Trece años se cumplen este 10 de febrero de que el arte naif en Cuba perdiera a uno de sus máximos representantes: Ruperto Jay Matamoros (Santiago de Cuba, 1912 –La Habana, 2008), merecedor del Premio Nacional de Artes Plásticas en 2000.
Contaba él que desde muy niño encausaba su vocación valiéndose de un rabito de cochino, a modo de pincel; pencas de yagua, como soportes y pigmentos que lograba con determinadas semillas, pues grande era la miseria en el hogar donde era el séptimo en una prole de doce hermanos.
Llegado a La Habana en busca de mejores oportunidades económicas, tuvo la suerte de poder ingresar en el Estudio libre de pintura y escultura que, creado en 1936 por Eduardo Abela, tuvo además en su claustro a René Portocarrero, Rita Longa, Mariano Rodríguez y Jorge Arche, entre otros grandes artistas capaces de introducirlo en los rudimentos técnicos sin resquebrajar el carácter ingenuo de su obra.
Sin embargo, no es hasta 1959 en que, tras el triunfo revolucionario, se abre el horizonte creativo de Jay Matamoros, junto a las posibilidades de participar en eventos y dar a conocer su arte en numerosos países, en los que numerosas veces fue galardonado. Su origen campesino marcó por siempre la temática de sus obras y cosmovisión artística. Más de un estudioso ha destacado la auténtica simbiosis que se produjo entre el artista y la naturaleza.
Trece años se cumplen este 10 de febrero de la desaparición física del artista santiaguero y, en verdad, no resulta fácil creerlo cuando uno contempla esos paisajes tan llenos de vitalidad y cubanía.
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