III
El 10 de abril de 1971 Cortázar escribió desde París una carta a Fernández Retamar en que insistió una vez más sobre la falta de información de él y de los que apoyaban a Cuba sobre sucesos importantes de la cultura nacional en aquellos momentos: “No recibí respuesta al cable que te envié cuando llegaron aquí las primeras noticias sobre el arresto de Padilla; supongo que no tenías ninguna información que darme, como fue el caso de la embajada cubana”. (1) Diez años después, el 4 de diciembre de 1981, en carta a Mariano Rodríguez, entonces presidente de Casa de las Américas, (2) continuaba quejándose por la falta de información oficial, ahora para desmontar la propaganda contra la Revolución cubana ante el “caso” de un falso poeta en silla de ruedas, que tampoco fue inválido: “Con respecto a Cuba, sabrás de sobra que el llamado ‘caso Valladares’ ha desatado otra ofensiva de nuestros enemigos de siempre. He tenido la oportunidad de discutir el asunto con los compañeros de la embajada cubana, y les he dicho una vez más que en mi opinión ha llegado la hora de que de una manera u otra la voz cubana se haga escuchar de una manera definitiva y con toda su autoridad. Sigo creyendo que no es posible pasar por alto los ataques que tan frecuentemente nacen desde Madrid o París, sin dar a conocer exactamente los elementos de esa cuestión. La invención de mártires ha sido siempre peligrosa, y en estos momentos más que nunca. Aquí se está repitiendo de alguna manera lo del ‘caso Padilla’, que en Cuba fue reducido a sus justas proporciones, pero que en el extranjero asumió aspectos poco menos que apocalípticos. ¿No basta con esa experiencia para anular a tiempo una nueva oleada de sentimentalismo anticubano?”. (3) Antes y después de estas fechas, Cortázar insistía en el inexplicable silencio ?hoy diríamos “secretismo”? que impedía pasar a la ofensiva en ataques a la Revolución desde Europa. Por otra parte, los enemigos de la Revolución contaban ?todavía cuentan? con un arsenal de variados elementos ?basados en errores o en hechos de poca monta potenciados en noticias distorsionadas y amplificadas, desde medias verdades hasta inventos, fabulaciones, calumnias y abyectas y tenebrosas historias, todo mezclado?, para que el resultado parezca un horror creíble. A un hombre con la sensibilidad y la ética de Julio Cortázar, le dolía en el alma esta manipulación ante la que se sentía desprotegido por no contar con los elementos suficientes para esclarecer maniobras a partir de acontecimientos conocidos parcialmente, de tergiversaciones que partían de potenciar lo peor o de falsedades que intentaban desvirtuar los propósitos esenciales de la Revolución; estas últimas, eran las únicas zonas sobre las que podía actuar, por la fe en el proceso cubano.
Cuando creía tener todos los elementos necesarios para hacerse una idea del “caso Padilla”, le escribió una breve carta a Haydée, el 23 de mayo de 1971, en que reafirma “una plena confianza en muchas cosas, y sobre todo en la Revolución”, y le adjuntó la “Policrítica en la hora de los chacales”, que, como hemos aclarado, fue publicada de inmediato en la revista Casa, aunque el propio Cortázar no lo supiera enseguida, sino meses después. El poema, o más bien el texto narrativo y ensayístico, confesional y periodístico, tal y como correspondía a las fusiones de su poética, se estructura en varias partes: comienza con el más agresivo ataque a los despreciados carroñeros de los medios de prensa al servicio del dinero, a quienes espeta claramente: “es la hora del Chacal, de los chacales y de sus obedientes: / los mando a todos a la reputa madre que los parió”; posiblemente lo que más encolerizó al escritor argentino fue el cable de la UPI que intrigaba: “Padilla recuperó la libertad después de una declaración autocrítica en que confesó haber proporcionado informes secretos a Cortázar…”, comentario que ubicó como nota al pie de un verso. Este dardo venenoso estaba dirigido a crear confusión sobre su fidelidad a la Revolución, en medio de algunas detenciones que precedieron a la de Padilla: la de Raúl Alonso Olivé ?asistente de René Dumont, un agrónomo francés que decía haber obtenido de este una lista de precios de los alimentos en el mercado negro? y la del fotógrafo Pierre Golendorf, quien había viajado a La Habana para el Salón de Mayo y regresó para el Congreso Cultural, cuando solicitó su residencia en Cuba. (4) En medio de esta tensión de acoso y espionaje a Cuba, las informaciones se limitaban y las previsiones aumentaban por parte de las autoridades de la Isla. “Policrítica…” es interrumpido para aclarar la explicación del título: un grito político más que una crítica, porque “hay que gritar una política crítica, hay que criticar gritando”, actitud solo posible en los que con pasión revolucionaria y profundas convicciones no sienten miedo a tomarse ese derecho. Ante una situación tan compleja, el escritor argentino radicado en París, se preguntaba: “¿quién soy yo / frente a pueblos que luchan por la sal y la vida, / con qué derecho he de llenar mis páginas con negaciones y opiniones personales?”; y ante una generalización de “pueblos que luchan”, singulariza: “Les hablo a todos mis hermanos, pero miro hacia Cuba, / no sé de otra manera mejor para abarcar la América Latina”. Sin embargo, se encuentra con una circunstancia inexplicable, pues “Y todo empieza por lo opuesto, por un poeta encarcelado, / por la necesidad de comprender por qué, de preguntar y de esperar”. Frente a su público cubano, quiere ser justo, y en la posición del “otro” y en la suya, argumenta: “Tienes razón, Fidel: solo en la brega hay el derecho al descontento, / solo de adentro ha de salir la crítica, la búsqueda de fórmulas mejores, / sí, pero adentro es tan afuera a veces”. El texto vuelve a interrumpirse por sus obsesiones y maldiciones de latinoamericano en París que siempre lo lastimaron tanto, cuando los chacales seguían echando leña al fuego con expresiones como “el ahora francés Julio Cortázar…”, y le vuelve a brotar la agresividad: “mi patria es otra cosa, nacionalista infeliz; me sueno los mocos con tu bandera de pacotilla, ahí donde estés”.
El texto continúa exponiendo su tesis: “Y es así, compañeros, si me oyen en La Habana, en cualquier parte, / hay cosas que no trago, / hay cosas que no puedo tragar en una marcha hacia la luz, / […] / que Marx y que Lenin soñaron libres por dentro y por fuera, / […] / Por eso, compañeros, sé que puedo decirles / lo que creo y no creo, lo que acepto y no acepto, / esta es mi policrítica, mi herramienta de luz”. Cortázar se sentía con el derecho a opinar sobre Cuba, independientemente de que no viviera en la Isla, porque la defendía con el mismo cariño, tesón y sinceridad que cualquier revolucionario cubano. Quería que los malos entendidos se esclarecieran, que se distinguiera la actuación de cada cual, la actitud personal de cada extranjero amante de la Revolución cubana, pues no todos los que decían apoyar la causa de Cuba podían ser valorados de manera igual. No creía en los teatros montados ni en las falsedades de autocríticas, como ya se habían realizado tantas veces en la URSS, y como la que estaba realizando (incitado o por su propia voluntad) Padilla en La Habana, y no lo aceptaba porque desvirtuaba el verdadero sentido de la crítica: “Nadie espere de mí el elogio fácil, / pero hoy es más que nunca tiempo de decisión y de aguas claras: / diálogo pido, encuentro en las borrascas, policríticas diarias, / no acepto la repetición de humillaciones torpes, / no acepto confesiones que llegan siempre demasiado tarde”. Cortázar sabía que presentar a Padilla ante la opinión pública con esa “autocrítica” era una torpeza, y quería hallar la verdad de todos estos hechos, porque quería a Cuba, a la Revolución, y temía “…el peligro / de quedarse atascado en plena ruta, de no cortar los nudos a machetazo limpio”; por esta razón, saludaba y se despedía con una actitud de estremecedora ternura: “buenos días, Fidel, buenos días, Haydée, buenos días, mi Casa, / mi sitio en los amigos y en las calles, mi buchito, mi amor, / mi caimancito herido y más vivo que nunca”. Por encima de sus desacuerdos, pedía un lugar en la Revolución frente a sus agresores: “Déjame defenderte / cuando asome el chacal de turno, déjame estar ahí. Y si no lo quieres, / oye, compadre, olvida tanta crisis barata. Empecemos de nuevo…”. Desgarrarse el corazón y manifestar con ahínco y pasión sus discrepancias con el punto final oficial del llamado “caso Padilla” con esa “autocrítica”, tronar contra el chacalismo de los carroñeros que tergiversaron el suceso y lo implicaron a él, sentirse con todo el derecho a defenderse al expresar su sincera opinión sin creerse la farsa de la autocrítica de Padilla ?en opinión de no pocos, el propio Padilla la exageró para hacer más visible su protagonismo en un proceso estalinista tropical, pues estaba seguro de la negativa repercusión internacional?, condenar la torpe humillación o manipulación del poeta, y además, comprender y continuar apoyando a Cuba y a su Revolución, representó la mayor prueba de generosidad y grandeza de Cortázar. (5)
Casi un mes después de enviar a Haydée este texto, escribió a su amigo, el poeta y traductor norteamericano Paul Blackburn: “Sí, me gustaría mucho que Bob Silvers me mande un ejemplar de la revista con tus traducciones de Padilla. Tú sabes que este asunto ha sido una pura mierda, y que no ha terminado todavía. Por ambos lados se han cometido errores y torpezas, y el resultado ha sido malo para el prestigio de la Revolución cubana, aunque en el orden interno tal vez haya sido necesario y útil. De todos modos, para mí ha sido muy duro y doloroso sentirme ‘excomunicado’ por el discurso violentísimo de Fidel, en que nos trató de descarados y otras cosas parecidas. Fidel tiene razón en parte, porque los intelectuales europeos están demasiado dispuestos a dar lecciones a distancia, sin ser revolucionarios; pero debió tener en cuenta que hay otros escritores que son realmente amigos y sostenedores de Cuba, y que tienen pleno derecho a inquietarse por cosas tan graves como el arresto de Padilla. Yo he publicado una especie de largo poema en el que digo sin rodeos todo lo que pienso, y reafirmo mi solidaridad con Cuba; pero una solidaridad crítica, no una obediencia ciega como algunos cubanos pretenden de nosotros. En cuanto al mismo Padilla, cuando vengas te hablaré del personaje; es un excelente poeta, pero personalmente tiene defectos de carácter gravísimos, que lo han llevado a ese callejón sin salida, y a la triste comedia (o tragedia) de la autocrítica”. (6) En la intimidad de las cartas realiza un examen del “caso Padilla”, reconociendo que hay errores y torpezas en los dos lados y que el suceso ocasionó problemas para el prestigio de la Revolución. Como no conoce muchos detalles del proceso, duda que haya sido “necesario y útil” en el orden interno; sin embargo, sabía de las incontables agresiones a que era sometida Cuba, que incluían el terrorismo contrarrevolucionario, por lo que resultaba imposible evaluar la situación desde Francia. Comenta asimismo las palabras de Fidel, que considera agresivas, pero a pesar de estar incluido en las imputaciones del líder cubano, le parece que tenía, en parte, sus razones. Reafirma su apoyo a Cuba y al mismo tiempo mantiene su “solidaridad crítica”, relación que siempre sostuvo ante procesos políticos con los que simpatizaba. Como se puede comprobar, Cortázar no tiene una cara ante la opinión pública y otra para la correspondencia privada, y prima su comprensión y confianza ante un proceso social y político complejo.
Unos diez meses después del envío a Haydée de la “Policrítica… ?que Juan Goytisolo había calificado como “la palma de lo deleznable y grotesco”?, el 4 de febrero de 1972 Cortázar responde con amplitud una carta de la presidenta de Casa de las Américas. Otra vez vuelve sobre el inexplicable “gran silencio” que siguió al “caso Padilla” y que Haydée rompe por su confianza con el escritor argentino, gesto que agradece con su acostumbrada manera de relacionarse con ella. Le propone un “nuevo diálogo”, explica que necesitó ?y todavía necesitaba? saber qué estaba sucediendo en Cuba, pues estuvo mucho tiempo sin información, y por eso firmó una primera carta enviada a Fidel ?misiva que le propuso Goytisolo, y que él enmendó por parecerle “paternalista, insolente, inaceptable”, en la cual declaraban ser “solidarios con los principios y objetivos de la Revolución cubana” y que, suponiéndose privada, apareció en la prensa internacional tan pronto llegó a Cuba?; reafirma que no estuvo de acuerdo con la segunda carta “incalificable” y por eso (al igual que García Márquez) no la firmó, pues le parecía una “injerencia insolente” ?se refiere a la llamada “Carta de los 62”, una reclamación de intelectuales a Fidel fechada en París el 20 de mayo de 1971, que después se supo que la redactó Vargas Llosa, en la cual con tono prepotente y acusatorio se ensartaba una andanada de exigencias. Cortázar sabía que “las discrepancias y las reservas no excluyen la confianza e incluso la amistad”, y le comenta que sabía “que hemos estado y probablemente estaremos muchas veces en desacuerdo sobre cuestiones importantes, y que ese desacuerdo, por penoso que pueda ser, forma parte de un proceso histórico complejo y en el que nada puede ni debe ser monolítico y de una pieza”. Le aclara además que esa actitud no significa decidir entre “estar con dios o con el diablo”; le insiste que, como siempre, “en los momentos de crisis me guiaré por mi sentido de los valores ?intelectuales o morales o lo que sean? y no me callaré lo que no crea que debo callarme”. Los sucesos del “caso Padilla” significaron la ruptura de un “Frente Único” de intelectuales que apoyaban a la Revolución cubana, y posiblemente lo único valioso de estos hechos fue que se esclarecieron con nitidez posiciones de los grandes intelectuales del Boom latinoamericano: al lado de la Revolución, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, y en sus antípodas, Mario Vargas Llosa. En la propia misiva, el escritor argentino pasa a comentarle a la presidenta de la Casa de las Américas sobre la revista Libre, que como proyecto ya le había comentado a Fernández Retamar, y aspiraba a que los cubanos participaran, como “plataforma de lanzamiento privilegiada”, pues podía llegar a cualquier sitio de América Latina. (7)
Se extiende Cortázar en la carta a Haydée y le aclara que el financiamiento de Libre no venía de la “plata del diablo” ?la presidenta de la Casa de las Américas se había referido en realidad al título Metal del diablo, del narrador boliviano Augusto Céspedes, novela publicada por Casa de las Américas, en 1965, una biografía novelada del cholo Simón Patiño, el rey del estaño en Bolivia?, sino de “una mujer que lleva años financiando películas de avanzada y actividades diversas de la izquierda europea” ?se refería a Albina du Boisrouvray, heredera de Patiño, quien había apoyado proyectos culturales que podían considerarse alternativos. En Cuba y en la Casa de las Américas, había ciertas previsiones hacia la fundación de revistas que aspiraban a contrarrestar, con un maquillaje de izquierda, e incluso, admitiendo trabajos relacionados con el pensamiento de la izquierda, el filo de los mensajes ideológicos y culturales de los intelectuales revolucionarios latinoamericanos que publicaban en la revista Casa, un propósito casi público que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) financiaba, como se ha demostrado posteriormente en documentos desclasificados ?existía el antecedente de la revista Mundo Nuevo (1966-1968), fundada en París por el uruguayo Emir Rodríguez Monegal y aparentemente financiada por la Fundación Ford?. (8) Cortázar hablaba de Libre con entusiasmo, aunque sabía que se trataba de “una de las muchas revistitas liberales”, y se lamentaba de que los cubanos no participaran en ella ?él tampoco participó, pues posteriormente se desinteresó de ella al conocer su real orientación?; quizás su exceso de optimismo radicaba en la “posibilidad de convertir a Libre en una publicación barata y verdaderamente revolucionaria, con amplia difusión en nuestros países”. (9) En carta del 14 de marzo de 1971 Cortázar le comentaba a Vargas Llosa la salida de Libre, y la revista Casa en su número 69 (noviembre-diciembre) anunciaba su aparición; resultaba imposible no compararla con Mundo Nuevo. (10) El 29 de abril de 1972 Cortázar le envía una carta a Vargas Llosa, pues se había enterado por Plinio Apuleyo Mendoza de que el escritor peruano iba a dirigir el último número ?literalmente el último? de Libre. Con su acostumbrada lealtad a Cuba, Cortázar le explicó a Vargas Llosa que había visto su nombre en la lista de colaboradores, “lista absurda, que no es ni un comité de redacción ni una prueba de que se está colaborando de veras”, por lo que le informa haberle pedido a Plinio que lo eliminara de la lista, y con su honradez acostumbrada le agrega: “La cosa es tristemente simple, después del episodio de Padilla y la segunda carta de Fidel, tu actitud y la mía tomaron sus rumbos propios, y aunque oficialmente existe entre los cubanos y yo una ruptura y un gran silencio, tengo pruebas que para mí cuentan mucho de la reacción de los mejores de allá frente a mi decisión de no firmar la segunda carta y explicarme con un texto que has de conocer. Una carta de Haydée, y la publicación de ese mismo texto en la revista de la Casa, me bastan para entender todo lo que desde allá pueden y sobre todo no pueden decirme claramente, y mi decisión de seguir junto a ellos no solamente no ha cambiado sino que es más fuerte que nunca”. (11)
No hace falta insistir en la transparencia y honestidad de Cortázar, en su actitud pública y privada coincidentes, en la fidelidad indeclinable a las causas que consideraba justas, y la firme lealtad a las instituciones y amigos, sin subordinarse a lo que no entendía o no quería, y capaz de sostener la crítica cuando la ocasión lo aconsejaba. Nunca dejó de ser él mismo, y si alguna vez falló porque no calculó totalmente la labor del enemigo, fue debido a su altísima condición humana, la confianza y el entusiasmo que depositaba en los proyectos culturales que lo hacían temblar de emoción; no pocos se aprovecharon de esa característica para utilizar su gran prestigio, aunque cuando se daba cuenta, no se dejaba manipular. Reanudó el diálogo con Casa y con Cuba, interrumpido por el “caso Padilla” de 1971; dos cartas lo demuestran: el 29 de octubre de 1976 le escribía a Fernández Retamar desde Nairobi: “Tal vez hayas leído en El Sol de México los dos textos que le di después de mi maravilloso mes en Cuba. Creo que puse en ellos mucho amor y mucha objetividad al mismo tiempo, aunque como es natural ya he oído los rumores consabidos: Cortázar vendido a Cuba, le hace una propaganda desaforada. Como buen argentino mal hablado, mi respuesta es cortés pero inequívoca: la puta que los parió”. La otra carta que deja constancia de su restablecimiento definitivo con Casa y la Revolución cubana, fue la enviada a Haydée el 9 de octubre de 1979, cuando aceptó venir a La Habana en enero de 1980, y en la que manifestaba sentirse orgulloso de que la Casa hubiera pensado en él para pronunciar las palabras inaugurales del Premio. Para un número de la revista Casa a propósito del XX Aniversario del triunfo revolucionario cubano, Cortázar escribió a finales de 1978: “A tantos años ya de ese otro rayo latinoamericano que partió en dos el monocorde y siniestro cielo de la década del cincuenta, puedo decir que la Revolución cubana entraña para mí la entera aceptación de dos palabras: realidad y esperanza”. (12) Con esas dos palabras, “realidad y esperanza”, el escritor argentino estuvo al lado de Cuba y su Revolución hasta los últimos días de su vida.
Notas
(1) Ver: revista Casa de las Américas, edición dedicada a Julio Cortázar, La Habana, julio-octubre, 1984, año XXV, núms. 145 y 146.
(2) Ver: Cartas. Julio Cortázar, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2000.
(3) Ver: revista Casa de las Américas, edición dedicada a Julio Cortázar, La Habana, julio-octubre, 1984, año XXV, núms. 145 y 146.
(4) Jorge Fornet: El 71. Anatomía de una crisis, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2013.
(5)Ver: revista Casa de las Américas, edición dedicada a Julio Cortázar, La Habana, julio-octubre, 1984, año XXV, núms. 145 y 146.
(6) Ver: Cartas. Julio Cortázar, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2000.
(7) Ver: revista Casa de las Américas, edición dedicada a Julio Cortázar, La Habana, julio-octubre, 1984, año XXV, núms. 145 y 146.
(8) Ver: Frances Stonor Saunders: La CIA y la guerra fría cultural, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2003.
(9) Ver: revista Casa de las Américas, edición dedicada a Julio Cortázar, La Habana, julio-octubre, 1984, año XXV, núms. 145 y 146.
(10) Jorge Fornet: Ob. cit.
(11) Ver: Cartas. Julio Cortázar, Editorial Alfaguara, Buenos Aires, 2000.
(12) Ver: revista Casa de las Américas, edición dedicada a Julio Cortázar, La Habana, julio-octubre, 1984, año XXV, núms. 145 y 146.
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