Los hijos del poblado de Regla
en La Habana, cuyo nombre autóctono fue Güaicanamar, que significa "frente
al mar", están por estos días de fiesta por motivo de conmemorar su 330
años, fecha que toma en consideración el acto en que el alguacil Mayor Dr.
Pedro Recio de Oquendo dona a su hermano Manuel Antonio, “el peregrino” un
terreno para la construcción de una ermita bajo la advocación de Nuestra Señora
de Regla el 3 de marzo de 1687. ¿Por qué esta fecha y no el instante en que
estos terrenos fueron ocupados por los aborígenes o su puesta en explotación
por el nombrado Pedro Recio de Oquendo? Según los historiadores existen
documentos que indican que el 27 de febrero de 1573, 114 años antes, existía en
el lugar un caserío de indios.
La respuesta está en la significación cultural otorgada a la génesis del proyecto al Santuario Nacional de Nuestra Señora Regla, advocación mariana en la que reconocieron los habitantes de occidente valores misericordiosos y maternales desde el siglo XVII. El Santuario de Regla es la huella de una mística criolla como expresión identitaria de una región en Cuba y constituye junto al de la Caridad del Cobre en Santiago de Cuba, un eslabón para entender la conformación de la nacionalidad cubana. Como diría el historiador Rigoberto Segreo Ricardo: “Mucho antes de que el criollo pudiera autorreconocerse en su propia identidad, ya era portador de una religiosidad que lo proyectaba como un sujeto cultural original”.[1] Claro está que la imagen no surgió en Cuba, pero se aplatanó en ella de tal modo que se convirtió en patrona de la bahía de La Habana.[2] ¿En qué momento ubicar su reconocimiento como signo de fuerte arraigo y espiritualidad de los habaneros y todos los cubanos si desde 1761 Arrate lo cita como “el famoso y devoto Santuario de Nuestra señora de Regla”? Intentemos desde la historia dar respuesta a tan compleja interrogante.
Registra la historiografía cubana que apenas una década después de finalizada la primera mitad del siglo XVIII, en 1761, el historiador José Martín Félix de Arrate y Acosta (La Habana 1701–1764) culminó una de las obras que permiten hoy la aproximación a un conjunto de piezas urbano arquitectónicas de encomiable valía para la comprensión del patrimonio construido en Cuba: Llave del nuevo mundo. Antemural de las Indias Occidentales. ¿Qué lugar ocupó en esta obra el santuario si consideramos que este libro como un catálogo que representa los signos más representativos de cultura y civilización de la Isla de entonces? ¿Desde cuáles perspectivas y en base a qué valores?
En primer lugar, no puede
Arrate ignorar el diálogo que sostiene el entonces caserío de Regla con el mar
y con la ciudad de La Habana; de ahí que en elija como mirador uno de los
tantos navíos que penetran en la bahía para contraponer dos paisajes
completamente diferentes y, quizás precisamente por ello, legítimamente
encantadores. Al “Poniente”, “la bella perspectiva de la ciudad y sus muros y
fortalezas, templos, torres, edificios y miradores, y aun parte de las plazas y
calles”, una imagen fragmentada que el navegante tendrá que construir en su
totalidad con el peligro de no perderse en los detalles. Al “Oriente”, las caserías
ubicadas a cierta distancia del mar o “a la propia lengua del agua”, destacando
estas últimas como las “más cómodas para la diversión del paseo, especialmente
el devoto y deleitable santuario de Nuestra Señora de Regla, erigido en una
breve punta que de la parte del sur se introduce en la bahía inclinada al
Norte, cuyo templo y casas de hospederías, ceñidas de un recinto de piedra y
coronado de almenas, si excita la devoción para religiosas romerías, también
convida al gusto para recreaciones honestas”.
Apenas tiene Regla unos 74
años y es ya sitio de reconocido lugar para romerías religiosas o agradables
paseos. Y es tan alto el lugar que ocupa en la mentalidad de los habaneros el
santuario que junto a la anunciada presentación indica el escritor: “Haré de él
más extensa relación entre las iglesias de esta ciudad, con noticia de su
fundación, aseo de su culto, multitud de votos
y solemne juramento con que fue aclamada patrona de esta había”. Pero
antes de cumplir con su promesa Arrate destaca la existencia en Regla uno de
los cuatro embarcaderos desde el cual parten canoas y botes con personas y
frutos para La Habana, tanto al muelle de la Real Contaduría como al que llaman
de la Luz, de modo que al hecho de ser Regla la sede del santuario se suma la
participación de la localidad en el comercio y el paseo por la bahía.
Demoraron tres largos años, hasta 1690, para que El Peregrino construyera un pequeño oratorio cubierto de paja en lo más estrecho y reducido del terreno, en la que se veneraba una imagen pictórica de la virgen, y tan precaria era la obra que dos años más tarde, en 1692 la tormenta San Rafael arrancó la débil choza. Según anota Arrate, su reconstrucción se debe a Juan Martín de Conyedo, quien desesperado ante la referida tormenta pide protección a la Purísima Virgen a cambio de “servir en el mencionado santuario”, promesa que cumple al construir una nueva ermita entre 1693 y 1694 con tres cuartos para hospedería de tapias, rejas y tejas en colaboración con Alonso Sánchez Cabello, vecino y mercader. La obra adquirió mayor valor cuando en lugar de la imagen pictórica se colocó la escultura de busto buscada en España por el mayor Dr. Pedro de Aranda Castellanos de la Punta con el fin.
La religiosidad era un modo
de vida, de ahí que con apenas catorce años de gestado el proyecto, en 1701, la
ermita fue legitimada con su subordinación a la parroquia de San Miguel, pero
tan amplia se fue haciendo su devoción que apenas seis años más tarde el Dr.
Fray Gerónimo de Valdés la agregó a la parroquial de La Habana “haciéndole
fiesta anual el 8 de septiembre” y declarándola “Patrona de la Bahía” en 1714, quizás
el primero de los innumerables actos solemnes de los que sería sede la ermita
de Nuestra Señora de Regla, y su celebración marcó los elementos de su señoría
cultural.
El acontecimiento tuvo lugar el 23 de diciembre y fue protagonizada por las autoridades civiles y eclesiásticas. El clímax debió ser el instante en que el regidor Marqués de Casa Torres, presidente del Cabildo habanero, entregó al ilustrísimo obispo “una llave de plata dorada, insignia de las armas y blasón de esta nobilísima ciudad y su gran puerto”; “la cual fue colocada a los pies de la sagrada efigie donde permanece hasta el presente” (apunta Arrate cuarenta y siete años después). A La Habana y Regla las separaba el mar, pero las unió el repique general de campanas, las salvas de las fortalezas y navíos anclados en la bahía “y otras devotas y festivas demostraciones”.
Otro peldaño de suma importancia en su legitimidad con la colocación del Santísimo Sacramento en la iglesia el 29 de octubre de 1717, a instancia del Dr. Gonzalo Vaquedano, quien había ocupado el cargo de oidor de la Real Audiencia de Lima y había sido designado fiscal del Supremo Consejo de Indias; un acto de mayor esplendor y suntuosidad “porque asistió a ella el nominado Ministro y otros títulos, caballeros y oficiales de carácter que en los navíos del Rey venidos de Nueva España se transportaban a Castilla”.
Pero sin dudas el mayor signo del santuario como patrimonio cultural no estaba en las ocasionales ceremonias que acogía por más encumbradas que éstas fueran, por encima de ello se levantaba ya, en 1761, el diálogo de la Virgen con los habaneros, los cubanos todos, los de otros lares del mundo. Desde aristas económicas describe Arrate:
Las dádivas y ofrendas que contribuyen la piedad y devoción para este santuario y limosnas que se recogen para él son tales que, no teniendo ninguna renta fija, sufragan para el salario del capellán, manutención y vestuario de los hermanos, adorno y servicio de la Iglesia, que posee muy costosas alhajas y ricos ornamentos, y para octavario de la Santa Imagen y demás funciones que se ejecutan en este templo…”.
En un inmueble reconstruido entre 1811 y 1818 por el ingeniero Pedro Abad Villareal bajo los cánones del neoclasicismo está la génesis de Regla y su cultura. Sin dudas un lugar medular ocupa en ella la devoción a la Virgen de Regla y a su sincretismo con Yemayá, deidad del panteón Yoruba africano.
La Iglesia de Nuestra Señora de Regla, ubicada en la calle Santuario nro. 1, esquina al Litoral, en el Emboque de Regla, fue declarado Monumento Nacional por resolución nro. 52, del 18 de febrero de 1987, destacando entre sus valores el haber dado origen al nombre de la villa de Regla y el haber estado vinculado a figuras de la talla de Félix Varela, Morell de Santa Cruz y Obispo de Espada.
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