Pensar en… marginales punto CU y otros asuntos musicales (V)


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Una nueva dinámica en el consumo de música en Cuba se había entronizado a partir de los años noventa, sobre todo después del año 1994 una vez que se decretó la libre circulación de las divisas extranjeras, fundamentalmente el dólar estadounidense. No importaba que el estado cubano hubiera pensado en un paliativo para su circulación y tenencia –el CUC--, se trataba de una pelea de león a mono y el simio con la boca a medio tapar.

La tenencia de USD condicionaba los niveles de acceso a los espacios bailables que funcionaban en esa moneda, en el que reinaba la música popular bailable y asociado a ella, parasitando, estaban “los cancerberos” de sus intereses y quienes promovían criterios excluyentes en nombre de un “cumplimiento” pocas veces honesto.

Ciertamente la apuesta por la música bailable estaba dando sus resultados, sólo que su consumo en directo resultaba la mar de veces, muy caro para un importante segmento de población, especialmente los que en esos años estaban pasando de la niñez a la adolescencia y aquel derroche de notas en los metales no les motivaba; incluso me atrevo a afirmar que no les interesaba o representaba a nivel social. Ciertamente eran los hijos del período especial en materia de música, pero tenían sus propios intereses y ellos pasaban por dos caminos sonoros en los que los neo marginales no habían reparado: la música electrónica y el hip hop; dos movimientos a tendencias que no tenían el suficiente peso económico como para llamar su atención.

El hip hop cubano, o simplemente el rap, no era lo suficientemente atractivo como para aportarles recursos. Además, de acuerdo al parecer de los neo marginales “se trataba de un movimiento que no tenía futuro (…) y no pasaría de los reductos de Alamar”; ciertamente esa ciudad dormitorio se convirtió en el gran laboratorio en el que se fueron mezclando ideas, tendencias y propuestas que con mayor o menor validez irían conformando la base fundamental del rap cubano de esos años.

Los raperos cubanos de esos años funcionaban como una gran cofradía o una mutual al estilo de la novela de Alejandro Dumas: “uno para todos y todos para uno” y esa relación de lealtad partía de un presupuesto fundamental: no había distinciones ni jerarquías económicas; al menos entre ellos y su público natural.

Todo se hacía de manera cooperada; no importa que en la cima de la cadena profesional estuviera el DJ que hacía las mezclas, su estatus superior lo definía el poseer las máquinas; por lo demás era un soldado de la causa del rap cubano.

Puede que algunos personajes del mundo neo marginal hayan sentido que una posible expansión del fenómeno del rap cubano a los medios masivos o al mundo discográfico pusiera en peligro su hegemonía económica y social, y se hayan aventurado a aplicar fórmulas represivas que incluso llegaron a poner en riesgo las convocatorias sabatinas en el Anfiteatro de Alamar, a esta actitudes se opuso la inteligencia y los argumentos sólidos que esgrimió en cada momento quien sería a la luz de los años el gran vocero del rap cubano: “Rensolis”,  que en ese entonces formaba parte del grupo de jóvenes que desde la Casa de la Cultura de esa localidad asumía el asunto recreación con acusada seriedad.

Pero en el fondo había una alta cuota de racismo en la actitud de los neo marginales en su mirada al rap cubano. Y sí; la mayoría de los raperos eran negros, vivían en esos barrios a los que ellos solo acudían en busca de consuelo o protección religiosa, aunque alardearan de tener amigos y conocidos en X solar de la ciudad.

Pero si Alamar era el centro del mundo del rap cubano hacia el oeste de la ciudad, en ese mismo momento se estaba generando un movimiento interesante en materia de consumo de música y este movimiento involucraba a los hijos, amigos y parientes de los neo marginales y no era otro que el consumo de música electrónica y junto a ese consumo, el nacimiento de un fenómeno underground con características etnológicas muy definidas: todos blancos; o fresitas como se les llamaba en el ambiente de los promotores de estos eventos.

Durante  la década de los años setenta el compositor Juan Blanco se propuso acercar a cuanto público le fuera posible a la música electroacústica; a ese fin organizó conciertos, talleres y conferencias en diversos espacios en los que no hubiera ojeriza con esa forma de hacer la música, que en un momento se consideró parte de las vanguardias sonoras del siglo XX. El espacio más recurrente fue la Casa de las Américas y en ello tuvo mucho peso su amistad con el compositor Harold Gramatges, con quien compartiera labores en la sociedad Nuestro Tiempo.

La tarea tuvo sus primeros frutos cuando a fines de esa década dos jóvenes músicos cubanos ganan un importante premio en Francia. Juan Piñera y Edesio Alejandro son los únicos músicos cubanos que han merecido el premio de composición que otorga el Instituto George Pompadour  que los situó al mismo nivel de otros premiados, cuya carrera era ya de por sí importante a nivel mundial como el caso del francés Jean Michelle Jarret. Junto a ellos uno de sus hijos; Juan Marcos Blanco, asume la música electroacústica como forma de expresión y la vincula con lo mejor del teatro cubano de aquellos años.

Sin embargo; será su hijo Enmanuel Blanco quien se proponga y se aventure a crear espacios y talleres de formación de nuevos talentos que abracen lo electroacústico y toda su vinculación con las nuevas tendencias musicales. Es decir; es Enmanuel Blanco el gran gurú del surgimiento y desarrollo de la música tecno y house en Cuba organizando talleres con algunos de sus compañeros de estudios y captando a músicos empíricos o a jóvenes que comenzaban a interesarse por el fenómeno de la música electrónica, a partir de su interacción con otras artes y propuestas tecnológicas, y que se llamaba multimedia; un concepto que por años defendió y asumió en sus obras Juan Blanco y que muy pocos asumieron.

Los primeros DJ cubanos, cuyos nombres se pierden en el anonimato, tuvieron como punto de partida el uso fundamental de la cinta magnetofónica; pero ya en los años noventa y subsiguiente fueron ganando en implementos tecnológicos y en dominio de información académica en materia de música, lo que les permitió dar a sus propuestas una calidad superior. Sólo que al igual que los muchachos del hip hop no tenían ni espacio ni soporte oficial que no fuera el apoyo de papá para que no se metieran en problemas.

El que la música popular bailable fuera el centro del consumo masivo no opacaba la presencia de segmentos de públicos con intereses musicales diversos y diferentes, incluso que denostaran lo popular bailable por considerar que no les representaba; y tenían todo el derecho. Y es que fue tal la actitud divisionista asumida y esgrimida por los neo marginales para proteger sus privilegios que encontraron acólitos dispuestos a denostar el pop y el rock cubano y a cerrarle cuanto espacio fuera posible.

Pero nunca contaron con el hecho de los músicos cubanos, en su gran mayoría, son más gregarios que secesionistas y tras bambalinas se fueron concretando sueños e intercambiando pareceres, admiración y puntos de vista que trascendieron de lo popular bailable al rock y al pop y de estos a lo popular bailable. Sólo que la proverbial ignorancia de los neo marginales no les permitió entender este proceso.

Ese segmento de población joven, blanca y de una posición económica diferenciada, necesitaba expresar y asumir su desacuerdo con la música popular bailable; aunque estuviera presta a mover la cintura si fuera necesario; necesitaba su espacio social que de alguna manera le era negado; o debían compartirlo con la música popular bailable algo que no les interesaba. Fue entonces que nacieron “las fiesta house” y en aquellas casas donde hubiera espacio suficiente y se permitiera cierta “libertad”.

Los DJ ahora tenían trabajo y más que reproducir música electrónica de moda tenían la oportunidad de presentar su trabajo personal y sentar las bases para conseguir grupos de seguidores o fanáticos de su trabajo.

La ciudad estaba expuesta a esa división que la determinaban el color de la piel, el barrio en que se vive y la música que se disfruta o sigue. Al este el rap y su denuncia de males sociales, sobre todo la discriminación; al oeste las fiestas house y el desinterés por los asuntos mundanos. En algún momento debían de converger esos dos grupos sociales, algo o alguien debía ser catalizador. Todo apunta al año 1997 como el momento en que comenzará a ocurrir un gran cambio.


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