La frase la dijo una tarde del mes de marzo del año 2004 en la puerta principal de los Estudios Abdala el trovador Lázaro García. Pocos días después de haber sido nombrado director de los mismos. Vestía su clásica indumentaria: pantalón de mezclilla casi gastada, una camisa a cuadros sencilla y medio abotonada –“al estilo guapita como abuelo”, solía decir—, que dejaba ver un pulóver azul con un letrero poco usual “soy del sur”. Como complemento de su indumentaria estaban sus grandes espejuelos, “que no llegan a fondo de botella, pero están en la lista”. Acotaba cada vez que los limpiaba.
Estaba allí por encargo del director en ese entonces de la revista Cubanow, el periodista Jorge Garrido; que me había pedido una serie de trabajos acerca del Cubadisco de ese año. La serie implicaba el punto de vista de los principales ejecutivos de la industria discográfica cubana sobre el mundo del disco y sus implicaciones ante el avance de las nuevas tecnologías.
Lázaro, que recién sustituía a su amigo Eduardo Ramos en el cargo, me recibió en la puerta principal con un cigarro en una mano que casi le quemaba la punta de los dedos y una taza de café en la otra y con una frase lapidaría “… caballo de coche está por llegar (…) lo invité para poder defenderme…”
“Caballo de coche”, era el mote que le había puesto a Eduardo Ramos en los años setenta en pleno apogeo de la Nueva Trova. Él era conocido por su habilidad para poner nombretes a sus amigos y escribir fabulosos epigramas o epitafios de los que no escapó ninguna figura notable de la cultura.
El trovador Lázaro García.
Lo había conocido a comienzos del año 1998 en Cienfuegos. Había viajado a esa ciudad invitado a un festival “Benny Moré” y fue el fotógrafo Roberto Bello quien nos presentó en una peña que tenían los hermanos Novo. No voy a negar que me sorprendió su tono campechano una vez que nos extendimos las manos; minutos después parecíamos amigos de toda la vida. Este era nuestro tercer encuentro y por la forma de recibirme parecía que nos habíamos visto unas horas antes.
Sentados en una esquina del lobby de los estudios, bebiendo una cerveza con una meticulosidad casi religiosa estaban el poeta Santiaguero Jesús Coss Cause (la versión negra del Quijote) y el trovador Eduardo Sosa, a quien ya Lázaro había bautizado como “sal de frutas” y que había aceptado su nuevo nombre con una sonrisa.
“Estoy conspirando para hacer un disco con la poesía de Coss Cause y le pedí al amigo Sosa que musicalice los poemas… vamos para mi oficina”. Y en una pequeña caravana, digna de aquel juego infantil llamado “el capitán cebollita”, los tres le seguimos.
Eduardo Sosa
En aquel entonces acceder a la oficina del director de los estudios no era cosa complicada. Lázaro García tenía siempre las puertas abiertas y estaba presto a acoger, que no es lo mismo que solucionar o ejecutar, cualquier idea. Y esa del disco con los poemas de Coss Cause no era una idea peregrina, y menos lo era el haber pensado en Eduardo Sosa para que los cantara.
Personalmente imaginaba que respetaríamos el tiempo que habíamos acordado. Solo que resultó ser algo difícil. Sobre todo, después que llegó Eduardo Ramos. Entonces comenzó un viaje al pasado, a los albores de la Nueva Trova y a la trova cubana en sí misma.
El elemento más importante que decoraba la oficina del director, además de las fotos de su hija y sus nietos, era una guitarra ─que dormitaba sobre su funda estuche─, a la que echó mano una vez que Eduardo Ramos llegó.
Supuestamente ese era el día final del traspaso de dirección y Lázaro lo despidió como suelen hacer los trovadores: cantando una canción del homenajeado; y no podía ser otra que “Siempre te vas en las tardes”. Solo que aquella canción complicó el final de la mañana y la entrada de la tarde; y en vez de café pasamos al ron y siguieron las canciones y una llamada a Augusto Blanca que nunca llegó, a pesar de que según sus palabras estaba cerca.
Eduardo Ramos.
Coss Cause, que tenía en su morral varios de sus libros de poesía, se tomó el tiempo, y el ron, y volvió a vivir las tardes noches santiagueras cuando el Café La Isabélica era el centro neurálgico de la vida cultural santiaguera de los años sesenta y setenta.
Y llovieron los difuntos, y las anécdotas y hasta un vaso de ron se regó por su libre y espontánea voluntad por el piso. Y se hizo la trova. Fue entonces que Eduardo Sosa se atrevió a cantar muchas de esas canciones que han sobrevivido, que nos van a sobrevivir y que muchos no conocen o ignoran, aunque se definan como amantes de la trova cubana.
Lázaro tenía el sueño de una vez al mes hacer una gran trovada en el lobby bar de Abdala, sobre todo al final de la noche de viernes; y ya había pensado en el orden de una programación y en una idea del repertorio que incluyera canciones de muchos trovadores; conocidos o por conocer; y sobre todo a “los del campo que mucha gente no sabe las bellezas que escriben”.
La gran sorpresa de aquella tarde noche fue que Eduardo Ramos volvió a tomar entre sus manos una guitarra y regresó su voz; una de las más hermosas que tuvo la Nueva Trova y cantó al menos tres canciones que nadie conocía y que estaban en un disco que había hecho en los tiempos de PM Records a pedido e insistencia de Pablo que siempre quiso cantar algunas de ellas.
En un momento Lázaro lo abrazó profundamente. Y Eduardo Sosa no quiso dejar de hacer de las suyas; y yo que solo sé escribir algunas cosas, que nunca soñé con ser trovador y mucho menos toco la guitarra.
Vicente Feliu.
Y casi al final de la tarde llegó Vicente, “El tinto”, y siguió el tiempo de las confesiones y de aquellas canciones que siempre han estado y las que estarán. Y hubo una llamada a Cienfuegos para hablar con Pedro Novo y avisarle que en dos semanas posiblemente habrá trova a altas horas de la noche en Abdala… y que todo sería grabado para tener una memoria de la inmortalidad de la trova. Si, porque el trovador muere solo o en compañía de la guitarra.
No voy a negar que en mi memoria se repetía una y otra vez esa escena icónica en que Sindo Garay está sentado en un lugar de Santiago ─no importa como se llame, aunque todos saben que es la Casa de la Trova─, y le rodean los trovadores del momento ─tampoco voy a nombrarlos para no omitir nombres o jerarquías─; anunciando que siempre habrá trovadores, no importa que pase el tiempo.
Lázaro García estaba eufórico, lo mismo que Eduardo Ramos, que no protestó cuando Lázaro repitió uno por uno los nombretes y epigramas que le hicieron famoso entre trovadores y poetas, y le llamó “Caballo de coche”.
Eduardo Ramos, haciendo honor a su canción más conocida “se fue en la tarde”. Sosa, Lázaro, Vicente y este servidor nos tomamos el último café.
Volvimos a coincidir en el Cubadisco de ese año. Pero no fue lo mismo, hubo saludos, presentaciones y algún que otro comentario acerca de “las trovadas de los viernes”; esta vez estaba presente Augusto Blanca.
La vida siguió su curso y de aquellos presentes solo este servidor sabe que la vida sigue su curso afuera, sin darse cuenta que la trova sigue estando ahí… sobre todo recordando la frase con que nos despedimos aquella tarde hoy lejana en que Lázaro García parafraseo a Silvio Rodríguez, “…que ya bebí… que te vas”.
A todos ellos salud.
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