Nacido el 9 de abril de 1956, Ramón Luis Herrera es un hombre apasionado, vehemente y sincero como todos los de su signo. Fiel a una causa y guardián callado de sentimientos puros. Solamente a alguien de su voluntad puede habérsele ocurrido, hace ya más de veinte años, montar una investigación tan completa, pormenorizada y enjundiosa como el Diccionario de la Literatura Infantil y Juvenil Cubana, proyecto de inminente aparición por la Editorial Gente Nueva. Acucioso investigador, inspirado poeta, Ramón Luis ha ido hurgando en libros, revistas, periódicos, sitios web, ha llamado a editores, autores y críticos para enriquecer esta magna obra que dejará una huella importante en nuestra investigación literaria sobre la serie de LIJ en Cuba. En estos años, ha publicado los libros de poesía para niños y jóvenes como Corazón asustado (Ediciones Unión, Colección Pinos Nuevos, 1994); Lindo es el sapo (Editora Abril, 1996, Ediciones Luminaria, 2010); Canciones a Semíramis (Ediciones Matanzas, 1998); La alfombra del califa (Ediciones Luminaria, Sancti Spíritus, 1999); La rosa, los zapatos (Ediciones Luminaria, Sancti Spíritus, 2003); y Almendro rojo con caballo blanco (Ediciones Sed de Belleza, Santa Clara, 2007; reedición por Gente Nueva, en la colección La Puerta de Papel, 2008). Por los dos primeros obtuvo, respectivamente, los premios David, 1987 y Abril, 1994; el penúltimo el Premio de la Ciudad de Sancti Spíritus, 1998. Para adultos publicó Sonetos del alfanje y la penumbra (Ediciones Luminaria, Sancti Spíritus, 2007) y Magia de la letra viva. Formar lectores en la escuela (Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2009; Editorial Academia, ese mismo año). Redactó, además, las fichas de los autores cubanos del Gran Diccionario de Autores Latinoamericanos de Literatura Infantil y Juvenil (Ediciones SM, Madrid, 2010). Conversar con él, nuevamente pues en tantos años lo hemos hecho muchas veces por compartir ambos más de un afán, me hace reafirmarlo como uno de esos soldados silenciosos y eficientes, que granito a granito, van construyendo en la bruma un indestructible y enorme castillo de arena, pero de esos que nunca podrán borrar ni las olas ni la peor tormenta…
¿Existe para ti una literatura infantil? ¿Una LITERATURA? O simplemente ¿Literatura para personas?
Sí, creo que existe una literatura infantil y juvenil. No podemos pasarnos la vida hablando de algo que no existe. Y puede hablarse de literatura infantil porque apareció, en el mundo moderno, es decir, desde hace unos trescientos años, una concepción del niño como un ser con necesidades especiales. Ese ser, que está en formación, disfruta y comprende solo una parte de la enorme masa de escritos acumulados por la humanidad que se consideran literarios. Esa parte se ha formado de modo muy complejo: por apropiación de textos íntegros (como los cuentos de Perrault y las fábulas de La Fontaine), por apropiación de textos modificados (como el Robinson), por adaptaciones, por creaciones especialmente destinadas a los pequeños… Todo ello debe ser contextualizado: las apropiaciones fueron frecuentes en los siglos iniciales de la LIJ, cuando surgía un creciente público lector fruto de la consolidación de la burguesía como clase y de la extensión de la escuela primaria y consiguientemente de la alfabetización, no había mucho qué publicar ni qué leer y proliferaban escritos pedagogizantes que los potenciales lectores rechazaban. En mi opinión otra prueba de la existencia relativamente autónoma de la LIJ es el desdoblamiento de grandes escritores que han dedicado obras a la infancia, como José Martí, Gabriela Mistral y Horacio Quiroga. Me parece claro que escogieron temas y los trataron literariamente de modo diverso a su escritura para adultos, en una adecuación comunicativa, pragmática, que justifica plenamente el apelativo de “infantil y juvenil”.
¿Qué piensas de la infancia?
Miles de cosas. En primer lugar que los niños no son ni ingenuos, ni particularmente tiernos, ni buenos críticos. Los niños, solo en la edad preescolar, adquieren un cúmulo de saberes (piénsese en la adquisición del lenguaje, por ejemplo), de enorme importancia, pero a la vez no disponen de la experiencia que traen los años y maduran cognitiva y afectivamente de manera más bien lenta. Además, no hay una infancia, en abstracto, más que a partir de ciertas constantes universales, sino muchas infancias de acuerdo con la clase social, el ambiente rural o urbano, el nivel de evolución histórica, etc. Los autores que piensen que porque los niños los aplaudan en una lectura oral han escrito algo muy valioso pueden estar muy equivocados.
¿En tu concepto los niñ@s leen hoy día más o menos que antes?
Habría que ponerse de acuerdo en la fecha del “antes”. Si es en Cuba y el tiempo es anterior a 1959 hoy se lee muchísimo más, incluyendo en el antes a los que por su origen social podían tener libros. Si la fecha de la comparación son los años setenta y ochenta, época de oro de las ediciones nacionales y del libro de importación, de las bibliotecas escolares y públicas, con solo dos canales de televisión, sin “paquetes” semanales, etc., quizás hoy se lea menos, pero estas son solo suposiciones, pues nunca se han hecho en Cuba las investigaciones capaces de probar una hipótesis u otra.
¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niñ@s?
En principio cualquier tono. Cualquier tono que funcione para determinado asunto o tema, si bien no son particularmente recomendables los demasiado alejados de la experiencia del niño como los nostálgicos, los de la sátira amarga o los de la inflamada indignación publicística.
¿Eres tú parecido a alguno de los personajes de tu obra?
Como escribo fundamentalmente poesía el personaje soy yo mismo, en el sentido de que trato de ser sincero y de no dejarme llevar por la retórica al uso.
¿Cómo concibes idealmente a un autor para niñ@s?
Mi ideal es un autor que sea capaz de escribir historias, poemas o teatro que atraigan por su fuerza simbólica, es decir, por comunicar ideas y emociones más allá de su superficie, sin ser pesados ni estilísticamente chapuceros. Por eso releo ciertos libros una y otra vez, como El barón rampante, de Ítalo Calvino, que en Europa se considera una típica novela juvenil.
¿Reconoces en tu estilo alguna influencia de autores clásicos o contemporáneos?
Uno casi nunca es consciente de sus influencias, pero las tiene necesariamente, porque la intertextualidad existe, no es un invento de los teóricos del estructuralismo de los años sesenta del pasado siglo. Me son particularmente afines los autores que escriben una poesía cercana a lo confesional, emotiva y próxima a las formas de la tradición.
¿Cuáles fueron tus lecturas de niño?
Leí lo que encontré, que no era mucho en un barrio campesino donde los libros y las revistas eran una rareza y un tío materno era uno de esos seres extraños que los tenían. Mi primera lectura completa, alrededor de los ocho años, fue una novela de Corín Tellado que traía una revista Vanidades que había en casa de mis abuelos paternos. Como era una lectura tan simplista no tuve problemas para entenderla a esa edad, tirado sobre las frescas losas del portal, lo cual parece demostrar que cualquier comienzo es bueno, con tal de no quedar varado en él. Tuve la suerte de estrenar los libros de lectura que estuvieron bajo la responsabilidad de Renée Potts, Adelaida Clemente y Dora Alonso, en el comienzo de los sesenta y de que mi madre me comprara varios libros que publicaba la Editora Juvenil en esa década, como La Edad de Oro, de José Martí, y Aventuras de Guille, de Dora Alonso. A los trece o catorce años, en la Escuela Formadora de Maestros de Las Villas, de Topes de Collantes, me leí, como en un rapto, Cien años de soledad, de García Márquez, junto con el Manifiesto Comunista, las Memorias de Benvenuto Cellini y el Retrato del artista adolescente, de James Joyce, pues así de eclécticas eran mis lecturas y de rica la biblioteca de aquel lugar.
¿Quién es tu héroe de ficción?
No tengo preferencias estrictas ni tiendo a identificarme demasiado con ningún personaje.
¿Quién, tu villano?
Me pasa lo mismo. Por mi labor de profesor de literatura de toda una vida los personajes me interesan como creaciones literarias, como imaginación y lenguaje en acción, con independencia de sus conductas. Pero como soy un lector emotivo jamás me identifiqué con ningún villano.
¿Cómo insertas tu obra dentro del panorama actual de la llamada literatura infantil cubana?
Nunca me he preocupado por el lugar que pueda ocupar, pues la poesía para niños es lo marginal entre lo marginal de la literatura y estaría muy contento si dentro de cincuenta años se recordara siquiera uno de mis poemas. Me inserto como alguien que ha trabajado por contribuir a la dignidad artística de la literatura dirigida a los niños, sin pensar en premios ni reconocimientos, tan adventicios a la genuina creación.
¿Qué es lo que te enciende emocionalmente-creativamente?
Me enciende lo que combina eticidad y belleza, por eso si escribo de animales me interesa más en qué medida compartimos el mundo con ellos que sus atributos específicos, algo externo en que se confina tanta rima vacía de humanidad.
¿Qué es lo que te desanima?
Me desanima lo no vivido ni sentido, lo que no me conduce a la generación de imágenes intensas, bien resueltas como lenguaje.
¿Qué atributos morales piensas que debe portar consigo un buen libro infantil?
Los que demande orgánicamente el asunto, sin forzar las situaciones, en ámbitos tan viejos y universales como el bien, la verdad y la belleza.
Aparte de tu profesión actual, ¿qué otra cosa te hubiera gustado ejercer?
Hubiera deseado tener varias vidas seguidas o simultáneas para ser arquitecto o botánico, profesiones que me fascinan.
¿Qué profesión nunca ejercerías?
Muchas. Pero ninguna profesión es buena o mala por sí misma, todo depende de cómo se ejerza y en función de qué intereses y objetivos. Estuve vinculado a una microbrigada de la construcción y hasta me evalué como albañil y disfruté tanto un baño terminado de azulejar por mí como una clase en que todo salió como se había proyectado. Pero si algo le agradezco yo a la Revolución, y lo digo como una verdad entrañable, es haberme dado la oportunidad de dedicarme al estudio, la investigación y la escritura, que fueron desde siempre mis vocaciones más hondas.
¿Podrías opinar de la relación autor-editor?
Es fundamental y cuando resulta dialogante y crítica enriquece mucho los libros, como me ha tocado comprobar varias veces.
Si tuvieras que salvar solamente diez libros de un naufragio ¿cuáles escogerías? ¿Alguno de los que has escrito?
Si para algo me ha servido enseñar literatura es para lograr cierta objetividad de juicio y conocer cuál es mi mínimo lugar en ese universo. Por tanto no escogería nada mío. Las listas plantean un serio problema, pues no siempre los clásicos más reconocidos son los que más uno disfruta. Son lecturas inolvidables para mí, entre otras muchas: El Quijote, de Cervantes; Cándido, de Voltaire; La cartuja de Parma, de Stendhal; La poesía de José Martí; La piedra lunar, de Wilkie Collins; Concierto barroco, de Alejo Carpentier; La poesía de Jacques Prévert; El mundo de ayer, de Stefan Zweig; El barón rampante, de Ítalo Calvino; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Hace años iniciaste un ambicioso proyecto literario, junto a Mirta Estupiñán que es un Diccionario de Autores de la literatura infantil cubana. ¿Puedes hablar brevemente de esta experiencia?
El Diccionario…, comenzado a principios de la década de los noventa, hace ya más de veinte años, ha sido una investigación que ha crecido con el tiempo hasta abarcar desde los albores del siglo XIX hasta los primeros meses de 2012 y desde la narrativa hasta la divulgación científica, histórica y de otra índole. Exigió consultar las más diversas fuentes, preguntar a los vivos, contactar a los que viven lejos, buscar con pasión de sabuesos el dato huidizo… Lo hemos sufrido y disfrutado y esperamos que pueda ver la luz cuánto antes.
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