Raúl Ferrer Pérez, contamos contigo


raul-ferrer-perez-contamos-contigo

Esta tierra nuestra, quizás por ser tan pródiga en intelectuales de valía, posee nombres que apenas se mencionan y mucho menos se conocen.

Ilustra esta verdad, entre muchos otros, Raúl Ferrer Pérez, reseñado este año, al arribar al centenario de su nacimiento, atendiendo a lo que se ha dado en llamar “aniversario cerrado”, que convierte la calidad de la fecha en algo superior a la obra y al hombre mismo.

Pero precisamente más allá de su poema Romance de la niña mala, el que mayormente se conoce y se divulga, al acercarme a su poesía erótica, encontré la titulada: Amor  /Me gusta saludarte/con la misma/mano con que te toco y te recuerdo. /Me gusta hablar contigo/con la misma/boca con que frenético te muerdo. /Y me gusta mirarte/con los mismos/ojos en donde vienes a perderte. /Y me gusta ir contigo, /con las mismas/piernas con que camino hacia la muerte!

Tras leer estos versos suyos, de inmediato pensé en Rubén Martínez Villena y su poema Hexaedro Rosa. Ambas poesías nos ofrecen una suerte de coherencia con lo mejor de muchos poetas cubanos: estar signados por el amor, tan enorme en lo social como en lo íntimo personal.

Y es que Raúl Ferrer, como Rubén, tuvo entre sus atributos, junto a los de magnífico poeta y prosista, ser comunista y maestro.

En 1937, Ferrer optó por el magisterio, cursando estudios en La Habana que lo calificaron como Maestro Cívico Rural, tras lo cual, comenzó de inmediato su ejercicio en la Escuela Rural del Central Narcisa (hoy Obdulio Morales). Aunque no fue hasta 1949 que se tituló como maestro normalista, la práctica en la escuela rural lo consolidó como pedagogo, aplicando métodos novedosos. A ello coadyuvó que ya por entonces dominaba los problemas políticos y sociales del país y en especial de la zona, y había fortalecido sus relaciones con los dirigentes del Partido y del sindicato azucarero de todas las instancias, quienes lo visitaban con frecuencia, cuando aún no había ingresado al partido de los comunistas cubanos. También desarrollaba una muy valiosa actividad en la organización sindical de los maestros.

En la actividad pedagógica aparecieron sus primeros poemas donde la escuela, la gente de pueblo, la ideología y el amor se fusionaban en un verso vigoroso, saturado del carisma de su personalidad, permitiéndole combinar la docencia con la poesía y la vida.

Los que se han acercado al estudio de su pensamiento pedagógico, señalan que para la fundamentación de sus métodos y enfoques educativos, se ha tenido que acudir a sus versos. En sus libros Décima y romanceViajero sin retorno y El retorno de un maestro, expone las bases de su manera de ver al niño, al joven y al adulto, la importancia de sus convicciones y sentimientos, las verdades de las individualidades y su confianza esperanzada en que el conocimiento y la cultura eran el camino más expedito para formar patriotas, hombres y mujeres de bien en todas las esferas de la vida.

Una de sus más valiosas y singulares formas de hacer presente a José Martí, fue sacándolo del “Rincón Martiano”, es decir, sacándolo del “rincón” del aula, y colocando su busto al centro de la misma. No aceptaba que se insistiera tanto en el llamado Rincón Martiano; para Raúl Ferrer era inaceptable confinarlo a un rincón, en un momento que Martí le hacía tanta falta a la Patria.  Al centro del aula, su busto era uno más del grupo, y todos los días le llevaban flores.

Otro recursos empleados por el poeta revolucionario, fueron enseñarle canciones a los alumnos para que aprendieran reglas gramaticales complejas y para recordar nombres importantes en la historia patria. También construía adivinanzas para el estudio de la historia de Cuba. Una muy hermosa para que los niños conocieran a José Martí, fue la siguiente:

Un bigote negro

Una frente ancha

Amó mucho a los niños

Y murió por la patria

Raúl Ferrer, en su escuelita del Central Narcisa, cuando algunos de sus alumnos dejaron de asistir a las clases, dio un fabuloso ejemplo del amor y del excepcional humanismo que debe poseer un maestro.

Al interesarse por sus ausencias, supo que lo hacían porque no tenían zapatos y les daba pena llegar a la escuela descalzos. Ante ese hecho, la creatividad de Raúl no se hizo esperar: decidió conversar con los alumnos y convencerlos que estar en la escuela con los pies descalzos los iba a ayudar a todos porque así, mientras estudiaban, recibirían directamente las irradiaciones de la tierra, y éstas les ayudarían en el aprendizaje. Con esa explicación los invitaba a todos a quitarse los zapatos y él mismo lo hacía también. Colocaban los zapatos debajo de una ceiba a la entrada de la escuelita, que había nombrado Carlos Manuel de Céspedes. De este modo, evitaba que los niños más pobres y descalzos experimentaran en la escuela el inhumano flagelo de la desigualdad, mientras iba escribiendo una de las páginas más conmovedoras de la docencia cubana. A través del curso y con sus escasos ingresos, iba comprando zapatos a los niños que no tenían.

Raúl fue también un fiel exponente de la conducta seguida por muchos maestros, especialmente de las escuelas públicas, mayormente rurales, que lo retratan a él, al magisterio y a la pedagogía cubana: en medio de la imposición de los valores foráneos, sembraron, mediante el conocimiento, una dignidad, un patriotismo y unos valores éticos que se impone continúen en la enseñanza, a fin de que pervivan en todos los cubanos de hoy.

Raúl Ferrer Pérez fue uno de esos cubanos que hasta el momento mismo de su muerte, mantuvo su fe inquebrantable en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte