Fue en el Instituto de la Víbora en La Habana, cuando apenas era un adolescente, que tuve la oportunidad de apreciar el arte pictórico de Rembrandt, ese gran artista holandés. Fue en la Biblioteca del Centro el lugar preciso en que pude disfrutar de un libro con magistrales creaciones que me permitieron descubrirlo a lo largo de los años. Solo recuerdo de aquel tiempo el cuadro titulado La anatomía del doctor Tulp, que fue para mí una ofrenda de laboriosidad artística digna de impresionar a aquella niña de apenas 14 años. Según explicaba el pie de foto, era una exhibición del anatomista que por cierto, en el cuadro lleva un sombrero y lo rodean médicos cirujanos. El cuadro era de 1632.
Un vez que me acerqué a toda la obra del gran genio, la luz y la contra luz de sus lienzos siempre me ayudaron a reconocerlo en cualquier lugar donde se encontrara. Años después en las aulas de la Dra Novoa, aquella maestra inolvidable, fui mucho más al detalle del pintor y supe que absolutamente Rembrandt era un gigante no solo de la pintura y el grabado sino un artífice del barroquismo del cual fue un experto creador.
Lo conocía por Rembrandt, pero su nombre cmpleto me fue muy difícil de aprender: Rembrandt Harmenszoon van Rijn.
Cuando Cervantes, el gran Cervantes, fallecía en 1606, ese mismo año, nacìa en Leiden, Países Bajos, Rembrandt. Fue siempre muy admirado por Vincent Willem van Gogh, también un artista neerlandés nacido allá por el Siglo XIX.
Volviendo a Rembrandt, es importante que les diga, que este creador fue uno de los mejores Maestros de la pintura y el grabado de la historia de los Países Bajos. Recuerdo cuando en 1995, llegué a Amsterdam, lo primero que hice fue acercarme a su obra, penetrar en su vida y disfrutar la trascendencia de este coloso inmenso.
Se ha dicho en varias ocasiones, que Rembrandt, con el fuego de sus luces, ha logrado experimentar misterios del alma y esto realmente marcó su estilo para siempre, era su más valioso “medio de expresión” como afirman muchos especialistas.
Muy joven se instaló en Leiden. De allí surgieron sus primeros cuadros. Las familias más adieradas le encargaban retratos, pero él disfrutaba mucho las escenas religiosas.
El Cristo en la tempestad es de 1633. Rasgos violentos de mar y vientos se observan en su obra. Un poco antes se había casado y ya vivía en Amsterdam. Los primeros autoretratos muy brillantes; los que vinieron después, muy sombríos. Reflejan su azarosa vida después de la muerte de su mujer.
A medida que el pintor se hacìa más viejo su obra se iba transformando. Ya no le interesaba ser de trazos más agresivos y entonces lo vemos ya en el año 1658, con aquel “Retrato de familia” mucho más cerca del arte renacentista, con la luz sobre un fondo oscuro que impresiona.
Definitivamente para el pintor la luz y el color resultaron imprescindibles, marcaron su estilo, definieron la personalidad del artista. Vuelve al final con sus obras religiosas, la luz lo ayuda a avanzar, es la fuerza de su creación, su magia inigualable.
Siempre me gustaron sus autoretratos. El propio Rembrandt fue el gran modelo del pintor. Sencillo, conmovedor se nos presenta y muchas veces contenido en sus sentimientos con la maestría, sus personajes debidamente entregados, sus rostros y disímiles gestos, que demuestran su experiencia y alabadas intenciones. Una afirmación del claroscuro afirma su creación.
Recuerdo aquel primer encuentro con la obra del pintor. Un encuentro de profunda emoción que jamás he podido olvidar.
Valgan estas palabras como un hermoso recuerdo a 416 años del nacimento, de este gran artista, en este mes de julio, un mes que también para nosotros los cubanos, es un mes de luces y de coloreada victoria.
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