La Habana es una ciudad que estremece. Cada una de sus calles, plazas y edificios, cada uno de sus municipios y barrios tiene una magia especial que incita y estimula la vista o la memoria. Siempre hay una historia nueva que contar o un recuerdo que traer de vuelta. Y aunque no es una ciudad que crece, se expande. En ella todo es posible. No hay espacios vacíos ni rincones para el olvido. Es como un gran cuadro, como un retrato grande y familiar, inmenso, donde se nos presenta la vida de golpe.
Desde que tengo recuerdos, me he movido dentro de ella. Primero como un simple descubridor que llenaba la memoria de todo cuanto podía tener; después como un incansable explorador de cada una de sus realidades: el mejor generador de imágenes para el desarrollo de cualquier obra artística. Cada recorrido ha marcado un punto de giro, un inicio en el proceso creativo y un paradigma para la reconstrucción sociológica de la ciudad.
Y este, en particular, es tal vez el momento más complejo. Llevar a vías de hecho, en cualquiera de las manifestaciones artísticas, un análisis antropológico del fenómeno citadino resulta, cuando menos, un reto a la imaginación y al rescate de la realidad. Así, y sin proponerse más motivaciones que traslucir el impacto que ha generado el reencuentro con su ciudad natal, Carlos Javier Alonso indaga, por medio de la pintura, en los estados emotivos que genera su visualidad.
Como ya lo enuncié una vez, existe una fuerza provocadora en la pintura de Carlos Javier y Reencuentro es un ejemplo de esta afirmación. Todo en ella es un golpe a la vista —que no de efecto—, de la que no escapa nadie sensible, porque de eso se trata: de sublimar estímulos. Una vez más regresa al paisaje en blanco y negro, a ese que no es común y que no se identifica por lo general con el género porque, si algo distingue a La Habana es, precisamente, su colorido.
Pero para el artista el interés radica en otro orden. Es en la búsqueda que va más allá de la pura experimentación formal, donde recae la provocación. En una consecución de imágenes en las que va simplificando la mancha y el uso de los contrastes hasta la magnificación del valor absoluto, comienza a desprenderse de una realidad objetiva para proponernos otra: la suya. Con este juego de descubrimientos logra desmontar las composiciones clásicas para reconfigurar, mediante la incertidumbre y el uso de una pincelada expresiva y potente, el sentido tradicional del paisaje urbano.
Reencuentro, la más reciente exposición del joven artista, es una selección depurada de su amplia producción dentro de uno de los géneros más reconocidos de las Artes Visuales. Quince cuadros de mediano y gran formato, en óleo y acrílico, destacan en un magnífico rejuego de similitudes. Sus fuertes trazos expresivos, la tonalidad cada vez más cerrada y atrevida, el impacto tardío de desequilibrio que generan sus composiciones y la tesitura siempre dramática y melancólica de estas monocromías, revelan un aliento más romántico que expresionista en esta exposición que se exhibe con el auspicio de la Oficina del Historiador de la Ciudad, durante todo el mes de agosto en la galería del hotel Ambos Mundos de la Habana Vieja.
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