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Rogelio Fundora: El guajiro que pinta…


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Estos creadores andan dispersos por toda la Isla. Pero abren anchos sus ojos al paisaje cubano, caribeño, y abrazan con el pincel, el creyón y otros instrumentos, soles, lunas, palmeras, ríos, montañas, hombres y mujeres... Sus imágenes son como miradas ingenuas al mundo circundante.

Son auténticos artistas de su país. Y cuentan del mundo, los sueños, anhelos y todo lo que logran alcanzar sus pupilas a través de las imágenes. Muchos apellidos han recibido en el tiempo: naifs, primitivos, ingenuos, artistas populares... Más bien contemporáneos, porque reflejan en sus creaciones la época, el momento determinado de su existencia, y reproducen, generalmente, lo que ven en ese instante que les tocó vivir.

Recientemente,  la galería de arte Carmelo González, de la Casa de Cultura de Plaza (Calzada y 8, Vedado) acogió una muestra del original creador Rogelio Fundora: Del guajiro… te traigo un recado, integrada por más de 60 piezas, óleos en cartulina, lienzo y cerámicas que saludaban el Año Internacional de la Agricultura Familiar, declarado así el 2014 a partir de una iniciativa de la Asamblea General de Naciones Unidas, “con el propósito de promover políticas a favor del desarrollo sostenible de los sistemas agrarios basados en la unidad familiar, campesina comunal y cooperativa, en el marco de la lucha contra la pobreza y el hambre”…, como expresaba la representación de la FAO en Cuba, en el catálogo de la muestra. Era su homenaje a todos los hombres que laboran/aman la tierra.

Un motivo que impulsó a exponer al “guajiro que pinta” —sobrenombre por el que es conocido también Rogelio Fundora—, quien es al mismo tiempo agricultor (Vanguardia Nacional) y… pintor autodidacta que lleva a la obra su vida cotidiana, el bregar por ese espacio rural que alcanza dimensiones cubanas/líricas en su trabajo artístico. En su quehacer, donde emergen muchos paisajes entre una gran variedad de retratos de hombres relacionados con el campo de alguna forma, uno puede encontrar, desde el asombro, la realidad circundante de una familia respirando y/o trabajando en plena naturaleza, ataviada con formas simples y hasta ingenuas, y también árboles y casas parecidas al original pero de manera muy propia. Podría decirse que los construye con un prisma personal y espontáneo. La lluvia tampoco falta en sus creaciones porque, al fin y al cabo trae el agua que es el tesoro de la vida. Sus trabajos semejan radiografías que revelan secretos muy personales. Pues, entre las imágenes raptadas de los campos cubanos se mueven anhelos y ensoñaciones.

En presencia de un cuadro del artista, el espectador queda atrapado en un universo original donde se transparenta todo aquello que pertenece al creador: el campo, la naturaleza para hacerlo más suyo. Porque sus recuerdos se pierden arando la tierra, sembrando en los campos…

Si llamamos piel, no solamente a la “envoltura” que nos cubre a los humanos y la extendemos al arte, en este caso específico la pintura sobre tela/papel/barro, designaremos, en su justa medida, al término, cuando del creador Rogelio Fundora decimos… que lleva el campo a flor de piel. Y también del alma, porque de allí sale ese inusitado amor por la tierra, de donde brota la creación y se posa sobre las obras… Las piezas, trabajadas como poesía de tierra adentro, transparentes y a la manera de una inacabable crónica de la vida en la que también Fundora opera con filosofía, lirismo y sentido crítico, nos revelan una permanente suma de lo escuchado, vivido y leído. Del mismo carácter simbiótico de su personal estética nace la explicación a cuanto combina, a las certezas súbitamente convertidas en cuadros. Lo más importante de su labor: él es, desde el principio, un creador sincero, vinculado a un espacio vital, al contexto donde se desenvuelve, a la manera llana y transparente de sentir.

El sombrero, protagonista de sus retratos

Desde hace algunos años encontró esta forma de re-crear su mundo, y reflejarlo como un espejo donde podemos alcanzar todo aquello sentido en sus interiores. Como lector empedernido de libros de arte, en sus trabajos uno puede encontrar “reflejos”; ya sea de luces, sombras, tonalidades, formas…, que con rápidos impulsos (ingenuos, ágiles, nítidos) lleva a las telas y se hacen protagonistas de sus historias. Porque hay algo muy claro en él: “quiero hacer arte con mi vida”. En este caso específico, Rogelio Fundora contó que realizó esta serie de retratos —espontáneos y personales— de hombres y mujeres que defienden la cubanía, la naturaleza y que han nacido en el campo. En esa inmensa galería hay intelectuales, pintores, músicos, repentistas, amigos y hasta su padre, un hombre que como él lucha cotidianamente en la tierra, para extraer sus frutos. Y, con una inmensa sonrisa que siempre amaga en su rostro, señaló algo que no podía faltarles (tampoco a él), y que “los une: el sombrero de guano de los campesinos, esa esencia tradicional que todos y cada uno portan”. Y se los puso, aunque muchos de ellos no lo usan en su cotidianeidad.

En ellos sale a flote algo característico de Rogelio Fundora: una capacidad y poder de observación nato, para lograr “atrapar” el gesto preciso que los identifica a cada uno de ellos; es como plasmar la huella exacta. No caben dudas al ver las obras: con mano diestra puede hacer un retrato de cada uno de todos nosotros…

Una pregunta no podía faltar en el diálogo. ¿Pintar para el creador? Ni juego ni entretenimiento, “necesidad cotidiana, es algo que me desahoga”.


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