Aquí se hablará de disidencias, un tema al cual se pudieran aplicar criterios expresados en varios textos por diversos autores, entre ellos el del presente artículo. Esos criterios conciernen a lo que parece un error frecuente en las izquierdas, particularmente las enfrascadas en afanes socialistas: el haber propiciado, o no haber sido capaces de impedirlo, que conceptos revolucionarios y emancipadores sean capitalizados, como si fueran banderas de su propiedad, por las derechas que los burlan. Así ha ocurrido con libertad, democracia, derechos humanos y otras aspiraciones indispensables para la justicia social y la dignidad.
Cabría citar asimismo otros casos que se han extendido cronológica y espacialmente. Pero ya está dicho que aquí se trata del concepto disidencia. La propaganda lanzada contra proyectos revolucionarios, en especial contra el cubano, ha favorecido que se utilice preferentemente para designar posiciones que los combaten. Pero es natural que en la generalidad de la actividad humana se produzcan disidencias, entendidas como discrepancias y desacuerdos.
El Diccionario auspiciado por la Real Academia Española registra que disidir significa “separarse de la común doctrina, creencia o conducta”. No precisa que se trate de una separación total, pero al definir disidencia, que proviene de aquel verbo, le atribuye dos acepciones: la primera, “acción y efecto de disidir”; la segunda, “grave desacuerdo de opiniones”. Uso y parentescos parecen haberse encargado de acercar esos vocablos a otros como disentir, disentimiento y disenso, e incluso discrepar y discrepancia. En cualquier caso, se trata de desacuerdos, que en el transcurso de la vida son frecuentes, y no siempre conducen a rupturas totales con un pensamiento o un plan dados. Pueden hasta contribuir a perfeccionarlos.
Cuando se trata de combatir de raíz un sistema político, se plantea una oposición básica, no un simple desacuerdo. Históricamente, en Cuba la lucha emancipadora radical se fraguó y creció en la resistencia contra la conquista europea, la esclavitud, el colonialismo y el imperialismo. Frente a ella, el pensamiento conservador o reaccionario se atascó en formas de reformismo, en perspectivas autonómicas distantes del independentismo, y en el anexionismo. De las expresiones y prácticas emancipadoras brotó la Revolución Cubana, que vino a ponerle fin al estado de cosas que el país heredó de la colonia y de la frustrante mediación impuesta por la intervención estadounidense de 1898, por la cual la República de 1902 nació maniatada.
Homologar todas las acciones e ideas revolucionarias como disidencias, sin distinguir fines y programas, y matices, y hacer otro tanto con las acciones e ideas que se oponen a los proyectos revolucionarios puede conducir, por lo menos, a un caos interpretativo. ¿Será casual? En la línea revolucionaria han tenido lugar luchas diversas. Cítense las protagonizadas por el cacique Hatuey —cuyo origen permite identificarlo hoy como dominicano—, José Antonio Aponte, Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras y Fidel Castro, para mencionar algunos ejemplos descollantes forjados en la discrepancia medular con la realidad.
Pero la propaganda contra la Revolución Cubana ha procurado que el blasón de disidentes se tenga por exclusivo de contrarrevolucionarios. De ahí que a estos últimos y sus medios de propaganda les resultaría placentero que en Cuba se le rindiera tributo a la disidencia. Ello reforzaría confusiones fraguadas en el propósito de derrocar a la Revolución, aun cuando a los generadores del tributo los animara la voluntad de diferenciar distintos modos de disentir, y llamar revolucionario o contrarrevolucionario a cada quien, según proceda. Así y todo, ¿cómo mezclar en un mismo saco a los luchadores justicieros ya mencionados y a servidores del imperio?
Si se trata de un museo, aunque sea virtual, las explicaciones sobre la historia de Cuba deberían atenerse adecuadamente a los requerimientos museográficos. La extensión desmedida puede reforzar lo caótico de una estructura que ni siquiera consiga disimular la parcialidad asumida. El juego hecho a quienes manipulan el concepto de disidencia con el fin de enmascarar orientaciones contrarrevolucionarias lo muestra claramente el espaldarazo que el proyecto “museístico” aludido (http://museodeladisidenciaencuba.org/) destina a 14ymedio, que usa como fuente privilegiada.
Los promotores del museo —gestor, Luis Manuel Otero Alcántara; curadora, Yanelis Núñez Leiva— desde la identificación de miras definen al mencionado sitio digital como “el primer medio de comunicación independiente en Cuba”, y puntualizan que fue “fundado el 21 de mayo de 2014” por la bloguera y activista cubana Yoani Sánchez y el periodista Reinaldo Escobar”.
Se conoce el amparo económico y promocional que ese periódico ha recibido por servir al imperio. En el afán de avalarlo, el mismo proyecto museográfico apunta que solo “para su financiamiento inicial […] recibió aproximadamente $150 000 dólares en inversiones privadas”. Pero esa suma es pequeña comparada con todo lo que instituciones que apoyan a la contrarrevolución o son parte de ella le han otorgado en premios y becas.
Lo formalmente lioso del proyecto de museo prepara el camino para enmascarar el propósito perseguido. En el caso concreto del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, se buscan recursos dirigidos a menguar su imagen. Habiendo tantos recursos de valor profesional para caracterizarlo como luchador antimperialista, se acude a 14ymedio, que, entre otras banalidades, cita canciones que dolosamente se han querido tomar como ataques al Comandante.
Así como el proyecto le hace el juego a 14ymedio, otras publicaciones afines, contrarrevolucionarias, avalan al proyecto y apuestan por su desarrollo. Pero, si museográficamente no resiste un análisis elemental, el pensamiento que lo anima es inocultable. Parafraseando un conocido refrán, vale apuntar: “dime quién te apoya, o a quién brindas apoyo, y te diré quién eres”. En este caso procede añadir: “y te diré también cuál es tu disidencia”. ¡Ah!, para seguir honrando refranes, nadie debe olvidar —ni suponer que las demás personas lo olvidan— qué significa el intento de pasar gato por liebre. En buena fábula, hasta gatos y liebres honrados disentirán de tanto afán engañoso, que a nadie engañará.
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