Osvaldo Salas, en el aniversario 108 de su natalicio


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Cuando se repasan los grandes retratistas de nuestra fotografía, no cabe duda que Osvaldo Salas (29 de marzo, 1914 -5 de mayo, 1992) fue uno de los grandes maestros en ese género. Obviamente, fue mucho más que eso. Entre los grandes artistas del lente que han existido en Cuba a lo largo de la historia bicentenaria de la fotografía, el nombre de Osvaldo Salas tiene un lugar especial.

No se ha escrito lo suficiente que merece su obra, pero entre esa escasa literatura crítica hay una expresión de Alejo Carpentier que resulta emblemática, teniendo en cuenta la reconocida erudición del gran escritor en materia de artes visuales. Así dijo: “La fuerza de la presencia humana, la poesía de las piedras, de las cosas, los valores del espacio, se trascienden y fijan en las imágenes magistrales de Osvaldo Salas”. No era sencillo arrancarle una valoración de esta naturaleza al gran apreciador del arte que fue Carpentier. Además, Osvaldo Salas fue el fotógrafo preferido de Geraldine Chaplin, Gabriel García Márquez y Nicolás Guillén. Él pertenece a lo mejor de la fotografía cubana.

Vayamos a los inicios de su formación. En los años cuarenta del siglo pasado, Osvaldo, que había sido llevado por su padre a Estados Unidos en busca de una prosperidad económica que no se encontraba en la Isla, trabajaba como soldador en una empresa en Nueva Jersey. Allí hacía trabajos de soldadura de banco de alta precisión, con acero inoxidable. En el lugar existía un club de fotografía, y sus miembros le solicitaban con frecuencia a Osvaldo que les hiciera bandejitas, pinzas y distintos utensilios y aparatos de acero inoxidable que se utilizaban en el laboratorio, en el cuarto oscuro. De esa forma, gradualmente, se fue interesando en el mundo de la fotografía y con el tiempo se hizo miembro del club. Estamos hablando de poco antes de que concluyera la Segunda Guerra Mundial.

Un accidente en el trabajo como soldador, que le afectó un tobillo, le ayudó a tomar la decisión de dedicarse por entero a las imágenes: compró una camarita y comenzó a hacer fotos como banquetero, es decir, fotos de cumpleaños, bodas, graduaciones, ciertamente todavía un oficio asociado básicamente a la subsistencia. Vicente Cubillas, corresponsal en el exterior de la revista Bohemia, le pidió algunos trabajos por encargo vinculados con el mundo del deporte, sería el inicio de una de las obras artísticas más enjundiosas en la historia del lente de nuestro país.

En Estados Unidos, Osvaldo Salas visitaba con frecuencia los museos y se nutría de las obras de los grandes de la pintura de todos los tiempos, absorbiendo los secretos de la imagen. La influencia de los maestros de la pintura era asimilada con avidez por el fotógrafo y quizá de este ejercicio y de la práctica nació el disfrute de la intimidad creativa al gestar una imagen.

Osvaldo Salas solía decir que el arte de la fotografía le debía el cinco por ciento a la técnica y el noventa y cinco a la imaginación, probablemente no estaba equivocado. Ya en los cincuenta, al alcanzar cierta prosperidad gracias a la fotografía, montó su estudio en Manhattan, frente al célebre palacio de los deportes neoyorquino Madison Square Garden, y allí comenzó a trabajar más en serio en sus laberintos y misterios. El retrato se convirtió, de esta manera, en su labor más cotidiana y fotografió a celebridades del boxeo y el béisbol, entre otros deportes. Su permanente pasión por la pelota, pues la practicó de joven (jugó como pitcher), no lo llevó a las Grandes Ligas, pero la fotografía sí.

Joe Dimaggio, Jack Dempsey, Jackie Robinsosn, Rocky Marciano, Ray Sugar Robinson, Yogi Berra, Roy Campanella y Ted Williams, entre otros grandes, fueron inmortalizados por su cámara. En el mundo del espectáculo la nombradía de sus modelos no fue inferior y estrellas como Luis Buñuel, Henri Fonda, Búster Keaton, Marilyn Monroe, Maurice Chevalier, María Félix, Dolores del Río, Elizabeth Taylor, Sara Montiel, Yolanda Martínez Tongolele, Imperio Argentina, Pedro Infante y Ava Gardner, posaron para su cámara. El museo del Salón de la Fama de las Grandes Ligas (MLB), en Copperstown, le dedicó recientemente una muestra por dos años (2014-2015), con cincuenta fotos de las cerca de mil tomadas en los stadiums norteamericanos; un bello catálogo testimonia dicho homenaje. Su vínculo con el boxeo profesional como fotorreportero también arrojó imágenes espectaculares de ese deporte violento.

Con el tiempo su estudio creció en fama y clientela, un día de 1955, se le aparecieron varios cubanos, de la mano del periodista Vicente Cubillas, para pedirle que les tomara algunas fotos sin saber quienes eran a ciencia cierta. Les hizo fotos de estudio y al aire libre a Fidel Castro y Juan Manuel Márquez, dos de los principales líderes del movimiento insurreccional contra la tiranía de Fulgencio Batista. Salas no pudo intuir que estaba fotografiando al núcleo de los que, en poco tiempo, iniciarían la lucha guerrillera en las montañas de la Sierra Maestra y pasarían a formar parte de la historia de Cuba. De esa forma, el fotógrafo colaboró modestamente con los aprestos revolucionarios. El artículo con sus fotos fue publicado en Bohemia, que entonces estaba en una clara posición opositora al gobierno de Batista. En esa época y hasta 1958 colaboró también con revistas como Life y Look.

Al triunfo revolucionario del primero de enero de 1959, después de treinta y cuatro años de residencia en Estados Unidos, Salas regresó con la familia a Cuba. Era una oportunidad que le brindaba el momento político y la solicitud de Fidel Castro y de otros amigos vinculados con la Revolución. Su hijo Roberto, que ya era un joven fotógrafo con un trabajo prometedor comenzado a la vera suya, le antecedió en el retorno el 2 de enero de 1959. Poco después viajó Osvaldo para sumergirse de inmediato en la apoteosis revolucionaria. Entre ellos dos y otros talentosos fotorreporteros se fue configurando lo que más tarde se conoció como la fotografía de la épica. Una épica que, como mencionó el fotógrafo Ernesto Fernández, en alguna entrevista, muchas veces se trataba de encontrar la belleza épica de aquellos acontecimientos de la Historia.

El periódico Revolución fue para todos ellos la nueva estación y la verdadera escuela sobre el oficio, la imagen y la cultura comunicacional en sentido general. Fue, también, el espacio cultural por excelencia en el que los fotógrafos de la épica evolucionaron y maduraron aceleradamente. En Revolución fue dominante la voluntad de que las imágenes tuvieran hegemonía sobre los textos, desde la perspectiva de que la imagen fuera “leída” por personas de las que no se conocía su curiosidad o dedicación por la lectura y, en cambio, se esperaba que fueran atrapados por la fuerza expresiva de la fotografía. Una línea editorial que significó la gran oportunidad para los fotorreporteros. Sin darse cuenta del proceso evolutivo operado en su oficio, en poco tiempo el fotógrafo comercial se había transmutado en un artista.

Granma reemplazó a Revolución a mediados de los sesenta, y Osvaldo fue igualmente uno de sus fundadores, también la revista Bohemia de la etapa posrevolucionaria acogió las fotos de los dos Salas que, junto a los otros mencionados, registraron para la posteridad el huracán revolucionario de los sesenta. Hasta los años ochenta duró la colaboración del artista con el periódico Granma, labor profesional que le permitió viajar y tomar instantáneas en numerosos países.

Su modo de afrontar la fotografía estuvo basado en la experimentación más diversa, el uso de los altos contrastes, la solarización, el audaz empleo del zoom, la distorsión de la imagen por medio de lentillas, en fin, el talento en la composición unido al empleo de los recursos y las técnicas fotográficas. Pero un análisis de su obra fotográfica revela algunas facetas que es importante señalar. En primer lugar, la profundidad de sus imágenes, un aspecto realmente enigmático que obliga al degustador a buscar la historia que existe detrás de cada una de ellas.

Hacer retratos fue su género preferido en la fotografía y se convirtió en uno de los mejores retratistas que hayan existido en el país. Manifestó en una entrevista que fotografiar los rostros de personas desconocidas en plena calle era una verdadera afición para él. Rostros que por alguna razón misteriosa le impresionaban visualmente. Sin embargo, como ocurre con muchos fotógrafos, no le gustaba que lo retrataran a él.

Ya desde los retratos tomados en Nueva York a los grandes del espectáculo y los deportes se evidencia su dominio de este género, luego lo perfeccionó, ahí están para verificarlo los hermosos retratos tomados a los líderes de la revolución. En el fondo, en Osvaldo Salas habitaba una certidumbre, una idea fija sobre la operatoria del retrato: “A mí me gusta conocer a las personas a las que voy a retratar, acercarme a su sicología”. Eso lo materializó en toda su carrera, sus retratos son inconfundibles.  Me interesa también subrayar lo que hizo visualmente con la imagen infantil, a Salas le gustaba fotografiar a los niños y dejó imágenes de enternecedora belleza sobre los infantes en cualquier latitud.

Al final de su vida había acumulado más de cuarenta exposiciones personales en catorce importantes capitales del mundo y más de veinte muestras colectivas en otros veinte países. Un centenar de premios y menciones, dentro y fuera de Cuba, también avalan su trabajo infatigable en la fotografía. Sus fotos y reportajes gráficos siguen publicándose después de su muerte en diversos países. Llegó a poseer en sus archivos personales cerca de un millón de negativos (en particular de Alicia Alonso, y el Ballet Nacional de Cuba tenía archivados cerca de ochenta mil).

Salas fue un autor fotográfico dueño de una sensibilidad inconfundible, eso que la crítica ha denominado estilo, que, no por casualidad, devino paradigmático para la fotografía cubana. Sus imágenes son portadoras de un concepto muy solemne de la función de la fotografía en general y del retrato en particular. Con él, la fotografía se convirtió en una recreación emocional de la experiencia, de la vivencialidad transmutada en imagen. Su filosofía personal fue la del quehacer constante y la inconformidad ante lo hecho (decía que su mejor fotografía era la que estaba por hacer), ciertamente fue un virtuoso de la imagen y es necesario que se conozca su obra.


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