Sobre los puentes de mi ciudad, transito. De codos ..."/> Sobre los puentes de mi ciudad, transito. De codos ..."/> Portal Cubarte  -  Puentes a la memoria

Puentes a la memoria


puentes-a-la-memoria
Matanzas

…aunque te debo un amor, siempre firme y siempre inmenso…

José Jacinto Milanés

 

De codos en el puente… Siempre así, como cada octubre, o como cada día en que necesito encontrarme. Pero, no físicamente.

Es difícil en los días que corren poder escuchar, sobre el puente, al San Juan murmurante… Agitada vida esta, todos de prisa —yo también— rumbo a su propia vida, o rumbo a su propio puente, quién sabe…

Sobre los puentes de mi ciudad, transito. De codos en el puente la sueño, y me encuentro a mí misma para desatraparme y volver a ser.

Los puentes de mi ciudad, ciudad adorada que en dobles corrientes el rostro te ves, más que elementos físicos que permiten salvar un accidente geográfico como puede ser un río, son un tránsito a… Y una decide a donde.

Y un río puede ser más, mucho más, que un accidente geográfico. Los ríos de mi ciudad son corrientes de agua, historia y poesía, y hay que sabérselos para saberse la ciudad, porque saber los ríos es saberse la tierra por que pasan. Pero, sabe qué, para saberse Matanzas, hay que saberse sus puentes, esos elementos físicos que son un tránsito a la poesía, a la historia, a la memoria…

El profesor Raúl Ruíz escribió: “Cada puente encierra un encanto, una particularidad o, en el más parco de los casos, una historia bien contada”.

Por eso, de codos en el puente, espero la hora en que la vaga neblina / que viene de entrambos ríos / arrollada y sacudida / se esparce en revueltos grupos / sobre la inmensa bahía, y entonces comienzo a contar historias.

Y siempre comienzo con el mío, el Puente de Tirry, que no se llama así sino Calixto García y que fue inaugurado como Romero Robledo en 1897. Es el décimo puente construido ahí mismo, entre la Plaza de la Vigía y la Calzada de Tirry, uniendo, sobre el San Juan, Matanzas y Pueblo Nuevo, ese recorrido escolar de mi infancia.

Matanzas siempre necesitó de puentes hacia su entorno… Puentes o balsas, sin otra alternativa como no fuera nadar. Nació escoltada por dos ríos, el San Juan y el Yumurí, atravesada por el Sabicú, hoy río fantasma que se revela, y se rebela, cuando llueve a torrentes, con huracanes y ciclones.

Son estos fenómenos naturales los que han determinado la cantidad de puentes que han cruzado los ríos.

Veamos esto con mi puente, el de Tirry que no se llama así. Desde 1722, primer intento, hasta 1837, existieron seis. Temporales, huracanes y crecidas los fue eliminando uno tras otro. En el tiempo entre puentes, andariveles y sogas.

En 1837 se levanta el séptimo, el puente de Bailén con tres arcos de cantería, muy elegante de acuerdo a una litografía que estoy recordando. Su corta vida dio paso al segundo puente de Bailén de 1845, también de tres arcos, esta vez de sillería. Entonces llegó la tormenta de San Francisco de Borja…

Octubre de 1870: nada se oponía a la fuerza de los vientos… El mar embravecido negaba asilo a los torrentes que horas antes fueran mansos ríos… Los puentes fueron arrastrados, la ciudad arrasada… Mi puente estaría por nacer, hijo de la necesidad. Solo un pobre puente provisional, reparado permanentemente, devastado en 1892, y siempre así hasta 1897.

Octubre de 1870: un dudoso puente ferroviario atravesaba el San Juan, no sé bien por donde… Siempre lo imagino donde el Puente Negro, que ya no es negro muy a que me pese. El tren procedente de la capital era esperado en la Estación de Sabanilla, el Paradero de García, ese edificio, triste y abandonado, que todavía viste de historia la Calzada de Tirry. El San Juan enfurecido arrastró puente y tren: cientos de pasajeros no pudieron ver, con el amanecer, la ciudad devastada.

Quizás esta tragedia no fue exactamente en el mismo lugar que la imagino, no he podido saber en qué lugar ese primer puente ferroviario atravesaba el río, por eso lo imagino donde el otro, el de 1904, ese que fuera negro y que fuera giratorio. Ese que aún brinda sus servicios a pesar de que celebramos su centenario eliminando los elementos que le permitían girar. ¿Sabe usted que esa característica lo convertía en único en Cuba y que, por tanto, es una joya de la ingeniería? Parece que hay personas que lo ignoraron y allá te va. ¡Qué pena!

No crea que me olvidé de por dónde andábamos; el caso es que desde uno se ve el otro: desde el Puente de Tirry puedo ver el Puente Negro y la mente se va tras las imágenes guardadas y aquellos chiquillos que se tiraban del Giratorio al río. Como los envidié, hasta que al crecer supe que muchos lo hacían para buscar los centavos que algunos desocupados les tiraban.

Esto no era solo allí, también se tiraban por la Plaza del Mercado; pero, allá iré después porque las imágenes de entonces me recuerdan atravesando mi puente, hacia la casa, estrenando un pequeño monedero recién comprado que no quise guardar. Mi primer monedero y aunque vacío quise lucirlo en mis manos, solo por minutos: cayó por el lateral del puente. Aún puedo verme allí, detenida, muda de asombro, mirando el río: el primer y único miedo a los puentes de mi ciudad que terminó por convertirse en respeto reverente. Tal vez una forma de miedo disfrazado.

Los laterales del puente de Tirry. Escuetos, sencillos, elegantes, casi enmascarados, en los accesos, por los pilares, sobrios y distinguidos. Mi puente, donde sobrevuela una gaviota blanca de ojos verdes en busca de su amor imposible… Puente con historias, leyendas, memorias de mi ciudad…

Estoy en la Plaza de la Vigía, Monumento Nacional, entonces nada mejor que buscar la brisa que vuela / y por las calles vagar… Voy por la orilla del río rumbo a la Plaza del Mercado: allí atraviesa el San Juan el puente Sánchez Figueras, el único que es mencionado por su nombre oficial.

Desde inicios del siglo XIX varios puentes, como es de imaginar, sirvieron de enlace, sobre el río, entre el Mercado y la Calle del Comercio, frente a los enormes —y hoy en ruinas—almacenes del San Juan. De aquellos puentes el más conocido, aún hoy, es el Puente de la Carnicería, de 1834, recogido en un grabado de Mialhe. A este sí que no se lo llevó San Francisco en 1870, pero lo dejó hecho una birria. 

A puro remiendo, y con puentes provisionales, hubo que esperar hasta 1916 para lucir los magníficos arcos de hormigón del Sánchez Figueras, que exhiben el Escudo Nacional en lo más alto, exactamente en el lugar desde donde se tiraban los chiquillos a recoger los centavos que aquellos sin nada mejor que hacer —y que no tenían hijos, pienso yo— le lanzaban a las aguas del San Juan murmurante.

Y ese murmullo suele trocarse en canto, según el decir de mi familia ribereña: cuando el río empieza a cantar a lo lejos, hay que salir rápido, que después no da tiempo. Pero, nunca se mudaron, volvían una y otra vez… Ribereño una vez, ribereño por siempre.

La mirada remonta el río como si pudiera alcanzar la confluencia con el San Agustín. Ya fuera de la ciudad, nada personal en la memoria, solo algo que leí: el puente colgante que lo atraviesa es el único de su tipo y del siglo XIX en Cuba que utilizó la tecnología de cables trenzados… 1872…

Óigame, no es por nada pero eso es algo para sacarle las cuentas. ¿Sabe a lo que me refiero?  Se trata de un sesquicentenario puente matancero en que se utilizó la misma tecnología que en el puente de  Brooklyn, once años antes… No quiero presumir, así que me voy hasta el río Yumurí.

Se cuenta que el cacique de una tribu asentada en lo que conocemos por Mena, por allá, por el Valle, se enamoró de la hija del cacique Canasigua quien se la negara, y entonces decidió raptarla una noche de luna nueva… En sus brazos la llevaba cuando fueron alcanzados y entonces cayeron a la corriente de agua… Mil formas de contar la leyenda del Yumurí, mil leyendas de un río que supo, en tiempos de esclavitud, tomar venganza por la muerte de una hija de Oshún, dueña de su corriente: ahogada quedó el ama asesina en medio de una crecida inesperada, cuando intentaba llegar a su finca, en Mena, por allá, por el Valle…

Con un río así hay que tener sumo cuidado. No sé cómo se arriesgarían a atravesarlo en balsas durante tantos años… Que se conozca, no es hasta 1732 que se levanta el primer puente, y después otro en 1748; pero, seguro y descriptivo nunca he encontrado nada. En 1790 se alzó un primer puente por la calle Magdalena, y en 1830 un segundo puente en el mismo lugar, y en 1870 la tormenta de San Francisco de Borja se encargó de arrastrarlo mar afuera.

Y este era un puente imprescindible… Bueno, este y los otros: Matanzas sin puentes sería una isla, o como si así fuera. El caso es que entre las balsas y puentes provisionales hubo que resolver el problema del enlace necesario con Versalles: los hospitales, el cuartel, el castillo, las quintas, el Valle… Puentes provisionales y balsas en espera de La Concordia.

Truenan los cañones de San Severino: el Capitán General se encuentra en la ciudad para declarar abierto al público el puente de La Concordia… Noviembre de 1878. Hasta hoy, sobre el río Yumurí,  se tiende abierto, ostentando sus columnas, símbolos de la ciudad, el primer puente de hierro de Cuba.

No puedo olvidar que estoy sobre el río Yumurí, bajo la vista y lo veo corriendo manso, como indefenso… No vas a engañarme, ni lo creas, que sé bien de lo que eres capaz. Te creces y avanzas por las calles de la ciudad, hasta que la pendiente comienza a impedirte el paso… Yo lo sé, no me engañas…

Salamanca 29… La numeración ha cambiado, ya la casa no existe, sobrevive en la memoria. Puedo ver, tras el reloj de péndulo, que cuelga alto en la pared de la sala, la marca dejada por las inundaciones: ese espacio nunca se pintaba, como un recuerdo o una advertencia… Abuela odiaba lo que llamaba cangrejillas de río, y salía rápida, desde que el río comenzaba a cantar… Así decía. Además no le gustaba que la sacaran en bote. En bote, sí, porque cuando dice a crecer… Vaya, que con río así hay que tener sumo cuidado.

De pie, sobre el puente, vuelvo la vista tierra adentro, río arriba, con el vano intento de alcanzar el verde valle / que al pie del monte se extiende inmune… Y la mente imagina el Abra, una de las maravillas de la paisajística cubana.

Volteo hacia el mar, la bahía de mi ciudad, el delicioso azul que le hermosea / que no se puede pintar, solo se siente… Y encuentro el Puente de Hierro, ferroviario y de 1904 como el Giratorio que ya no gira. No tiene otro nombre conocido, solo así, Puente de Hierro, como si fuera el único con esa característica en la ciudad; quizás por eso, porque nadie le puso nombre, como le pasa a mi perro que se llama Perrito… que no tiene otra relación con estas memorias que recordarme otro perro que envuelto en una luz como de luna recorre la ciudad para dar compañía a quien se sienta solo: otra leyenda… ¿o una verdad?

Mejor, inauguremos los puentes ferroviarios. Abril 8 de 1904, son casi las once de la mañana… El carro 117, proveniente del ingenio Santa Catalina, transporta 100 sacos de azúcar… Va rumbo al puerto para dejar inaugurado el ramal ferroviario que le da acceso y, de paso —y al pasar— estrenar los dos puentes, ya centenarios, que son los que mejor han de verse desde la bahía…

Me doy a imaginar y continuando de la mano de Milanés me voy al mar, ahora que en cielo hay luna / y que duerme la bahía… Contemplo mi ciudad… Acá, a mi derecha, aquellas murallas gachas / con la costa confundidas / son las de San Severino… Y aquellos dos bultos blancos / que a la izquierda se divisan / son Morrillo y Peñas Altas.

Voy al Morrillo, desembarco en Peñas Altas y continúo por tierra, bordeando la costa. Para llegar, primero hay que atravesar el Bueyvaca. ¿De dónde le viene el nombre? Otra vez mil leyendas, cien historias: cosas de la matanceridad.

Bueyvaca con la playa y su río seco, que alguna vez fue río bravo que arrastró puentes. Como todo río conoció de balsas y troncos de palma, y solo así hasta que en 1817 le llegó su primer puente que se llevó una crecida, como él de 1822. El puente de 1850 partió con San Francisco de Borja, como casi todos.

Regresaron los bongos y las balsas en espera de un cruce más seguro, que se vio envuelto en estudios que fueron y vinieron hasta que en 1925 quedó abierto al público el Puente de Mi Papá, que no lo hizo ni mucho menos, lo que pasa es que el Puente Viejo de Bueyvaca es otro-puente-mío, el de regresar de la playa.

Íbamos por la Vía Blanca, atravesando el puente de 1950 de una sola senda, como fue hasta 1991, más o menos… Y siempre, de una u otra forma, papá mencionaba el otro puente, que por entonces todavía soportaba el tránsito automotor, y tenía sus barandales de hormigón… y que hoy está todo desangelado, triste y casi olvidado, solo utilizado para el paso de peatones osados, apurados, o nostálgicos como yo. Nada, que al regresar yo comenzaba con la cantinela: Vámonos por el puente tuyo, vámonos por el puente tuyo… y entonces regresábamos por el Puente Viejo, el Puente de Mi Papá.

Este otro-puente-mío, el viejo puente abandonado, conoció del paso de Antonio Guiteras, rumbo al Morrillo, donde jugaba con rifle y con el mar, al cantar de Carilda. Guiteras y Aponte que caen acribillados a orillas del río Canímar, allí, donde llega a contarle al mar todas las historias del Valle de Guamacaro.

Río Canímar, balsas con andariveles, bongos y pontones. ¿Algún intento de puente? Nada comprobado. Increíblemente llegaría el siglo XX a su mitad para que un puente salvara su cauce. Aunque la espera valió la pena: ahí está, espléndido y elegante sobre sus tres arcos. Lo mejor es avanzar rumbo al Morrillo y bajar la escalera que conduce al sitio de los hechos de mayo de 1935. Es desde ahí que se puede valorar toda la gracia  del puente del Canímar y se puede entender por qué se llama Antonio Guiteras.

El deslumbrante puente de Bacunayagua. Los discretos pasos peatonales. Los llamados pasos superiores, que son como puentes que han perdido su río. Puentes en el viaducto, que no es viaducto a mi matancero entender. O en la carreta central, como el puente de arco sobre el Bueyvaca. Y en los arroyos, como el Puente Mena que da paso al Valle de Yumurí cruzando Arroyo Chiquito…

Puentes de mi ciudad, tránsito a la memoria, cada uno con cientos de historias bien contadas. Aunque siempre regreso al Puente de Tirry, sobre el San Juan, rumbo a mí misma, y allí como cada octubre, o como cada día que necesito encontrarme, el codo en el puente, la mano en la sien, revisito mi ciudad, con todo este amor, siempre firme y siempre inmenso...


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte