Como es del conocimiento de la comunidad de intelectuales, mientras el Jurado para el otorgamiento del premio Ramiro Guerra correspondiente al 2014 en los géneros de ensayo historiográfico y biografía, auspiciado por la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC), deliberaba sobre los posibles laureados entre los finalistas, se produjo el lamentable deceso, en septiembre del mencionado año, de uno de sus más destacados miembros: el doctor Oscar Loyola Vega. Sus votos por los libros premiados, siempre acompañados de sus múltiples y certeras opiniones, constituyeron sus últimos quehaceres dentro de la UNHIC.
Nuestro Oscar, maestro de numerosas generaciones de historiadores, insaciable polemista, divulgador incansable del conocimiento de la Historia de Cuba y de los complejos mundos de la teoría, los métodos y conceptos, y de sus aplicabilidades en la investigación y en la docencia, fue un notable movilizador de pensamientos a través de una obra excelentemente expresada en numerosos textos, ensayos y artículos y mediante la palabra atrevida, culta, irónica, valiente y sagaz. Fue un continuo provocador de ideas.
La organización de los historiadores siempre contó con su apoyo. También nuestras reuniones, eventos y congresos devinieron en escenarios de sus reflexiones inteligentes. Oscar Loyola jamás anduvo por las turbulencias del elitismo, y mucho menos albergó la absurda lógica de “la urna de cristal” ni del cientificismo academicista desalineado de la socialización continua de la cultura. A él acudieron todos los deseosos por aprehender de la historia y los saberes en general. Nunca escatimó tiempo ni esfuerzo, ni lamentó dedicación alguna a su noble empeño por enseñar los justos valores del patriotismo.
No hubiéramos deseado que se dedicara a su memoria este premio que enaltece la figura del sabio historiador Ramiro Guerra. Nos lo imaginamos dentro de los predios docentes e investigativos, en los eventos y en las aulas, en los centros de reuniones y debates, en las tertulias personales, en los pasillos universitarios, en la vida de cada ser humano necesitado de asumir la cultura como parte inseparable de las razones de existencia de todo cuanto sea capaz de mover la conciencia. Lo pensamos como era su costumbre, haciéndonos reír, pensar y soñar. Lo sentimos junto a nosotros, agradeciendo que lo quisiéramos siempre y retribuyéndole su total desinterés por las absurdas palabras del elogio inmerecido. Él tiene el lugar de los justos, el de los que apuestan por la dignidad y los principios patrios.
Sirva esta dedicatoria del Premio Ramiro Guerra para recordar la infinitud de un amigo, de un padre, de un esposo, de un maestro, de un historiador y de un cabal patriota.
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