Pablo Pacheco en la memoria


pablo-pacheco-en-la-memoria
Pablo Pacheco, durante la firma del convenio de colaboración cultural entre el ICAIC y el INA. Foto tomada de Cubacine.

Fuera de La Habana me llegó, tarde, la noticia del fallecimiento de Pablo Pacheco. No por esperada dejó de conmoverme. Hacía un tiempo ya que se había diagnosticado su fin, y él y todos lo sabíamos, mas siempre la muerte sobrecoge. Trabajé con Pacheco y fui su amigo; una larga amistad que se sobrepuso a las más diversas contingencias laborales, y una fidelidad mutua que desafió intrigas y traspiés.

¿Quién era Pablo Pacheco? Aquellos que solo saben de nomenclaturas, cargos y jefaturas, seguramente lo identifican como director de las editoriales Ámbito y Arte y Literatura, primer director de la Editorial Letras Cubanas, creada en 1977 como acuerdo del I Congreso del PCC, primer presidente del Instituto Cubano del Libro (ICL) después de su reestructuración en los años 80, director del Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello ?en la actualidad Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello? y vicepresidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). En el lugar que estuviera, fue un ardiente, entusiasta y dedicado promotor de publicaciones que han dejado una profunda huella en la cultura cubana contemporánea.

Mi motivación al escribir estas líneas no es repetir esta enumeración pública y conocida, ni tampoco comentar lo que tan bien saben sus compañeros y los que seguimos siendo sus amigos más allá de una relación laboral: no dejó de trabajar mientras hubo en él un soplo de vida. Mi interés se encamina a evocar una proyección que no debe ser olvidada.

Conocí a Pablo Pacheco mediante mi amigo Eduardo Heras León, quien me lo presentó en 1979, cuando ocupaba el cargo de director de la recién creada Editorial Letras Cubanas, una institución que tenía el ineludible y delicado encargo del también reciente Ministerio de Cultura, de publicar obras literarias nacionales de todos los géneros, incluidas aquellas olvidadas, relegadas o injustamente valoradas luego de los traumáticos procesos derivados del I Congreso de Educación y Cultura de 1971.

A partir de mis primeros contactos con Pacheco para trabajar en la redacción de Poesía de la editorial, dirigida por el poeta Raúl Luis, mi comunicación con él resultó fluida y franca, aunque yo fuera un recién graduado de Filología y él un experimentado dirigente; tenía tiempo para despachar regularmente conmigo de manera personal, sin que yo jamás se lo pidiera, y así lo hacía con otros editores; en esas conversaciones explicaba de manera personalizada los principios de la política editorial y su aplicación práctica, y era muy receptivo a inquietudes y dudas, y a los desafíos generados por el arribo de nuevas promociones de escritores que se sumaban a la complejidad cultural de aquellos años 80.

Siempre asequible y dispuesto a conversar —es decir, escuchar y hablar—, a intercambiar criterios y tener en cuenta cualquier opinión atendible —es decir, lúcida o sensata, coherente o consecuente—, aunque no la compartiera, logró un eficiente y personal estilo de dirección que nunca encontré antes ni después. Había llegado a la esfera editorial procedente de la administración de una fábrica de zapatos, y aceptó el reto de ser no solamente un cuadro apto para funcionar con equilibrio y acierto, sino de convertirse en un hombre verdaderamente culto, con capacidad para dialogar con cualquier creador cubano o extranjero, a base de lecturas, indagaciones y una sensibilidad natural  oculta tras su aparente impasibilidad.

Su impresionante disciplina de estudio, llevada como un sacerdocio ?cuando no le quedaba otro remedio que tomar vacaciones, las aprovechaba para releerse de un tirón, y en estricto orden cronológico, las obras de algún narrador, poeta o ensayista? y su inagotable capacidad de trabajo que le permitía atender labores tan diversas como la relación con el variopinto universo de escritores, la aplicación, por primera vez, de la ley de Derecho de Autor, los problemas generados a diario por la edición y el diseño de textos, los difíciles vínculos con las imprentas y las laberínticas cuestiones del comercio y la distribución del libro, constituían ejemplos para todos. Hablo de la época en que Letras Cubanas era casi la única editorial para los autores del patio, y publicaba más de un centenar de libros al año, tanto del patrimonio literario pasado como del más reciente, incluso algunos títulos proyectados o investigados por editores como antologías, repertorios teatrales, textos de y sobre música y artes plásticas, además del cuidadoso trabajo que exigía la edición de los primeros libros de jóvenes por los que apostaba la editorial, muchos de los cuales son los consagrados de hoy.

Esta labor fundacional, de carácter democrático e inclusivo, si bien fue conducida y alentada por el ministro Armando Hart, para el libro y la literatura, una de las zonas más complejas, fue atendida directamente por Pacheco y su equipo de colaboradores, con todos los riesgos e imperfecciones, pero también, con todas las audacias y aciertos, un balance positivo y enriquecedor que se comprueba solo con revisar el catálogo de Letras Cubanas en sus primeros años.

Precisamente por el éxito de esta implementación, Pacheco pasó a ocupar la presidencia del ICL. Allí trabajé con él de una manera más cercana, pues fui el “director de Literatura”, aunque siempre aclaré que la literatura no se “dirigía”, sino se promocionaba, y eso fue lo que intenté hacer, con su apoyo y el de un pequeño grupo de eficientes promotores. Cuando, en privado, me propuso el cargo, estuve a punto de negarme, pues me tomó desprevenido; mis temores se acrecentaron cuando después de haber aceptado, me recordó que entre mis “antecesores” estaba nada menos que José Lezama Lima, quien había sido nombrado director del Departamento de Literatura y Publicaciones del desaparecido Consejo Nacional de Cultura, algo que casi nadie recuerda después de que la institución fuera secuestrada por más de un burócrata resentido y algún que otro fanático intolerante.

Pacheco, en su cotidiana labor formativa, le hacía sentir a uno su responsabilidad histórica; hacía notar el compromiso de las propuestas y  de las decisiones tomadas, exigía autoevaluarse constantemente, teniendo en cuenta los aspectos culturales, sociales, políticos, económicos y comerciales, y también los personales e individuales de cada acción, ¡y dejaba trabajar!, lo mismo en la publicación de un libro, la adjudicación de un premio, la organización de una feria, la actividad promocional en el exterior o en todas las provincias… A la llegada del Período Especial pedí mi sustitución para pasar a un puesto en que pudiera concretar mi trabajo con la literatura —dirigí Letras Cubanas entre 1993 y 1994—, y esa difícil etapa transcurrió entre debates e intercambios de ideas en que no siempre coincidíamos, pero invariablemente nos respetábamos, y yo reconocía su autoridad, sustentada en la previsión, el sentido común, el equilibrio, su experiencia, y, sobre todo, en no perjudicar a nadie. Reconozco que casi siempre él tuvo razón, pero también debo decir que las pocas ocasiones en que la tuve yo, le costaron mucho.

Junto a un grupo de colaboradores entre los que me enorgullece encontrarme, Pacheco dirigió la fundación de los Centros Provinciales del Libro y la Literatura —nombre que analizamos hasta la saciedad en largas y enconadas reuniones que podían durar diez y doce horas—; discutía antes de su aprobación cada documento que le ponía delante para la promoción de autores, publicación de libros, información a escritores e investigación de temas literarios de cada región; apoyaba, entusiasmado, las ideas para desarrollar, homenajear, fomentar, divulgar, investigar… libros, autores, géneros, temas… mediante concursos, premios, encuentros y seminarios en que participaban escritores, editores, diseñadores, traductores, bibliotecarios, libreros… No había proyecto salido de mi pequeño team de la Dirección de Literatura que Pacheco no defendiera ante agentes internos y externos del ICL, no pocas veces frente a incomprensiones y críticas de personas plagadas de prejuicios, desinformación o envenenamiento. Nunca persiguió, ni se ensañó, aunque no toleraba la indisciplina, la haraganería, la falta de rigor, la deslealtad o la indolencia; no fue soberbio, ni autosuficiente, ni tampoco oportunista o adulón de poderosos, con todos los riesgos que ello implica, y afirmar esto son palabras mayores. Fui testigo de innumerables batallas campales para establecer un sistema que antes del Período Especial estaba listo para avanzar hacia una democratización mayor de las instituciones literarias y editoriales y dar un salto cualitativamente superior, que fue desmantelándose poco a poco por problemas objetivos que ni Pacheco ni nadie podía enfrentar.

Después me fui para la Casa de las Américas y me mantuve en contacto con él, pues nuestra amistad no disminuyó en nada, a pesar de mis desacuerdos con una política que él no eligió. Seguimos conversando periódicamente sobre lo humano y lo divino, sobre Yasín y Rubén, nuestros respectivos hijos (el mío salió del hospital, recién nacido, con una camisita que le regaló Elba, la esposa de Pacheco), y riéndonos al recordar las miles de peripecias en que nos vimos envueltos. Posteriormente pasó al Centro Juan Marinello, donde estimuló la conclusión de muchas investigaciones, y el inicio y desarrollo de otras tantas, y desplegó una labor titánica para publicar, con muy pocos recursos, los resultados de sus especialistas y divulgar en la comunidad científica sus incuestionables aportes en temas de las ciencias sociales y culturales. Paralelamente, bajo su conducción se organizaron eventos nacionales e internacionales de carácter docente y científico-cultural de gran resonancia, encaminados a discutir temas cruciales en el debate intelectual contemporáneo. Cuando se fue para el ICAIC a ocupar una de sus vicepresidencias, que atendía, además de otras responsabilidades (como la Videoteca Contracorriente, que llegó a la respetable cifra de 265 capítulos), las publicaciones, quienes lo conocíamos acomodamos el espacio en los libreros para la avalancha de volúmenes sobre cine cubano y universal que se avecinaba.

Por todo lo anterior y por otras cuestiones que no caben en estas líneas, el resultado de la labor intelectual de Pablo Pacheco merece ser recordado y tomado como guía. Muchos colegas podrán abundar en sus virtudes, a partir de sus relaciones laborales y personales, y esto no es lo común: ¿cuántos funcionarios, directores, presidentes… de instituciones no pasarán al olvido? Pacheco permanecerá en los innumerables libros que estimuló, publicó y promovió, y en su ejemplo de rigor, cultura, paciencia, previsión, lealtad a los principios, decencia y, sobre todo, generosidad.                                                                                             

 


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte