Querido Diego


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¿Viste la obra de la sala El Sótano sobre Celeste Mendoza? O ya fuiste al Bertolt Brecht, o al Trianón a ver Decamerón, lo cierto es que como hace unos cuantos años cuando su época dorada en los tiempos de Andoba, María Antonia, Contigo pan y cebolla y tantas otras más, el teatro cubano ha vuelto a recuperarse de las butacas vacías cuando los actores apelaban a aquella máxima del respeto al público y de actuar para un solo espectador.

En la calle Línea se nota un ir y venir de personas bien vestidas, público heterogéneo: hombres, mujeres, jóvenes y viejos, intelectuales, obreros  y las colas vuelven a verse en la venta de entradas en las taquillas. El Mella ya no es el único sitio privilegiado, tiene competencia con otras salas que lo rodean como la Raquel Revuelta.

Así siguiendo los ecos no de sirena, sino de una buena promoción  que incluyó un spot televisivo de Adrián Blanco, puesto, a tiempo y en horarios estelares, me dirigí en el mes de julio al  Brecht a ver Querido Diego, dirigida y protagonizada por Tony Arroyo y escrita por Senel Paz.

En el pliego que me entregaron a la entrada del teatro, su director Tony Arrollo afirma:

El lobo, el bosque y el hombre nuevo cumple 25 años y no quisimos pasar por alto un hito de la narrativa, el cine y el teatro del último  cuarto de siglo en “esta isla  tropical y comunista” como dice Diego, el héroe inolvidable del cuento.

Este texto que diagnostica a nuestra sociedad con hondura, divertimento y agudeza antropológica, fue para algunos un grito, una esperanza; al poner en blanco y negro lo que esos muchos pensábamos y no nos atrevíamos decir por miedo, por ignorancia o por lo que fuere.”

Lo cierto es que pasado 25 años, Senel Paz sigue contando con el apoyo mayoritario de un público que se ha leído el cuento —actualmente en librerías de todo el país y que bien pudo ser vendido en el lobby del teatro— ha visto  las diferentes versiones teatrales como la  La catedral del helado o simplemente ha vuelto sobre la película una y otra vez.

En esta ocasión sobreviven dos personajes, Diego, interpretado magistralmente por Tony Arroyo, director de la obra y los jóvenes: Adrián Reina (David) y Samary Simpson, que representa al controvertido personaje (Michele), creado para esta versión.

Es gratificante que el guión sea del propio Senel, que en esta ocasión adaptó su cuento para el teatro y supo donde poner los picos dramáticos para que la obra fuera más divertida, con más intensidad. Porque así tuvimos la ventaja de saber, cuáles aspectos de la historia, necesitaron ser ajustados a la Cuba de hoy, donde, no obstante, sigue existiendo la homofobia y personajes como Diego son doblemente discriminados por la sociedad y por los mismos homosexuales que arremeten contra las llamadas “locas” por su excesivo amaneramiento. Además se vio obligado a profundizar en otros elementos como la falta de trabajo para personajes como Diego, que fue el asunto central sacudido este año en la campaña contra la homofobia.

Tony Arroyo logra más allá de la caricatura, un personaje de carne y hueso con el que el espectador se va a identificar desde su deslumbrante salida con un vestuario, acorde al pintoresquismo del protagonista de Lázaro Dobuchet. Arroyo realiza una interpretación deliciosa de un Diego algo maduro, diferente al de la de la puesta anterior Fresa y Chocolate en la que el personaje era discursivo, más teatral, se plantea lo difícil que es llegar a viejo para un gay en soledad, tiene una caracterización psicológica adaptada al hecho de ser negro, lo cual permite rememorar aquello de “lo último es ser negro y maricón” y arremeter contra los prejuicios de los que sostienen este criterio. Diego mariposea por una sala donde la escenografía de Miguel Garcés es muy elemental pero funcional. Dos butacas modernas, que acentúan la contemporaneidad de esta puesta en escena, donde predomina el rosa chillón. Lástima que no se haya podido poner un altar  a Oshun, cuando el personaje de Diego se vira en una esquina del escenario y dialoga con sus santos, no obstante, los espectadores somos capaces de cubrir esta falta por la actuación de Arroyo que nos convence sobre todo, con la expresión de sus ojos, con sus cejas, de que está mirando algo.

Tal vez Adrián Reina con sus veinte años no esté lo suficientemente maduro para representar un personaje tan difícil como David, y su proyección escénica pueda ser corregida, pero realmente logra servir de apoyatura a Tony y no deslucir una obra que se muestra muy fresca con este joven y bello actor que logra la complicidad del público conocedor, que perdona cualquier  “desliz” de esta promesa de las tablas cubanas.

Sin embargo, el personaje controvertido es Michelle, en ella debe caer toda la antipatía del espectador. Es una mujer con aspecto masculino que habla en consignas, es panfletaria,  “la mala de la película”. Nos cuenta el director que fue una decisión de última hora, bastante atrevida. Algunos consideran que no es un personaje logrado  por las reiterativas marchas que realiza para dar la esencia de una época. Samay Simpson  logra este propósito y aunque al igual que Adrián, debe todavía pulir algunos detalles como la proyección de la voz, lo cierto es que sale ilesa y se entrega totalmente a su personaje como lo hizo aun estando enferma, el día en que asistí al teatro.

No puedo dejar de mencionar lo ocurrido en  una de las puestas en escena, según mi amiga la escritora portuguesa Raquel Riveiro, que no se cansaba de  hacer la anécdota:

“Sonó un celular, era un sonido estridente, con una de esas cancioncillas cursis persistentes, Tony, que estaba en un escena clave, se salió del personaje para pedir a la señora de favor que apagara el aparato, la señora se puso nerviosa y  no podía apagar el insistente sonido, hasta que por fin auxiliada por otro espectador, logró apagarlo, Tony volvió a Diego con la misma facilidad que había salido, fue brillante.”

Recordé entonces el nombre del teatro, el dramaturgo alemán y el famoso efecto de distanciamiento. Los asistentes, examinamos el texto, lo desmenuzamos fuimos críticos, aunque nos divertimos  con las situaciones humorísticas sin las cuales es imposible imaginar esta obra. Pienso que este Diego, es más fuerte, más convencido de su homosexualidad, pero más respetuoso, diríamos que para los que lo acusan de ser homofóbico es más auténtico, nos sigue siendo querido, más aún cuando lo solidificó su padre Senel Paz. Tony Arroyo demuestra su histrionismo, el mismo que nos hizo llorar en El brigadista. La banda sonora de Ramsey  Baterrechea, se disfruta en su cubanía con la bella y saludable voz de Bola de Nieve; el maquillaje de Chávez es sobrio, a pesar de la desfachatez de su personaje, no es abusivo y a Valia Valdés se le vio solicita de un lado a otro cuidando hasta el último detalle. El sonido de Alberto Andrade,  limpio, permitió la fusión completa de público y actores. Nos dice Tony estar realizando actualmente una versión de la obra Infame con la que tuvo mucho éxito en países como Argentina y estar muy contento con este estreno Querido Diego donde el teatro en la cinco semanas que estuvo la obra se mantuvo lleno y el público se paraba al final para aplaudir, esto fue gratificante a pesar de todos los contratiempos para montar la obra.

No puedo terminar sin unas palabras para la recientemente fallecida Alina Rodríguez: “Querida Alina, tal vez no queden teatros en la populosa línea para llevar tu nombre, ya no se erizará nuestra piel desde la butaca del espectador como lo hiciste en El parque con Adolfo Lllaurado. En el cine siempre serás Carmela, la Maestra de Conducta, en la televisión la Justa de Tierra brava  y en nuestro recuerdo una de las más grande actrices que ha pasado por el teatro cubano. Se cierra el telón de tu vida, pero el aplauso de tu público será eterno.!

 


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