Perucho Figueredo, hombre de leyendas hermosas y de gloria


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Juventud Rebelde destaca hoy a toda portada la figura del patriota Perucho Figueredo, creador del Himno Nacional, de quien, afirma, fue un hombre de sufrimientos, leyendas hermosas y de glorias.

El diario señala que el patricio, llamado Pedro Felipe Figueredo Cisneros, nacido el 18 de febrero de 1818, fue Mayor General del Ejército Libertador y Secretario de la Guerra con méritos conquistados a base de sacrificios colosales.

Añade que en caso de que fuera rodada una película sobre Perucho, como es denominado con cariño y respeto, aumentaría la admiración por aquella hornada de patriotas que, para fundar una nación cambió la comodidad de la almohada de plumas por las severidades del monte.

Quién no se estremece leyendo el fragmento de la carta escrita por Perucho a la mujer queridísima unas horas antes de ser llevado al pelotón de fusilamiento, en agosto de 1870, en Santiago de Cuba.

Expresa el diario que el autor del Himno también vivió orondo de ser amigo de Carlos Manuel de Céspedes, con quien tuvo lazos familiares pues Eulalia, uno de sus retoños, se casó con Carlos Manuel de Céspedes (hijo) y otro de sus frutos, Blanca, se unió con Ricardo Céspedes, hijo de Francisco Javier y sobrino del Hombre de Demajagua.

Con Céspedes me uniré y con él iré a la gloria o al cadalso, diría Figueredo cuando alguien intentó disuadirlo del levantamiento armado, una prueba de que confiaba en el pensamiento de su antiguo compañero de estudios, precisa la publicación.

Era un músico consumado. Tocaba distintos instrumentos, pero tenía pasión por el piano. De noche Perucho rasgueaba el blanco teclado de su piano y hacía que sus cuerdas, hendiendo los aires, produjeran las más dulces y armoniosas melodías, relató Fernando Figueredo Socarrás, el primer biógrafo del héroe.

Experto dibujante, brillaba, además, como literato pues, al decir de Fernando, «manejaba la crítica con gracia y con ironía: en el epigrama era intencionado y chispeante (…) escribió muchos cuadros de costumbres y poesías satíricas».

Perucho era un esqueleto vivo cuando fue capturado junto a casi toda su familia en las cercanías del río Jobabo, pues estaba muy enfermo entonces en pleno monte.

Le propusieron en el calabozo perdonarle la vida si a cambio dejaba la causa de la independencia, aun con la respiración en un hilo no aceptó pactos con el enemigo.

De esa historia desgarradora pero ejemplar se desprende que el hombre cuyo bicentenario celebramos hoy tiene que haber repasado en su memoria, de pie, en la hora final, un fragmento de su propio himno: «¡Morir por la Patria es vivir!», concluye el periódico de la juventud cubana.


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