Lajas, mi rincón querido / Pueblo donde yo nací. / Lajas tengo para ti, / Este, mi cantar sentido, / Siempre fuiste distinguido / Por tus actos tan sinceros / Tus hijos son caballeros y tus mujeres altivas / Por eso grito que viva / Mi Lajas con sus lajeros
En algún momento se extravió en la casa de mis viejos, el disco de acetato del sello EGREM con el título que enuncio en este artículo: ¡Pare, que llegó el bárbaro! No soy consciente si fuera el último grabado por el Beny y su banda gigante, pero fechado en 1961, tal vez lo sea.
A ese disco lo recuerdo de pequeño, pero de joven me extasiaba con otro, de la propia casa discográfica grabado post morten, en la década del 80. No puede definitivamente hablarse de la música popular bailable de la mayor de las Antillas, obviando a Beny Moré.
Fue fatídico aquel 19 de febrero de 1963 en que dejó de respirar. Su sepelio se cuenta entre los más concurridos de la historia, como lo dice una frase hecha: un mar de pueblo.
Bernabé Maximiliano Moré Gutiérrez, había nacido el 23 de agosto de 1919 en Santa Isabel de las Lajas, entonces provincia de Las Villas, hoy Cienfuegos. Descubrir y encauzar talentos en un aislado pueblo de la geografía insular no es nada extraordinario en la Cuba posterior a 1959 pero en la república neocolonial era tan difícil que casi se tornaba imposible.
Beny fue compositor de letra y música, cantante, arreglista y director de orquesta, y todo eso a puro talento, no conoció la academia. De todos esos oficios, sin estudios se puede cantar o componer la letra –no la música-, pero hacer arreglos, componer la música y hacer la dirección orquestal, sin estudiar solfeo ni conocer el pentagrama, es una genialidad y de ahí el calificativo del bárbaro del ritmo, porque, además, interpretaba lo mismo un bolero que una balada, un son, rumba, guaguancó, mambo, conga…
Sus primeros pasos en el arte musical los dio en el cabildo congo de Lajas, del que formaba parte de su familia. Viajó a México y allí se hizo famoso cantando con el trío de Miguel Matamoros y después en la orquesta de Pantaleón Pérez Prado hasta que hizo su banda gigante, al estilo jazzband.
Les cantó a varias ciudades cubanas. A su querida Santa Isabel, a Cienfuegos, “la ciudad que más le gustaba”, a Santiago de Cuba, Manzanillo, Marianao… Fue un músico excepcional que es paradigma para la música cubana y para el llamado mundo de la salsa latinoamericana.
Era un show man, un hombre espectáculo, con su sombrero grande, su bastón, sus pantalones anchos “bataola” a la usanza de la época, un impecable traje y una sonrisa a todo rostro, intercambiando con el público constantemente. Hizo del Alí Bar, en la calzada de Dolores y carretera del Lucero, su cuartel general artístico, en el reparto La Cumbre su vivienda y conuco, la CMQ Radio y Televisión de Goar Mestre y hermano, le hizo contratos exclusivos, aunque Radio Progreso se lo disputó. Después del triunfo de la Revolución apoyó la reforma agraria y las Milicias Nacionales Revolucionarias. Murió aquí y no en ningún otro lugar, junto a su pueblo.
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