Desde los años sesenta del siglo pasado, el teórico francés Edgar Moran —máximo exponente de la Teoría Culturológica— definió a la producción mediática como la más novedosa expresión de la cultura masiva contemporánea.
Sin embargo, aún en las postrimerías de la segunda década del siglo XXI, perviven enfoques y perspectivas que sustentan una visión peyorativa de las creaciones generadas por los medios de comunicación electrónicos, arguyendo que su altísimo volumen y su consumo simultáneo por millones de televidentes les despoja de su valor cultural.
De esa manera se olvida que durante la primera mitad del siglo XX cubano, la producción mediática electrónica concentró el mayor volumen y diversidad de la creación artística nacional; en especial la vinculada a la narración, la poesía, la dramaturgia, la música más variada, e incluso, la cinematografía.
La mirada peyorativa de la función cultural de la producción mediática y el divorcio entre diversas instituciones del sector, estructuraron una mirada reduccionista que anulaba el valor cultural de los productos simbólicos, solo apreciado por devenir soporte de las manifestaciones artísticas tradicionales. Así, ignorábamos que los singulares modos de hacer, cánones y códigos de la producción mediática constituyen per se una de las formas más importantes de la cultura popular.
Por mucho tiempo la nefasta práctica de confinación en un solo escenario artístico-comunicativo impuso a nuestros actores, actrices, bailarines, cantantes, directores y guionistas la elección entre radio, televisión, teatro y espectáculo nocturno; truncando una simultaneidad y circulación histórica que enriquecía a todos los integrantes del entramado social.
Era la época cuando muy pocos artistas del universo mediático obtenían las máximas distinciones que otorgaba el Ministerio de Cultura.
Felizmente desde hace unos años, nuestro sistema cultural nacional muestra la asunción de una visión teórica y una praxis diferentes. La revalorización de la creación gestada en la radiodifusión deviene percepción inclusiva que enriquece al arte y repercute directamente en el consumo cultural cotidiano.
Entre otros ejemplos, destacamos: la concepción de un sistema audiovisual nacional donde la televisión se relaciona de diversas formas con el video —videos clip, documentales o videoarte—, la cinematografía y la informática, que llega hasta la iluminación inteligente; algunos dramatizados televisivos unitarios habituales intensifican su lenguaje cinematográfico y extienden sus tiempos tradicionales de emisión, convirtiéndose en verdaderos largometrajes que se estrenan en las salas de cine, se comercializan en formato DVD y compiten en importantes festivales de cine dentro y fuera del país donde nuestros realizadores, actores o actrices, acumulan premios con gran celeridad.
Penumbras —del director de televisión Charlie Medina—, fue una de las primeras en esta tendencia, con sus galardones en realización y actuación obtenidos en Puerto Rico; y Conducta —escrita y dirigida por el guionista, documentalista y director televisivo Ernesto Daranas—, sigue cosechando importantes lauros en eventos foráneos y arrasó en el último Festival de Cine Latinoamericano celebrado en La Habana. Ellos son solo la punta del iceberg.
Fuera del ámbito dramatizado, el proyecto Lucas —programa de la televisión creado para difundir los videos clip— además de promover estas piezas audiovisuales musicales, ha estructurado un movimiento mediático-cultural que llega a diversos escenarios y soportes tecnológicos; ya sea en sus propios espectáculos teatrales, concursos, plegables y libros editados por el Instituto de Radiodifusión e Internet.
Este versátil proyecto ha generado varias ofertas televisivas, potencia una estética audiovisual que era casi inexistente en el panorama cultural y ha creado sinergia entre agentes sociales afines como la discografía, la música y la Industria Cultural nacionales.
Le sigue los pasos Cuerda viva, otra propuesta musical televisiva que promueve una zona de la música casi subterránea en el quehacer cotidiano y que también se extiende a los teatros y crea su propio festival.
No obstante, el 13 de enero del 2015 un suceso demostró que las transformaciones del sector cultural rebasan lo formal, lo comunicativo, e incluso lo mercantil: ese día, la única Universidad de las Artes cubana, otorgó el grado científico de Dr. Honoris Causa a Jesús Cabrera, fundador de la televisión cubana y colombiana, camarógrafo y, hasta nuestros días, un exitoso director de programas televisivos.
En su vasto bregar Cabrera exhibe, por ejemplo, su colaboración a la televisión angolana, nicaragüense y venezolana; y su dirección en una extensa lista de programas televisivos.
Entre las series dramatizadas descuella Finlay —ícono de las telenovelas históricas después del triunfo de la Revolución—, escrita por un guionista de la talla de Enrique Núñez Rodríguez. Su alto nivel histórico, dramatúrgico y estético acercó a la población a la vida, los aportes y las circunstancias de un científico cubano excepcional: Carlos J. Finlay.
Inspirándose en las series policíacas, fue uno de los primeros creadores de la televisión cubana que volcó su experiencia a otras productoras audiovisuales; como la del Ministerio del Interior, donde aún colabora. Desde allí, en los pasados años ochenta, realizó series de continuidad que estrenaron en la televisión la temática del quehacer de los agentes de la inteligencia cubana que arriesgan sus vidas en el exterior para protegernos del terrorismo organizado fuera de fronteras.
La paradigmática En silencio ha tenido que ser y su segunda parte, El regreso de David, escritas por Abelardo Vidal y Nilda Rodríguez, provocaron un intenso fenómeno comunicativo extendido —con otros protagonistas— a Julito, el pescador.
Un día este hombre sobrepasó esa dimensión y vislumbró la necesidad de la formación teórica integral de los especialistas de la radiodifusión. Entonces diseñó su concepción de la Facultad de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte, que propuso a las autoridades pertinentes. Cuando en los años ochenta esta estructura docente fue aprobada, se hizo justicia y su creador fue designado Decano. A ella consagró largos y fructíferos años.
Más allá de la singularidad de la trayectoria de Jesús Cabrera, esta distinción —otorgada en el año del 65 aniversario de nuestra televisión—, deviene símbolo de los nuevos tiempos, pues con ella se honran sucesivas generaciones de cubanos que han consagrado sus vidas a este medio de comunicación dentro y fuera de Cuba.
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