Opiniones pendientes sobre ciertos asuntos.
Culmina la telenovela cubana que ha ocupado la pantalla durante los últimos meses y merece una despedida.
Creo que lo primero es agradecer el esfuerzo de tan complejo equipo durante las inéditas condiciones de la pandemia, lo que incluyó trabajar con menores. Sin dudas, esta circunstancia pasó factura al resultado final en diversas dimensiones, no podía ser de otra manera. No obstante, el balance es positivo.
Asuntos pendientes, que llega con un buen título, parte de un guion de Yamila Suárez que me parece sólido y al cual deben haber aportado sus correspondientes saberes asesores, directores, actores y técnicos en el transcurso del proceso aprovechando, en este caso, las ventajas del trabajo en equipo. Del guión, al cual mucho debe la calidad final del resultado, y de la sabia conducción de los Directores Felo Ruiz y Tamara Castellanos me gustaría destacar no solo lo que sería el tema principal de la novela sino el modo inteligente, bien urdido en variadas tramas en que este ha sido presentado, así como la manera responsable, delicada, actualizada y, por tanto, desprovista de lugares comunes y clisés con que ha abordado un conjunto de situaciones a lo largo de su desarrollo. Puedo citar al respecto las relaciones humanas que se muestran al interior de los diversos tipos de familias que hemos disfrutado, desde la madura relación que ha sostenido su protagonista principal, la ingeniera Rebeca, con su expareja a lo largo de toda la historia entre ambos, hasta el curioso vínculo que se articula entre los mayores que rodean a Patricia y que han ido constituyendo su familia. Pienso en específico en ese tremendo personaje que es Edith, su relación con Senén, quien fue su compañero en una etapa pasada y, sobre todo, el vínculo que es capaz de construir con Belkys, la actual pareja de su ex, y la influencia positiva que dicho personaje logra en este otro.
Cuidada ha sido también la relación entre Eliseo y Dayana, o entre Bruno y Alicia y esta última con Adriana. O entre Patricia e Isabel. Hermosa la amistad de José Manuel y Eliseo. Con esmero fue apareciendo y creciendo ese entrañable Urbano ante nosotros.
Una vez más la novela cubana se mantiene a salvo de la vulgaridad y el pintoresquismo y los personajes hablan y se mueven “en cubano” sin necesidad de acudir a modos de elocución ajenos y gesticulaciones ociosas e impostadas. La gracia del personaje de Dayana, en una brillante interpretación de Mirtha Lidia Pedro, sentó cátedra al respecto.
En efecto, los valores humanos resultan los grandes protagonistas de la saga vistos lo mismo al nivel intrafamiliar que en los conjuntos sociales que se conforman en la dimensión laboral o en la residencial y una y otra vez los personajes, inmersos en sus conflictos y sus contradicciones, dejan ver su altura humana.
Me agrada también la resolución de los conflictos en un plazo que no resulta dilatado, así como el adecuado balance entre acción — con lo cual se expresa una situación y también una conducta— y palabra, reconociendo el valor de la acción dramática en todas sus formas y haciendo avanzar las tramas, lo cual colaboró en el ritmo de la trama.
Esta presencia de la acción en la partitura dramática posibilitó más de una vez el poder disfrutar del excelente desempeño de muchos de sus actores usando a su favor el lenguaje y las posibilidades específicas de la televisión. Puedo recordar en tal sentido la escena final que sostienen Rolando y Marina, la expresión de Tony cuando Rebeca le comparte la desesperanza que está viviendo Gerardo tras la muerte de Regina y ese primerísimo primer plano final de Rebeca que nos muestra todo el proceso de asimilación por ella de la promoción que le acaba de ser anunciada.
Tanto intérpretes como espectadores agradecemos poder disfrutar la televisión en su dimensión artística que, además de ambientes y calidad de la imagen, entre tantos otros asuntos, incluye la naturaleza de la acción.
Con un elenco numeroso, compuesto por actores de diversas generaciones y procedencias pienso que el balance actoral fue muy favorable. Yia Caamaño creó una mujer que se nos muestra en muy diversas facetas y que mantiene una especial sobriedad en su desempeño como directiva. Mirtha Lidia Pedro se lleva las palmas en la tarea de llenar de vida propia un personaje y hacerlo presente durante cada segundo en pantalla. Teherán Aguilar aprovechó con sabiduría las bondades que le ofrecía la progresión magnífica de su personaje. Ulik Anello interpretó con suma coherencia y todos sus matices, el ingrato rol que le tocó y evidenció su madurez interpretativa.
Danae Hernández hizo una labor cuidadosa y sensible con Cristina, transitó de una hermana que al inicio nos resultaba difícil comprender a una criatura cercana, real y genuina.
La joven Flora Borrego mostró su estirpe a golpe de sinceridad y mesura en su actuación. Tal vez Beatriz Viña y Bárbaro Marín estuvieron subutilizados en los personajes que les tocaron en suerte o sus tramas sufrieron mutilaciones y quedaron fuera de edición momentos necesarios para poder recibir adecuadamente lo que nos fue dado ver. Se trata de dos primeros actores que no pude apreciar en los niveles de entrega a los que nos tienen acostumbrados. Sin embargo, las apariciones de Tony Arroyo en ese tipo de carácter llamado “menor” no dejaron duda acerca de cuál es la tarea del actor.
Desde otra perspectiva, esa especial actriz que es Gina Caro volvió a evidenciar el placer de la actuación. Su Zenaida no solo resulta cercana, querida, entrañable, sino que puso al servicio de la expresión hasta el más mínimo detalle. Un goce cada una de sus apariciones.
Hubo otros personajes secundarios hermosos, como Diego y Salvador, jóvenes de hoy sin afectaciones en gestos, actitudes ni lenguaje. Hombres con valores, limpieza y buenos sentimientos.
Para el final mi reverencia ante Daysi Quintana y Fernando Hechavarría. Ambos le dieron hondura y espesor a las criaturas que les correspondió alentar. Fernando aprovechó al máximo todas las posibilidades de su personaje para recrear un gran ser humano. Daysi, por su parte, nos dio una Edith con un cierto misterio, un personaje que se guarda algo que nos toca descifrar. Le agradezco su trabajo. No es frecuente disfrutar de una experiencia semejante en el espacio de la telenovela cubana. Daysi acaba de poner en claro su viabilidad y conveniencia.
Actores y equipo técnico tuvieron que operar en espacios sumamente incómodos y en algunos casos absolutamente negativos como esa sala en la casa de Yolanda y Cristina, con los impersonales asientos en paralelo que vuelven incómodo y antinatural cualquier intercambio y donde, no obstante, tuvieron lugar algunas conversaciones relevantes. De modo similar el set seleccionado para dar la sala de Edith nunca logró su propósito y resultó un inconveniente insalvable para el espectador.
Igualmente asistimos a escenas que no estaban a la altura del promedio, como aquella donde Cristina se encuentra en una gaveta un libro dedicado a ella décadas atrás por su padre, o esa otra por el capítulo 64 entre Senén y Edith donde no se entiende a qué ha venido Senén. En algunos casos fuimos sorprendidos por determinadas escenas sin asistir a los necesarios procesos preparatorios de la trama.
Supongo que las arduas condiciones en que tuvo que ser preparada, grabada y editada la novela, más las exigencias que imponen los formatos de programación --con un determinado tiempo diario al aire-- deben haber estado presentes en su proceso final de edición.
La banda sonora, en especial la referida a los temas cantados, es el otro regalo de este producto televisivo. Sin afectación alguna, por sus propios valores musicales, se ha hecho sonido familiar en nuestros días.
La presentación y los créditos gozaron igualmente de sobriedad y mesura en cuanto al tiempo necesario en pantalla, algo que también es bienvenido.
Mucho ha de sentir prorrogado, aplazado por lograr aún ese equipo entusiasta y apasionado responsable de esta entrega, pero como una espectadora más y desde esta difícil labor de ejercicio del criterio pienso que nos han ofrecido un producto muy disfrutable, con valores ciertos que nos ayuda a ser cada vez más conocedores y exigentes y a pensar y discernir cuántos temas, historias, asuntos, en fin, no tenemos pendientes por dirimir y resolver lo mismo como artistas que como sociedad. Útil será ir por ellos.
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