Habana, mayo de 2015.
Deje un comentario