La suerte estaba echada. Los neo marginales que se fueron posicionando en el ámbito social y cultural cubano que se entronizó a partir de los años noventa tuvieron bien definido que su mejor y único campo de acción era la música y todo lo relacionado en ella.
En el cine, el teatro, las artes plásticas, la literatura o la danza; fundamentalmente el ballet y la danza moderna no así lo folklórico, no había espacio para ellos. La razón era su falta de cultura y/o capacidad de discernimiento. No se puede acceder a esos “nichos” si solo se conoce de música clásica una de las 4 estaciones compuestas por Antonio Vivaldi y es por la saturación de la misma que hacen los medios masivos.
Eso sí; había que abonar el terreno para que “sus herederos de tercera o cuarta generación” pudieran avanzar un poco más. Entonces comenzaron a extender sus redes de clientelismo hacia las academias de esas artes. Pero la música era su fuente principal de riqueza y de especulación social.
Ellos aparecían en cuanto evento musical se desarrollara y se atrevieron a emitir criterios “cuasi doctorales” incluso en presencia de aquellos que merecían todo su respeto. Sólo que la balanza estaba a en contra de la inteligencia. Ellos lo sabían y supieron sacar partido del asunto. Eso sí, su centro de atención, al menos en ese entonces era la música popular bailable, no así otros géneros de la música popular cubana, a la que cerraron espacios de conjunto con sus acólitos que se escudaron en criterios economicistas emergentes.
En nombre de un plan de ingreso mutilaron ciertos espacios y nombres de la historia musical cubana que para ese entonces no pudieron incorporarse a la corriente principal; no era por falta de calidad; era simplemente que no representaban un rédito personal jugoso.
Personalmente fui testigo del momento en que un de ellos cerró las puertas a la orquesta Aragón y en un franco ataque de soberbia llegó a afirmar que “era una orquesta pasada de moda”. El involucrado fue arrastrado por el carro de la historia y la Aragón sigue montada en su carro de triunfos y sumando seguidores.
Al similar ocurrió con una de las mejores bandas de rock cubana de todos los tiempos, Paisaje con Río. El involucrado llegó a afirmar que “…su local no estaba diseñado para esa turba de peludos dando brincos que no consumen…”. Era su local personal, no el de la cultura.
Pero donde más brillaron los neo marginales, esos que cierto amigo llama “de segunda categoría o segundo escalón” fue en el mundo de los eventos que se realizaban y realizan en los teatros. De ellos son las puertas del reino de la cultura, sobre todo en el mismo instante en que descubrieron que en esos espacios funcionaba más vender a los asistentes rositas de maíz, caramelos y otras confituras que un programa alegórico a lo que se estaba presentando.
En un abrir y cerrar de ojos pasaron de las ventas clandestinas en las puertas a disponer de algunos espacios en el interior de los mismos y ampliaron su oferta. Fue en ese momento que el asistir a una función en un teatro perdió la identidad y la elegancia que le caracterizaban. El fenómeno se hizo indetenible y hoy amenaza con extenderse.
No hay nada más desagradable que el acto de escuchar mascar rositas de maíz, en el mismo instante en que un actor comienza su monólogo o un bailarín ejecuta una pirueta de esas que merecen atronadores aplausos.
Mas, lo popular bailable fue menguando a comienzos de la década siguiente; justo cuando comenzaba el siglo. Hubo razones sociales de peso, puntos de vistas subjetivos y cierto desconocimiento del papel de la música bailable en el entramado cultural de la nación; o como dijera sabiamente alguien “demasiados negros en el potaje y muy poco arroz”.
A lo bailable se le cercó de tal manera que un buen día se decretó la muerte de la Tropical como espacio líder de lo popular bailable. Un marginal borró de un plumazo setenta años de historia. Ciertamente como anunciaban en sus comienzos las campañas para prevenir las ITS y el VIH “la promiscuidad mata” y esa visión promiscua se impuso.
Solo que los marginales de nuevo tipo no contaron con el hombre de barrio. Sobre todo, con aquellos que al comienzo del presente siglo no estaban en condiciones económicas de ser incluidos entre los elegidos por ellos para el disfrute de la música.
Se trata de una generación que con veinte pesos era feliz y el hip hop y el naciente reguetón le eran más afines. Eran esos desclasados que soñaron con “un escenario para tener fama y fortuna” y que encontraron en las rimas y el golpe del beat constante una razón para expresarse y que como premio de consolación tenían un espacio en Alamar.
Allí, en la ciudad dormitorio más grande, pensaron los neo marginales que podían recluir y satisfacer las ansias de ese lumpemproletariado, que no estaba a su altura. Allí se abrieron las compuertas de otros fenómenos que nadie previó y que, en breve tiempo, en muy breve tiempo, pondría patas arriba el mundo de la música en Cuba.
En espera de ese momento figuras como Vico C, Tego Calderón y Don Omar eran los héroes sonoros de los nuevos públicos cubanos.
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