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Presentado título inaugural de Editorial Sensemayá de la Fundación Nicolás Guillén


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Presencia negra en la cultura cubana, compilación de la doctora Denia García Ronda, volumen inaugural de la Editorial Sensemayá de la Fundación Nicolás Guillén, fue presentado en la sala Martínez Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Este título reúne las conferencias impartidas por un numeroso grupo de profesores y especialistas cubanos, las cuales fueron trasmitidas en el espacio televisivo Universidad para todos y fue presentado por la ensayista y presidenta del Instituto Cubano del Libro Zuleica Romay Guerra, quien ha desarrollado una amplia investigación acerca de este abarcador asunto.

Esta presentación, dedicada  a homenajear el 114 aniversario del natalicio de Nicolás Guillén, se hizo coincidir por los organizadores con igual acción acerca del  número tres de la revista La Gaceta de Cuba, correspondiente a los meses de mayo-junio del 2016 por la Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas, doctora Ana Cairo.

Nicolás Hernández Guillén, presidente de dicha Fundación, expresó en la intervención introductoria del encuentro “hoy somos los huéspedes de Norberto (Codina), nos beneficiamos de su amistad y del extraordinario público que siempre asiste a las presentaciones de La Gaceta, porque somos muy buenos amigos y porque Nicolás Guillén fue el fundador de esta revista, y estamos haciendo un homenaje al 114 aniversario de su natalicio”.

Más adelante afirmó que la destacada intelectual cubana   Zuleica Romay, tendría a su cargo la presentación del título, y que su elección para este fin tenía mucho que ver con que la misma tiene ya dos importantes libros publicados a propósito del tema de la racialidad  en Cuba: Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2012, merecedor del Premio Extraordinario de Estudios sobre la presencia negra en las Américas y el Caribe contemporáneos, en la edición 53 del Premio Casa, y el más reciente Cepos de la memoria (Ediciones Matanzas,
2015).

Por su importancia y lucidez, consideramos muy beneficioso publicar de manera íntegra la presentación de Zuleica Romay al texto Presencia negra en la cultura cubana.

Bienvenida Sensemayá y sus 500 páginas de Presencia negra en la cultura cubana

En esta era de angustiosa preocupación por el retroceso en los niveles de lectura de letra impresa, resulta alentadora circunstancia que la sobreviviente magia de la televisión se refugie en las páginas de un libro. Y también que nos sintamos convocados, precisamente, por la aspiración de repasar aquello que ya vimos y escuchamos, o por atesorar la memoria de un tipo de experiencia comunicacional que la pobreza tecnológica, los escasos numerarios o la pereza institucional pudieran tornar irrepetible.

Aplaudo la iniciativa de transitar de la pantalla al libro, de multiplicar lenguajes para explicar a nuestra atolondrada y olvidadiza humanidad de dónde venimos y a través de qué intrincados caminos hemos llegado hasta aquí. También confieso la intención de anotar en mi curriculum “virtual” –pues esta acción, en el futuro, pudiera acrecentar mis méritos como conferencista–, que tuve el honor de presentar el primer título de la editorial Sensemayá nada más y nada menos que en la sede de la UNEAC.

Denia y Nicolasito recordarán mis dudas sobre la funcionalidad de un libro que se atuviera a los presupuestos cronológicos inherentes al quehacer historiográfico, y mis alocadas sugerencias de un agrupamiento temático que conquistara la atención del lector, en virtud de su dinámica interna. Afortunadamente, comprendí mi error mucho antes de la página final. Porque una de las mayores virtudes de este libro es que, siendo esencialmente un compendio de Historia Social, no muestra mucho respeto por las parcelas disciplinarias que fundó el pensamiento social de la modernidad.

 

La que hoy denominamos Historia Social puede ser contada de muchas maneras: desde la construcción del conocimiento científico, al estilo del irlandés John Desmond Bernal; según las relaciones entre la economía, la cultura y la política, como experimentó, magistralmente, Eric Hobsbawn; e incluso como crónica de lo epidérmico y aparentemente trivial, estrategia discursiva que ejemplifican varios libros de Gilles Lipovetsky.  Dar cuenta del devenir social siguiendo la huella de uno sus grupos preteridos, reconstruir la Historia de quienes, supuestamente, no tenían algo trascendente que contar, permite develar los invisibles mecanismos de subversión de las culturas hegemónicas que, en todos los tiempos y todos los espacios, han quebrado el inferiorizante anonimato de las capas populares. Es precisamente eso lo que este libro logra.

 

Los que tuvimos profesores de Historia que gustaban de la Literatura y maestros de Literatura que reconocían la historicidad del arte, gozamos de una suerte excepcional. Porque pudimos constatar la frustración republicana en los versos de José Manuel Poveda y el sardónico criollismo de Carlos Loveira; entender, a través de los proyectos, contradicciones y conflictos del Grupo Minorista por qué la década del 20 fue crisol de un nuevo proyecto de país, que alcanzó su cenit en la Revolución del 33. Y sospechar, al leer las páginas literarias de Enrique José Varona, que el prefijo “pseudo” estaba de más, porque con todo y lo neocolonial que resultó, lo que conquistaron los machetes mambises fue una República, no un protectorado.

 

La colonia construyó –como bien nos explican Sánchez Porro, Jesús Guanche, Gloria García, Gabino La Rosa, María del Carmen Barcia, Olga Portuondo y Oilda Hevia–, una sociedad con estratificaciones múltiples, entre las cuales la asociada al color de la piel ha mostrado alta capacidad de reproducción adaptativa. Entender por qué sucedió de esa manera y qué impactos tuvieron esos procesos en la experiencia vital de la cubanidad, resulta imprescindible para asumir y enorgullecernos de nuestros múltiples orígenes, caótica amalgama de raíces a la que África y Europa aportan los trazos más visibles.

 

La cuestión racial –expresión con la que aludimos al conjunto de representaciones, discursos, relaciones y prácticas sociales en las que el color de la piel y ciertos rasgos fisonómicos constituyen variables de alta significación–, es una importante dimensión en la que se expresa el imaginario social cubano. Apreciaremos su capital importancia según avancemos en la lectura de este libro, desde su primera sección–dedicada a la sociedad colonial–, hasta la tercera y última, referida al periodo revolucionario. Un ejercicio de lectura sucesiva de los textos que Ana Cairo o Denia García Ronda van diseminando a lo largo del libro, también nos permitiría distinguir, de forma más expedita, las ideas que otorgan unicidad a temas aparentemente tan diversos.

Descubro en este libro cualidades que incrementan sus méritos académicos. Una de ellas es la mirada cuidadosa que –trascendiendo la imposición lingüística, la coacción religiosa y la inferiorización esteticista que caracterizaron la experiencia colonial–, repara en el arsenal de herramientas simbólicas que en la sociedad cubana naturalizaron las relaciones de dominio, tanto en la colonia como en la República. Que el látigo, el grillete, el sistema económico y las leyes se auxiliaron de instrumentos más sofisticados, se percibe en los trabajos de Yolanda Wood, Jesús Gómez Cairo, Luz Merino y Tony Pinelli, dedicados a desentrañar, de una u otra forma, la dimensión subjetiva de los procesos de dominación y el papel que en ellos juega la cultura.

La rebeldía que nos legaron nuestros ancestros adquiere en estas páginas la credibilidad de lo diverso: activa o pasiva, cubierta o encubierta, su permanencia en etapas de concordia se expresa en una irredenta dignidad. A las múltiples formas, intensidades y recurrencias de esa rebelde negritud, se refieren los textos de Lázara Menéndez, Pedro Pablo Rodríguez, Fernando Martínez Heredia, Guillermo Rodríguez Rivera, Félix Julio Alfonso y Berta Álvarez. Otros autores, como José Antonio Baujín y Nancy Morejón, muestran las afinidades y complicidades entre la ciudad letrada y los estratos populares representados por los descendientes de africanos, al explicitar los temas, personajes y motivos de varias obras de Nicolás Guillén y Alejo Carpentier.

En las casi 500 páginas de esta interesante narrativa sociocultural, se confrontan interpretaciones estereotipadas del pasado que muchos suscribimos en nuestros años escolares. Gloria García –desde el merecido remanso en que reposa– nos presenta contra mayorales comprometidos con su clase, cuya existencia bien poco se ha reconocido nuestra historiografía; Gabino La Rosa remueve nuestra fe en las estadísticas sobre apalencados que aparecen en documentos españoles y diarios de rancheadores, poniendo al descubierto los móviles de las falsificaciones realizadas. Los sobrios argumentos de Oscar Zanetti, reafirman nuestra admiración ante el ascenso social labrado por negros y mestizos durante la primera mitad del siglo XX, en permanente lucha contra los intentos de reesclavización psicológica y cultural emprendidos por grupos hegemónicos.

La tercera sección del libro, dedicada al periodo revolucionario, consigue una mirada abarcadora a los logros de un sector de la población que, concluida la gesta anticolonial, no dispuso hasta 1959 de armas efectivas para conquistar su plena libertad. Los textos de Mario Castillo, Tomás Fernández Robaina, Víctor Joaquín Ortega y Dean Luis Reyes, entre otros, sintetizan un periodo histórico cuya trascendencia queda a veces un tanto diluida por la mirada rutinaria de la contemporaneidad. Así sucede en cada época con las grandes obras: tienen que pasar decenas, y a veces cientos de años, para que su trascendencia sea debidamente aquilatada.

Deseé que tanto el diálogo de Ana Cairo y Víctor Fowler como el panel conducido por Graciela, hubieran sido contextualizados por otros trabajos, tan inquietantes y previsores como el de Mayra Espina. Ya sé que es una pretensión injusta pues este libro solo se propuso atesorar –para que no olvidemos– lo que antes se dijo en la televisión. Otra vez será… Para entonces, pediré que incluyan referencias bibliográficas pues aunque algunos profesores, entre ellos Ana Cairo y Yolanda Wood, se entusiasmaron lo suficiente como para recomendar textos, el afán de mayores abordajes a los temas contenidos en el libro, no resultará tarea fácil para lectores curiosos pero poco entrenados.

En fin, con libros como este, restamos a la culebra del racismo posibilidades de comer, silbar, caminar, correr, respirar y morder, como cantó la irreverente poesía de Guillén. Sin duda alguna lo incluiré entre las obras que recomiendo a mis alumnos y a colegas de otras latitudes que, escasos de tiempo para bucear en las profundidades de nuestra historia nacional, no logran comprender por qué nos tomamos tanto empeño en clasificarnos, describirnos y jerarquizarnos por colores y qué importancia pudiera tener eso para alcanzar la más plena humanidad.

Muchas gracias.


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