Pablo René Estévez (1) es uno de esos autores cubanos para niños que en su persona creativa aúna, a un mismo tiempo, al creador de obras de ficción y al ensayista e investigador. Así lo confirman sus numerosas publicaciones, sobre todo en el campo de la estética y, a la vez, sus libros de narrativa, por los que ha recibido premios como el “Pinos Nuevos”, “Abril”, “Heredia”, entre otros. Su currículum de investigaciones y publicaciones sobre el campo de la estética vinculado a la formación de niños, adolescentes y jóvenes es tan amplio como inabarcable para detallarlo en un libro como este. Por eso, a modo de ejemplo, apenas citaremos, algunos de sus trabajos más interesantes publicados en diversas revistas cubanas y del exterior. Muchos han sido galardonados y reconocidos en eventos internacionales: Necesidades y preferencias estético-culturales de los niños y jóvenes, El paradigma axiológico de Sueños y Cuentos de la Niña Mala, La Educación Estética, el hombre y la lámpara de Aladino, Los valores estético-educativos de La Edad de Oro, La educación estética del Hombre Nuevo, La Estética del leninismo y la cultura artística del socialismo, La Educación Estética del Hombre Nuevo, Educar para la vida a través de lo bello, La alternativa estética en la educación liberadora y La Revolución Estética en la Educación. Por eso, conversar con él, además de una charla entre creadores, deviene una clase magistral sobre estos temas que nadie mejor aborda de manera autorizada y convincente.
¿Cuándo descubriste que te interesaba escribir para los niños?
—Fue a principios de los años setentas cuando, escribiendo cuentos para adultos, descubrí de pronto al niño que llevaba dentro. De modo que (re) orienté mi “detector” de historias y, rápidamente, me sentí muy cómodo ante la perspectiva infanto-juvenil. Así escribí Viaje al Turquino, que podría considerarse como mi primera noveleta (todavía hoy inédita y sometida a un proceso de (re) elaboración que se extiende ya por más de veinticinco años); pero que estuvo entre las obras finalistas del Premio “Ismaelillo” en 1979, en un concurso en el que fungió como presidente del Jurado Omar González. Precisamente el hecho de no haber sido premiada, posibilitó que me sumiera en un proceso de reflexión, en un momento en que daba cursos de Estética en la Universidad Central de Las Villas, en torno a la orientación ideo-estética del realismo socialista —objeto de acalorados debates en las instituciones académicas cubanas de la época— y, por otra parte, en torno a las propias concepciones estéticas de la Revolución, que ya se esbozaban en Palabras a los Intelectuales, en 1961; en el discurso de clausura de Fidel en el Primer Congreso de Educación y Cultura, en 1971, y, más tarde, en la Tesis sobre cultura artística y literaria del Primer Congreso del Partido. Había sentido confusión entre la teoría de ciertos manuales importados, casi todos soviéticos (con los cuales operaba en las clases de Estética), y mi propia práctica como escritor, lo cual castró mi “fertilidad” literaria por alrededor de diez años. Por esa época, sin dejar de escribir algunos textos, más bien como ejercicios de la profesión, decidí dedicarme por entero a la investigación científica y a la reflexión, parafraseando a Martí, en las entrañas del monstruo real-socialista. Esto me ayudó finalmente no sólo a defender con éxito una Tesis de doctorado sobre Educación Estética; sino también, a reasumir una nueva perspectiva personal en torno a la creación literaria y artística en general; la cual me serviría de base para escribir el grueso de mi producción literaria para niños y jóvenes a partir de los años noventa.
¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niños?
—Desde mi perspectiva, el autor de historias para niños no puede perder de vista al destinatario de sus obras. Uno constata que, en la mayoría de los casos, los autores lo tienen presente (aunque a veces, tal vez, sin una plena conciencia de ello, como en los autores que dicen que no escriben expresamente para los niños o que escriben para sí). Lo cierto es que el niño (como el adolescente y el joven) porta rasgos tipológicos y caracterológicos diferenciados, que se corresponden con un período etario bien definido de la vida, y ya exhaustivamente estudiado por autores como H. Wallon, J. Piaget, R. E. Muuss, L. S. Vigotsky y otros, que no pueden ser ignorados por quienes escribimos para este tipo de lector. Sin embargo, ello no quiere decir que debamos “infantilizar” o “bajar el tono” en el discurso literario, lo cual ya se hizo con resultados desastrosos en otros momentos de la LIJ. En este sentido, creo que los autores cubanos contamos con un ejemplo excelso, que nos libera de cometer tal error: La Edad de Oro, una obra donde, al decir de Salvador Arias, “la riqueza estilística tiene una funcionalidad bien definida: ser el vehículo idóneo para la comunicación ideológica” [Martí como escritor para niños: Acerca de La Edad de Oro. Col. de Estudios Martianos, Letras Cubanas, 1989, p.236] o donde Martí consigue, al decir de Fryda Schulz de Mantovani, que “la emoción se haga sentimiento, el sentimiento se ampare en las ideas, y estas se sostengan y no se vendan sino al precio de la vida” [La Edad de Oro de José Martí. Op. cit., p. 95]. En fin, la problemática del tono siempre estará presente en el acto de creación y será una incógnita a despejar por el autor. Yo, en particular, trato que el mensaje ideo-estético se ajuste lo más armoniosamente posible al continente lingüístico que lo moviliza y nunca pierdo de vista que el coeficiente de inteligencia de los niños es elevado; por lo tanto, evito por todos los medios subvalorarlos como lectores potenciales de mi obra. Aparte de esto, trato de no olvidar una de las consideraciones fundamentales de Martín Vivaldi en su Curso de Redacción, cuando expresa que en la sencillez del estilo está la maestría: esa hada escurridiza de la creación literaria que pocas veces se deja atrapar.
¿Te pareces a los personajes de tu obra? ¿Cuál es tu personaje más entrañable?
—Muchas veces he escuchado a colegas identificándose con personajes específicos de sus obras o hablando del carácter “autobiográfico” de alguna de ellas. Y ello se debe, en mi consideración, a la capacidad de introversión del autor (condicionada ontogénica y filogenéticamente) y a la natural extensión de su subjetividad al plano de lo imaginario, en virtud de la unidad de los componentes racional y emocional del proceso de creación literaria que responde, a su vez, al carácter integral de la personalidad: única e irrepetible. En mi caso particular, diría más: la trilogía iniciada con Linda (que incluye además a Linda en la Ciudad del Sol y Linda sube a las estrellas) tiene un confesado carácter autobiográfico; pues recrea la historia de mi familia en un trayecto de vida que va desde mi primera infancia hasta la adolescencia, y en la que Alejandro, uno de los protagonistas, asume a grandes rasgos, claro está, mi propia identidad. Alejandro es y será, sin dudas, mi personaje más entrañable. No obstante, reconozco mi parentesco con otros personajes, como Fila (protagonista de La Casa Redonda), cuya estructura ideo-estética responde a motivaciones que me son muy cercanas. Otro tanto podría decir de Pepe (protagonista de La Cuerda Plateada) o de Rogelín (protagonista de El tocador de pito). Pues, por lo general, en uno u otro sentido (a veces por el carácter de la cosmovisión, de las convicciones ideológicas y hasta políticas) son portavoces de mis propias configuraciones valorativas acerca del mundo, de la sociedad y del hombre.
¿Cómo concibes idealmente a un autor para niños?
—Desde niño he idealizado al escritor, a quien siempre concebí como un ser “superior” y casi “divino”, al que —en algún caso más y en otro menos, claro—, quería parecerme. Y, a pesar de que, con el tiempo, mientras iba creciendo, los fui despojando de los atributos “divinos”, siempre he conservado un elevado ideal del escritor, que definiría de un modo integral; pero, sobre todo, como un ente con profundas convicciones éticas y estéticas, portador de altos valores humanos y orgánicamente insertado en su realidad social. No puedo asimilar el divorcio entre el mensaje ideo-estético de la obra literaria y la conducta ciudadana del escritor que, en cuanto actor social, no puede situarse por debajo de su obra (en el plano moral o ideo-político: vistos desde la perspectiva del progreso social), sin comprometer con ello su propia imagen ante la conciencia histórica de la sociedad: que finalmente lo juzgará como escritor y como hombre. Creo que en relación con la imagen, tenemos los cubanos un excelente paradigma: José Martí, que sintetizó, en una expresión eximia, al escritor, al hombre y al ciudadano de su tiempo; lo cual (pienso yo) debe constituir un referente insoslayable para el escritor de hoy, especialmente cuando su obra está destinada a los niños y a los jóvenes, en un mundo sometido cada vez más por fuerzas incompatibles no sólo con los ideales estéticos que a lo largo de su historia ha defendido la humanidad; sino también, con su propia esencia humana.
¿Reconoces influencias de autores clásicos o contemporáneos (de Cuba o el extranjero)?
—No creo que nadie se salve de las influencias, reconózcanse o no, y que, en alguna medida, todos nos influenciamos unos a otros (de la misma forma en que el gran pedagogo Paulo Freire decía que todos nos educamos entre todos, mediados por la sociedad). En particular, reconozco la influencia inicial, en el plano ideo-estético, de Máximo Gorki (especialmente de sus Cuentos de Italia) y, por las técnicas narrativas, de Juan Rulfo (especialmente de El llano en llamas), cuyas huellas están presentes en El abuelo que, por cierto, recibió Mención en el XIII Concurso Nacional de Literatura de los CDR, por parte de un jurado integrado nada menos que por Félix Pita Rodríguez y Gustavo Eguren. Muchos otros autores, cuya influencia no llego a concientizar, deben haber influido en mis convicciones acerca de la literatura para niños y jóvenes, entre los cuales no quisiera olvidar a Antoine de Saint-Exupèry, cuyo principito aparece como personaje ocasional en una de mis obras; ni a Andersen, con cuyos cuentos sigo deleitándome; ni a Robert Stevenson, Mark Twain, Jack London, Astrid Lindgren y tantos otros adorables fantasmas que aparecen en el horizonte de la creación literaria. Entre los cubanos, no podría olvidar a Martí (por las razones ya esbozadas y por mi raigal vocación martiana). Sin embargo, conscientemente trato de mantenerme a buen resguardo de estos fantasmas y apenas percibo el hálito de su grandeza que me tienta gentilmente desde el horizonte.
¿Cuáles fueron tus lecturas de niño?
—Siendo un niño de campo, y por demás hijo de un arrendatario pobre, mis primeras lecturas se circunscribieron a los textos de los manuales de gramática que, además de algún pasaje de La Edad de Oro, casi siempre relataban bucólicos viajes de niños de la ciudad que acompañaban a sus padres en bonitos carros de la época, y que yo devoraba con una inocente envidia. Sin embargo, como compensación, desarrollé una elevada capacidad de relación estética con el entorno natural, que ha constituido una importante fuente nutricia para el desarrollo de mi espiritualidad y, por ende, para mi propia producción literaria. Más tarde, insertado ya en un ambiente citadino, mi espectro de lecturas se amplió a textos de Charles Perrault, de los hermanos Grimm, de Carlo Collodi, de Hans Christian Andersen, de Lewis Carrol, de Antoine de Saint-Exupèry, de Robert Louis Stevenson, de Edmundo de Amicis, de Mark Twain, de Jack London y de otros clásicos de la serie literaria para niños y jóvenes. Un hecho fortuito: la decisión de estudiar ruso recién finalizada la Campaña de Alfabetización, me puso en contacto con la literatura rusa y soviética, y, en particular, con Máximo Gorki, quien habría de constituir en mi primera juventud (cuando ya era palpable mi vocación por la literatura), un modelo de hombre y de escritor. A través de esa literatura, paradójicamente, recibí algunas influencias de la poética del realismo socialista que resultarían nefastas a corto plazo.
¿Cómo insertas tu obra dentro del panorama actual de la LIJ cubana?
—Creo que mi obra se inserta orgánicamente dentro del amplio espectro (desde la dimensión maravillosa hasta la dimensión realista) de la LIJ contemporánea en Cuba; aunque con la salvedad de que, en mi obra, casi siempre lo maravilloso se sustenta en una trama enraizada en la realidad. Pienso que así acontece, por ejemplo, en La Casa Redonda, donde el elemento maravilloso se inserta en el contexto de las relaciones de una familia campesina con ciertos rasgos disfuncionales, o en la propia trilogía conformada por Linda, Linda en la Ciudad del Sol y Linda sube a las estrellas, donde lo maravilloso se inserta en un contexto marcadamente realista. Algunas obras, como en el caso de El tocador de pito, la ficción recrea pasajes de la vida real; mientras en otras, como en El perro-tren, lo real se subordina a la dimensión de lo imaginario. Por eso pienso que mi obra transita grosso modo por ese itinerario que va desde lo maravilloso hasta lo realista.
¿Qué atributos morales caracterizan a un buen libro infantil?
—Partiendo de la unidad de lo ético con lo estético, pienso que un buen libro infantil debe portar, además de elevados valores estéticos, no menos elevados valores éticos. Los atributos morales no pueden sustentarse por sí solos; es decir, si no constituyen dimensiones del propio contenido estético. A partir de ese presupuesto, creo que todo atributo moral, así como toda intención educativa, puede resultar válida: tal y como lo demuestra, fehacientemente, La Edad de Oro. Sin embargo, sería un error tomar al atributo moral o la presencia o no de intención educativa, como medida para definir la excelencia de un texto. Debe bastarnos la originalidad y la consistencia de la visión estética (que nos propone el autor) de la realidad y del mundo, en la convicción de que lo estético, cuando se pone al servicio del hombre y de la vida, se justifica por sí mismo.
Por tu experiencia de jurado, ¿cómo valoras la LIJ que se escribe hoy en Cuba?
—En realidad, no es prudente hacer valoraciones absolutas en torno a este asunto. Pues a veces, como demuestra la experiencia, hasta los propios críticos desconocen obras que fueron premiadas en concursos literarios nacionales; pero cuyas ediciones fueron modestas. No obstante, creo que la producción, en cuanto a variedad temática y estilística, y a los valores estético-formales, es altamente halagüeña; lo que encuentra su explicación, en parte, en la política de estímulo a la creación artística y literaria que, por diversas vías, se promueve en el país. La existencia de obras modestas no contradice, a mi juicio, la tendencia general; sino que constituye una condición del propio desarrollo de la serie. Creo que la frecuente incursión de autores de prestigio de la literatura “seria” (para adultos) en la LIJ representa una señal inequívoca del prestigio, cada vez mayor, que las obras para niños y jóvenes ganan en el concierto literario nacional.
Has escrito poesía y cuento. ¿En cuál te sientes más cómodo?
—En realidad, sin considerarme “poeta” en la extensión de la palabra, he escrito poesía para niños, o, al menos, he escrito un libro, cuyos primeros versos se remontan a los años setentas del siglo pasado. Sin embargo, a pesar de que la poesía se incorpora per se a mi obra literaria (como parte de mi visión “lírica” de la realidad), soy un narrador, y me siento mucho más a gusto en esta función.
¿Qué piensas de la relación literatura-mercado?
—Como he publicado obras en el extranjero, y conozco en alguna medida cómo funciona esta relación (por lo menos, en varios países de América Latina), diría que se manifiesta, básicamente, en un plano irracional. Irracional en cuanto a las normas contractuales, generalmente lesivas para el autor, que tratan de imponer las grandes editoriales; e irracional, por los imponderables de un mercado que funciona en el contexto de políticas neoliberales que dejan poco espacio para la cultura, el arte y la literatura. Sin embargo, la función docente que ejerce la LIJ, en cuanto medio idóneo para el desarrollo de las habilidades lecturales y la formación estética de los niños, hace que goce de preferencia en el mercado del libro en no pocos países. En Cuba, donde la promoción del libro y de la literatura no se subordina a los intereses del mercado, la historia resulta diferente. Después de un relativamente largo período de constricción en la edición de libros, las editoriales cubanas comienzan a recuperar sus capacidades; lo que comienza a revertirse, como era de esperar, en un incremento sustancial de autores (éditos e inéditos) y de las tiradas de sus libros. Todavía hoy, por lo que constatamos en las extensiones municipales de la Feria Internacional del Libro, en Villa Clara, la oferta de este tipo de literatura se sitúa muy por debajo de la demanda de nuestros niños y jóvenes.
¿Podrías opinar de la relación autor-editor?
—Personalmente, tengo la mejor opinión de la relación posible entre autor y editor. Creo que esta relación debe ser de cooperación, simétrica, armoniosa (en fin, estética por su forma y por su contenido). Y así ha sido en mi experiencia personal, particularmente con mi editora habitual de Gente Nueva. Ambos (autor y editor) están (o deberían estar) interesados en ofrecer al lector el mejor texto posible, y yo, como autor, siempre he estado dispuesto a agradecer el desvelo, ciertamente a veces “puntilloso”, del editor; pero motivado por elevados propósitos profesionales, que merecen el mayor respeto. En el peor de los casos, me he esforzado porque primen la cultura del trato y la flexibilidad en la relación con el editor, cuyo trabajo considero imprescindible para el acabado del libro. Cuando estos parámetros son observados por el editor, como resulta en mi caso, los resultados siempre son óptimos.
Si debieras salvar diez libros de un naufragio, ¿cuáles escogerías? ¿Alguno tuyo?
—La Edad de Oro, El principito, Las aventuras de Tom Sawyer, La isla del tesoro, El mago de Oz, Las mil y una noches, El llamado de la selva, Peter Pan, El maravilloso viaje de Nils Holgersen a través de Suecia y Robinson Crusoe. De los míos: Linda, La Cuerda Plateada y La Casa Redonda.
¿Puedes anticipar en qué obra trabajas actualmente?
—Por alguna motivación cabalística de mi duende, no me gusta hablar sobre lo que escribo. No obstante, puedo adelantar que trabajo en un libro de cuentos, en una novela para adolescentes y jóvenes, y en una investigación sobre la obra martiana.
¿Qué es para ti lo más importante en la vida?
—Son tres cosas: la familia, la patria y la literatura.
¿Qué es lo peor?
—La muerte, porque me impediría escribir el último libro.
Nota:
(1) Pablo René Estévez (Santa Clara, 1946) Algunas obras: Linda (1996), La Cuerda Plateada (1999), El tocador de pito (2000), La Casa Redonda (2000), Linda sube a las estrellas (2000, 2003), Linda en la Ciudad del Sol (2002), El perro-tren (2002), El tomeguín azul (2005).
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