Cuando en 1961 el barítono holguinero Raúl Camayd decidió que sus empeños fueran más allá del canto, su conocimiento, enseñanza y promoción, resolvió crear el Teatro Lírico de Oriente que inauguró el 16 de noviembre de 1962 la zarzuela española Los gavilanes, en el Teatro Infante de la ciudad.
El nuevo conjunto resultó parte del ambiente fundador de la época y tanto trascendió que los aplausos se expandieron hasta colaboraciones de tamañas personalidades, entre ellas, los entonces vitales Gonzalo Roig y Rodrigo Prats, imprescindibles en el legado zarzuelero nacional, junto a Ernesto Lecuona.
Al paso del tiempo, en 1980 y como homenaje póstumo a Prats, autor de Amalia Batista (fallecido en septiembre de aquel año), se decidió que su nombre formara parte de la agrupación holguinera, transitando su devenir con tan valioso tributo, que añadió más tarde al concurso nacional de canto lírico: durante años el máximo certamen del género en Cuba, y el de mayor estabilidad.
Y debía ser así. Al perpetuar el nombre de Rodrigo Prats, la compañía ha mantenido el legado del autor de títulos que le permitieron trascender en la historia de la música cubana, sosteniendo sus zarzuelas una parte fundamental de nuestra escena lírica.
De todas, a su Amalia Batista (1936) se le tiene como la obra de más difícil ejecución entre todas las similares del género escritas en el país, por sus exigentes retos vocales y dramatúrgicos para la soprano protagonista, como las complejidades para el tenor que la acompaña, con demandas similares.
Pero, antes de llegar a ella, Prats entregó primero Soledad (1932) y María Belén Chacón (1934), que sumó a La Perla del Caribe, La Habana que vuelve y Guamá, sosteniendo basamentos similares a precedentes de Lecuona y Roig, con quienes integra la trilogía más importante de autores del teatro lírico cubano y en especial de la zarzuela; completándola desde una visión más consecuente de los aspectos dramático y musical, dentro del teatro costumbrista, según se asegura.
De estudios académicos, violinista, pianista y director de orquesta, el criterio que repercute su hoja autoral pasa por un significativo número de canciones, igualmente representativas del género en Cuba; desde la más antigua: Una Rosa de Francia, que sus biógrafos sostienen compuso a los 15 años de edad y reconocen como verdadero modelo de la criolla-bolero.
Aquella, junto a la mayor parte de sus canciones, cumple el requerimiento de una voz lírica para su correcta interpretación; porque, definitivamente, Rodrigo Prats apostó por más que simples creaciones al estilo tradicional, haciéndolas destacar por la elegancia, el cuidado y rigor de sus formas.
Así llevó sus canciones por el difícil camino del acierto y tanto, que cuanto recital lírico intenta repasar tan valioso repertorio, le son imprescindibles sus romanzas de Soledad o María Belén Chacón.
Todas demuestran su capacidad para asimilar diferentes elementos, y con ello, el poder traducirlos con apego a la formación, experiencia y sensibilidad, tres elementos que se manifiestan desde una entera maestría en la vigente obra de Rodrigo Prats.
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