No viví las primeras décadas de la República con Estrada Palma y la Enmienda Platt y la segunda intervención yanqui con Mr. Magoon, el introductor de la “botella”, cargo público por el que se cobraba sin trabajar.
No viví las luchas entre liberales y conservadores, con José Miguel Gómez, el famoso “tiburón” que se bañaba, pero salpicaba, robaba y dejaba robar; y con Mario G. Menocal, el “mayoral” que venía sonando el cuero o el “chino” Zayas, con su estatua con una mano apuntando al Palacio Presidencial y la otra en el bolsillo, lo que, según los habaneros, quería decir: lo que me robé de allí lo guardo aquí. No viví la época de Gerardo Machado, “el asno con garras” que aseguró a los yanquis que no permitiría huelgas y convirtió el asesinato y la tortura en método de gobierno, hasta ser derrocado por una victoriosa huelga general.
No viví la Revolución del 30 que se fue a bolina a manos del sargento Batista, nuevo hombre fuerte apoyado por los yanquis para sustituir a Machado durante once años.
Mis recuerdos de la niñez, se remontan a 1944 en que Ramón Grau San Martín ganó arrolladoramente las elecciones presidenciales frente al candidato oficialista. Grau era el candidato de un partido que se había apropiado del nombre del partido fundado por José Martí: Partido Revolucionario Cubano, al que añadían, entre paréntesis, el calificativo de Auténtico, con el que se identificó y conoció tal partido.
El Auténtico, como el resto de los partidos burgueses, carecía de programa y sólo empleaba consignas demagógicas para captar la simpatía popular. Las de Grau eran “la cubanidad es amor”, “las mujeres mandan”, “hay dulces para todos” y prometía que cada cubano tendría cinco pesos en el bolsillo como símbolo de seguridad económica.
El gobierno de Grau se caracterizó por el robo a la mayor escala. Su Ministro de educación se llevó, completo, el presupuesto de todo un año del ministerio a su cargo, con lo que, entre otras cosas, compró el estadio de pelota de Miami. A tal extremo llegó el latrocinio que un famoso brillante situado en el interior del Capitolio Nacional, sede del Congreso de la República, fue hurtado. Tan grande fue el escándalo, que finalmente, el brillante reapareció… sobre el escritorio del señor Presidente de la República. Pero Grau, a quien por su estilo oratorio el pueblo comparó con el personaje cómico mexicano Cantinflas, no fue sólo un ladrón bufón, bajo su gobierno proliferó el gangsterismo y la violencia entre grupos rivales, a los que dotó de medios para que se aniquilaran entre sí.
Otro auténtico, Carlos Prío Socarrás, sucedió a Grau en la presidencia del país en las elecciones de 1948. La bonanza de los años de postguerra, la vinculación de otros partidos al régimen de Batista y el financiamiento de una maquinaria electorera que compraba votos en efectivo, con empleos públicos y “botellas” u otros favores, posibilitaron el segundo período auténtico en el poder.
Con Prío siguieron el latrocinio y la corrupción. Él mismo era un drogadicto. Para complacer a los yanquis persiguió a los comunistas, asaltó los sindicatos y puso al frente de ellos a verdaderos esbirros. El gangsterismo llegó a su apogeo. Prío llevó al grado más alto todos los vicios republicanos y del régimen auténtico.
El Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), fundado por Eduardo (Eddy) Chibás, con el lema de “vergüenza contra dinero”, y una escoba como símbolo del propósito de barrer con los males que afectaban a la República, aún después del suicidio de su fundador ante los micrófonos de radio en el momento de transmisión de su programa semanal, con el propósito de sacudir a la opinión pública nacional, se perfilaba como el ganador en las elecciones previstas para junio de 1952.
En marzo de ese año, el exgeneral Batista, de regreso de EEUU, dio un golpe de estado con el apoyo del ejército y tomó el poder con el beneplácito yanqui, iniciando el período de más sangrienta represión en la historia republicana. Los caminos políticos establecidos por la Constitución de 1940 fueron cerrados. Batista no le dejó al pueblo cubano otra opción que la lucha armada.
Un censo realizado en 1953, demostraba que el 75% de las viviendas campesinas eran hechas de yaguas o madera y piso de tierra, el 90% carecía de baños y el 54% no disponía de servicios sanitarios o letrinas. Sólo el 12,4 % tenía electricidad.
La cifra de campesinos analfabetos mayores de diez años era del 41,7% del total. Una encuesta realizada en 1957 por estudiantes de la Agrupación Católica Universitaria, indicaba que, entre la población rural del país, el 99% no comía pescado, el 96% no comía carne ni pan, el 97% no comía huevos y sólo el 12% tomaba leche.
El 50% de las tierras estaba en manos extranjeras y 200,000 familias campesinas carecían de tierras, mientras 300,000 caballería de tierra estaban sin cultivar.
Sobre la situación de la niñez y la juventud, hay cifras elocuentes. Con una población total de seis millones de habitantes, había 600,000 niños sin escuela, el índice de analfabetismo era del 24,6%. Sólo el 50,9% de los niños entre 6 y 16 años asistía a la escuela. Sin embargo, había diez mil maestros sin empleo. La mortalidad infantil era de 60 por cada mil nacidos vivos. Más de un millón de personas estaban desempleadas.
Si a lo anterior le añadimos la situación de discriminación en que vivía la mujer, tanto desde el punto de vista laboral como social, y la de la población negra y mestiza, víctima de medidas segregacionistas que le impedían el acceso a centros de trabajo y de recreo y aún, a lugares públicos; puede apreciarse que la inmensa mayoría de la población vivía en lamentables condiciones materiales y morales y deseaba un cambio radical de la sociedad.
Fue, precisamente, de las filas de la juventud ortodoxa, de su sector más radical, que surgió la fuerza, dirigida por Fidel Castro, que con el asalto a los cuarteles de Santiago de Cuba y de Bayamo el 26 de julio de 1953, inició el ataque contra el régimen neocolonial imperante y propuso un camino de independencia nacional y justicia social que, en pocos años de lucha, derrocó a la tiranía con el concurso de la inmensa mayoría del pueblo.
El Moncada demostró ser, históricamente, la alternativa cubana para la victoria popular.
Nota del Editor: Dada la significación histórica de la fecha, el equipo editorial CUBARTE retoma este artículo de Rolando López del Amo publicado el 25 de julio de 2016 en nuestro periódico.
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