Octavio Paz en la FIL de La Habana


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Me parece un acierto la programación de esta conferencia sobre el Nobel mexicano en la Feria del Libro de La Habana. Hubiese sido un despropósito que su obra y figura no estuviesen presentes en una feria dedicada a México como país invitado, es decir, a su potente y antigua cultura, de la que Paz es uno de los más altos exponentes.

Hace diez años, en la Feria del Libro de 2012, se realizó un panel sobre su figura y obra. Fue realmente una suerte de rareza en medio del pesado silencio que rodea a Paz en nuestro país. Algo realmente injusto y fuera de toda lógica cultural. Muy pocas han sido las ocasiones en que se le dedicara un panel o una conferencia, y no se le publica, los medios no hablan de él ni de su obra, es como si no existiera.

Solo un libro sobre su obra se ha editado en Cuba, Los signos mutantes del laberinto, de quien esto escribe, publicado por el Instituto Juan Marinello en 2010, y tardó mucho tiempo para que Casa de las Américas se decidiera a publicar una Valoración Múltiple, la que vio la luz, finalmente, en 2013.

En esta ocasión, en la Casa de México, versé sobre la crítica de arte del poeta y ensayista mexicano, probablemente la zona de su escritura menos analizada por la crítica. Además, y no puedo dejar de decirlo, su existencia misma debe ser motivo de orgullo para Latinoamérica, aun cuando algunas posiciones políticas que asumió, más hacia el final de su vida, sean debatibles como toda obra intelectual, pero observar esa cuestión es una cosa, y renegar de él y de su obra, otra.

Citaré algunas de las ideas centrales expuestas en mi charla. Para Paz, el ejercicio de la crítica significó siempre una posición ética. La pasión crítica dominó su vida, como se sabe. Tanto por su admirado Baudelaire, que afirmaba que la crítica era cogida por el cuello desde que intentaba dar el primer paso, como por otro de sus maestros espirituales, Alfonso Reyes, que la llamaba aguafiestas o la comparaba con el cobrador de alquileres a quien se le cerraban todas las puertas, supo el joven Paz que ese ejercicio de juzgar, difícil y comprometido, significaba un reto intelectual apasionante.

La sociedad moderna ha sido fundada por y desde la crítica, fue una de sus principales conclusiones cuando su visión madura le permitió un juicio más abarcador. Hermana de las artes ―Reyes dirá que hermana bastarda―, la crítica cumple un precepto engorroso aunque imprescindible para la cultura: en materia de inteligencia lo único inviolable es la libertad de pensar. Así se expresó en su discurso de ingreso a El Colegio de México en 1967:

 

El espíritu crítico es la gran conquista de la edad moderna […] nada hay sagrado o intocable para el pensamiento excepto la libertad de pensar. Un pensamiento que renuncia a la crítica, especialmente a la crítica de sí mismo, no es pensamiento. Sin crítica, es decir, sin rigor y experimentación, no hay ciencia; sin ella tampoco hay arte ni literatura. Inclusive diría que sin ella no hay sociedad sana. En nuestro tiempo creación y crítica son una misma cosa.

 

Con esta profesión de fe complementó Paz lo que ya había expresado en Los hijos del limo, acerca de que la pasión crítica incluía también, y de forma orgánica, el amor por sus mecanismos de deconstrucción, a la vez que por su objeto, es decir, “crítica apasionada por aquello mismo que niega”. La crítica, como se sabe, se basa en la duda y se alimenta de la polémica, de ahí su impertinencia; desde Baudelaire el proceso del pensamiento crítico no es un ave de compañía del arte moderno, es arte en sí mismo. Esto fue lo que tanto Jorge Cuesta como Xavier Villaurrutia, otros de sus maestros de juventud, habían colocado ante los ojos del joven Paz.

En cuanto al abordaje del arte no debe perderse de vista que él no fue nunca, y estaba consciente de ello, ni teórico, ni historiador del arte estricto sensu. Su tentativa de pensar los temas artísticos se basó pues en el pensamiento poético crítico que lo asistía, en su curiosidad infinita y en la herramienta eficaz de la hibridez del ensayo. Pero, también, en una certidumbre: todas las artes fluyen de la fuente común que el propio Paz llamó “el instante poético”.

La intervención ensayística de Paz con relación a las artes visuales cubre las artes de su país, las universales y un aparte que me parece cardinal, su análisis de la obra del gran artista francés Marcel Duchamp. Convendría, antes, situar la escasez de estudios sobre el arte continental, contexto sobre el cual actuó la aportación paciana. Otra precisión imprescindible consiste en decir que esta crítica de Paz puede inscribirse en una clasificación de crítica poética de las artes visuales, algo sobre lo que ha habido apenas un puñado de exponentes: Luis Cardoza y Aragón y José Lezama Lima, junto al mexicano, serían los tres más relevantes. Volveré más adelante. Paz estuvo consciente de la situación de escasa interpretación de las artes visuales desde la inspiración poética al decir, en más de una ocasión, que “la crítica de los poetas es parte de la historia del arte moderno de México”.

Pie foto: En el marco de la FILH 2022, Rafael Acosta ofreció una conferencia sobre Octavio Paz. Cortesía del autor

La crítica poética de arte que comienza a gestarse en las letras latinoamericanas con Luis Cardoza y Aragón, José Lezama Lima y Octavio Paz carece de formulación metodológica del arte; el mismo Cardoza se refirió a algunos críticos profesionales en términos bien despectivos, lo cual favoreció la preferencia de una expresión literaria donde las impresiones del crítico ―directas, emotivas, cultas y en buena medida relacionadas con el gusto― predominaban sobre las consideraciones teóricas y academicistas. Interrelacionada con otras disciplinas como la filosofía, sociología y la psicología, esta forma de abordar el arte cuidaba de manera particular la belleza del lenguaje, apoyada en la inspiración poética de las imágenes.

Desprendiéndose gradualmente del punto de vista eurocéntrico, y analizando una producción simbólica carente de estudios serios en su momento, estos críticos no pretendieron gestar teorías o conceptos clasificatorios, sino pensar el fenómeno del arte y sus procesos desde imágenes literarias de alto vuelo, nutridas de una considerable densidad humanística, estableciendo la imagen poética como la mediadora entre la obra de arte y el lector. En el caso de Paz debe recordarse su profesión de fe expresada en El arco y la lira: “La verdad no procede de la razón, sino de la percepción poética, es decir, de la imaginación […] el hombre es imaginación y deseo”. Sentidos, duda e imaginación en estrecha imbricación con los procesos artísticos, esa fue la tentativa común, empeñada por separado, de estos escritores.

En cuanto al tratamiento del cardinal tema del mercado, los juicios del poeta mexicano fueron en general de crítica acérrima a la conversión del arte en mercancía, a la indetenible lógica comercial que ha engullido por completo el universo del arte, un mercado donde los bienes de consumo simbólicos están siendo ofrecidos al mejor postor. Ya al final de su vida, confirmando una postura vertical ante la cuestión, Paz reiteró todas sus aprehensiones sobre el mercado en una entrevista. Cito:

 

Hoy las artes y la literatura se exponen a un peligro distinto: no las amenaza una doctrina o un partido político omnisciente, sino un proceso económico sin rostro, sin alma y sin dirección […] Es el mercado del arte […] ciego y sordo, no ama a la literatura ni al riesgo, no sabe ni puede escoger. Su censura no es ideológica: no tiene ideas. Sabe de precios, no de valores […] ha llegado la hora de comenzar una forma radical, más sabia y humana […] y disipar la pesadilla circular del mercado.

 

Los textos de Paz sobre arte son atendibles por muchas razones; primero porque se trata de una mirada que condensa un entramado intelectual cuyos referentes teóricos y filosóficos sobrepasan a los que puedan exhibir la mayoría de los profesionales de la crítica de arte. Añado, eso sí, que están escritos exaltando algo tan necesario y, a la vez, difícil de conseguir en materia de literatura como es el placer de la lectura: prosa poética, mirada inspirada, pasión crítica.

Sin dudas, el modo crítico de Paz partió del cruce de múltiples asociaciones y enlazamientos de saberes, filtrados a través de la prosa poética y adobados con un puñado de generalizaciones provenientes todas de su enorme erudición, de su mirada afilada y, sobre todo, de la sensibilidad que es consustancial a la poesía. Las teorías, las modas críticas y las corrientes o vertientes de la historia del arte no jugaron para él un papel esencial, más bien fueron referentes a los cuales acudió en casos extremos. Importaron más la impresión ante la obra, la personalidad del artista, sus influencias y sus puntos de contacto con las grandes conclusiones que el poeta había extraído de sus estudios culturales y sus investigaciones sobre crítica literaria y el devenir del pensamiento filosófico de la humanidad. Y la duda, siempre la duda. Tales fueron, a mi juicio, las herramientas utilizadas por Paz.

Se le puede criticar su afán crítico totalizador, asociado no tanto a su colosal curiosidad como a una manía de inscribir su escritura en un rango de poder o de hegemonía intelectual, dentro de la república letrada mexicana y contemporánea, pero en el lado opuesto hay que agradecerle mucho más la forma en que supo establecer los vasos comunicantes entre la cultura occidental y las orientales, entre el México prehispánico y el moderno, entre romanticismo y contemporaneidad, y cuanta zona de conocimiento, que fueron múltiples, supo conectar con sus lúcidos ensayos. La modernidad como un ayer que puede ser un ahora, fue una divisa que ejercitó sistemáticamente.

Espíritu universal, hombre de la Ilustración y del Renacimiento, del tipo intelectual que probablemente sea difícil de encontrar en el futuro, como expresó Claude Lévi-Strauss, Octavio Paz fue poseedor de un saber enciclopédico unido a una sensibilidad poética y a una conciencia moral alerta, ingredientes que lo dotaron de una capacidad de análisis muy peculiar con la que dimensionó los temas que abordó.

En la obra de Paz sobre arte, las metodologías y las pretensiones teóricas de las que carecen sus ensayos ―tal cual lo exige la crítica más academicista― son sustituidas por los disparos de lucidez, los cuestionamientos al arte y las constantes asociaciones referenciales que cubren vastas zonas del pensamiento visual del pasado siglo. Él le impregnó el vuelo metafórico de su inspiración poética, con lo cual parece decirnos que su esfuerzo por experimentar el arte con todos los sentidos tenía como conclusión la aventura de verbalizar dicha vivencialidad con lucidez crítica, pero sin renunciar al influjo de lo sensual.

El vasto recorrido que hizo Paz por las artes visuales debe verse en paralelo con toda su andadura por la cultura moderna. Para nuestro autor el mundo resultó ser un enorme texto, imperfecto, disperso, sin límites, poblado por innumerables culturas, etnias, idiomas y lenguajes en los que se empeñó, como pocos en su siglo, en establecer o detectar las relaciones de afinidad, correspondencia y oposición entre los signos. Uno de estos signos, el arte, también fue apreciado como un amplio texto sobre el cual hizo sustanciales reflexiones.


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