Gibara es una de esas encantadoras ciudades en la que el forastero constata el contrapunteo entre lo provinciano y lo cosmopolita; entre un notable conjunto de soluciones locales y la apropiación de otras claramente identificadas con contextos geográficos y temporales distintos. De su riqueza patrimonial bastaría citar tres elementos para corroborar dicha aseveración; en primer lugar, el paisaje urbano, definido morfológicamente por una traza de tendencia regular en la que prima el sistema de plazas de las ciudades hispanoamericanas, modelo que persiste durante su crecimiento en la ladera de la montaña hasta dotarla de un sin número de miradores naturales; en segundo, un sistema defensivo de reminiscencia medieval construido durante la Guerra del 68 consistente en un muro de mampuesto de unos dos metros de altura a lo largo de unos dos mil metros, con siete fortines y dos tambores en el camino de los Hoyos, entrada principal de la población desde Holguín, obra que la convirtió en la segunda ciudad amurallada de la Isla; y, en tercer orden, el hecho de que a partir del 2002 se convirtiera en sede del Festival de Cine Pobre, evento cultural que desde su contemporaneidad convoca a jóvenes realizadores de todo el mundo.
Por el rico patrimonio cultural que atesora esta ciudad, cuyo centro fue declarado Monumento Nacional en el 2004; este fue elegido por estudiantes y profesores de la Maestría en Conservación que imparte la filial de la Universidad de las Artes en Holguín, en coordinación con el Centro de Estudio de Conservación, Restauración y Museología de la Universidad de las Artes en La Habana; y “La ciudad como texto cultural” le dedica dos artículos: el primero con centro en los signos de su génesis y conformación urbana en el siglo XIX; el segundo, en la etapa republicana y revolucionaria; entre uno y otro, un proceso continuo, la expresión de la conformación de una identidad: el ser gibareño.
Pasadas algunas curvas
y un puente, entre el azul del mar y el verdor de la montaña, penetra el
visitante en Gibara, recibido por el Fuerte de La Tenería y una especie de
malecón que se extiende a todo lo largo de la calle Ronda de la Marina para
prolongarse al este en la Avenida Raví, opción no solo para el paseo y el
esparcimiento, sino también de acceso a áreas de baño, como la Playa Bayado, en
cuya cercanía está el Hostal Brisas del Mar; paradójica construcción por poseer
un sólido portal ecléctico tras el cual se presenta un colgadizo de tabla y
tejas de barro que culmina en el patio con un bajo puntal.
Gibara es una
villa del siglo XIX, al menos si se toma como referencia su fecha de fundación,
el 16 de enero de 1817, con la construcción de la Batería de Fernando VII bajo
la dirección del Comandante de Ingenieros de Cuba Pío de la Cruz, en el extremo
este de la bahía, hecho que fomentó su población y el desarrollo de su
urbanismo. Si de encontrar los orígenes de su cultura se trata, es preciso
centrar la atención en los aborígenes que colocaron el nombre de Punta de Yarey
a uno de los accidentes geográficos que definen la bahía (1) o en aquellos que
utilizaron el topónimo de Jibá (2), de donde se opina procede el nombre de
“Gibara”.
En lo referente
al universo indo hispánico, sería necesario, como mínimo, partir de 1720, año
en que el Gobernador de Bayamo, Bartolomé Luis de Silva y Ramírez, fundó la
Villa de Holguín de San Isidoro. Para los holguineros, a 30 Km de su núcleo
político administrativo, Gibara devino desde el siglo XVIII una puerta al
comercio de contrabando con holandeses, ingleses y franceses. De modo que
horizontes culturales de criollos y extranjeros debieron aportar los cimientos
de la esencia gibareña.
Un testimonio dieciochesco
en la “Villa Blanca”, como se le conoce popularmente, lo constituye la Casa Da
Silva, edificación emplazada en la antigua Plaza de la Fortaleza, aunque por el
texto que le acompaña resulta difícil identificar cuáles de sus elementos
corresponden a dicha centuria: “1791 // Primera casa fundadora de la villa
edificada por D. José Romero // Reedificada por D. Manuel Da Silva Leal, Vice
cónsul de Portugal”. Pero al margen de su historia, Gibara conquista con su
coqueteo entre paisaje natural y paisaje construido, tal si se tratara de una
lección de proceso civilizatorio del hombre que, tras reconocer el espacio y
evaluar sus condiciones, decide edificar no solo su casa sino también la de sus
descendientes.
Una imagen
integral de Gibara en el siglo XIX se revela en el Plano de la Villa de Gibara de 1875, dedicado al Ilustre Ayuntamiento,
documento que atesora el Museo Histórico con sede en la casa de don Anastasio
Calderón del Villar, palacio decimonónico que posee dos fachadas de similares
jerarquía, una por la calle Independencia y la otra por Donato Mármol; dos
casas que al pertenecer al mismo propietario fueron inscritas en los registros
con la dirección: Independencia no. 19, entre Grave de Peralta y Luz Caballero
(antiguamente calle Real o Fortaleza, entre las De la Gloria y De los Felices).
A pesar de que
su trazado lo define el cruce de 12 calles de norte a sur y otras 12 de este a
oeste, el urbanismo de Gibara es el resultado de la combinación del sueño de un
orden hispanoamericano y su adaptación a la geografía de su emplazamiento. Como
nodos, el Plano de 1875 muestra tres plazas fundacionales: la Plaza de la
Fortaleza, al norte; la Plaza de Desengaño, al sur; y la Plaza del Príncipe
Alfonso, al este.
La conexión de las dos primeras generó la senda más importante y extensa de la villa: la Calle Real o De la Fortaleza (actual Independencia); mientras perpendicular a ella, desde la Plaza del Príncipe Alfonso, en dirección oeste, se definió la calle Del Cementerio (actual Joaquín de Agüero) la más extensa en dirección este-oeste. En la intercepción de una y otra, abrieron espacio sus moradores, para crear la Plaza del Ayuntamiento, centro de la vida civil; distinguiéndose de la Plaza de Armas, ubicada en el lote delimitado por los ejes Real (Independencia), San Fulgencio (Martí), De Dolores (Sartorio) y De los Felices (Luz Caballero), donde se edificó la Iglesia San Fulgencio de Gibara entre 1850 y 1853.
En medio siglo,
Gibara se convirtió en un texto cultural en el que convivían signos de las más
diversos universos, un polisémico discurso cifrado en el sistema toponímico de
sus calles y en el lenguaje arquitectónico de sus construcciones de inacabado
enriquecimiento. Códigos religiosos, patrióticos-militares y socioculturales
marcaron su imagen urbana y, como buen palimpsesto, aceptó la reescritura que
trajo consigo la República y la Revolución.
De norte a sur, sus calles fueron reconocidas por los nombres Buena Vista, San Fulgencio (actual Martí), Los Felices (Luz Caballero), De la Gloria (Grave de Peralta), San Mamerto (C. García), Del Cementerio (J. Agüero), España (Cuba), San Pablo (Maceo), Del Calvario (B. Varona), Del Príncipe Alfonso (I. Agramonte), De Cocha (Cavada) y De Leyva; de este a oeste, Valmaseda (J. del Sol), Del Porvenir (Mariana Grajales), De Sanz (J. Mora), Del Vigía (Céspedes), De Dolores (Ricardo Sartorio), Real o De la Fortaleza (Independencia), San Germán (Donato Mármol), Del Narciso (N. López), Del Clarín (F. V. Aguilera), De Jovellar (J. Aguilera), De Damián (M. Gómez) y Callejón del Carmen; a las que se añaden las que sirven de rondas militares, La de la Marina y La del Norte (probablemente las actuales avenidas Jijón, Ávila y Lenin).
El paisaje
arquitectónico en esos 50 años llegó a estar integrado por un total de 782 construcciones;
186 de mampostería, 416 de tabla y tejas y 180 de tabla y guano; mientras que
tipológicamente se distinguían aquellas que tenían galería, con columnas de
mampostería o madera. Al finalizar la Guerra del 68, Gibara ofrece una
polifonía que tendrá que ser tenida en cuenta si de legitimar su identidad se
trata.
El XIX ofrece su modernidad desde el neoclásico, reforzando con ello los valores documentales del quehacer de estipe vernáculo. De ahí que además de la Iglesia Parroquial y la Casa de don Anastasio Calderón del Villar, las ruinas del Cuartelón, obra iniciada en 1854 en la cercanía del límite este de la calle de la Concha, bautizada así por incidir en ella el capitán general de la Isla José de la Concha; el Casino Español, hoy sede del Museo de Historia Natural Joaquín Fernández de la Vara Pí, en la calle Luz Caballero no. 22, esquina a Gral. Sartorio y su aledaño Teatro (1889), en Sartorio entre Luz Caballero y Grave de Peralta o la vivienda ubicada en Independencia esquina a Maceo; resulta necesario proteger la de tabloncillos y cubierta de teja en la esquina a Calixto García, hoy en función de barbería; las no. 14, 16, 18 y 20 que hacen frente al Museo de Historia entre Luz Caballero y Julio Grave de Peralta, a la que singulariza un caprichoso pie de amigo metálico para sostener un tradicional alero; o la pintoresca sede de ETECSA Comercial con su imagen corporativa en Independencia no. 67 entre Cuba y Maceo. Para un diálogo entre el Neoclásico y el arte tradicional bastaría una aproximación a la Plaza del Ayuntamiento y centrar la mirada en las edificaciones que custodian la calle J. Agüero.
Notas:
(1) Oriente de Cuba. Guía de Arquitectura, Andalucía, 2002, p. 272.
(2) Consejo Nacional de Patrimonio Cultural: Monumentos Nacionales de la República de Cuba, Collage Ediciones, 2015, p. 77. Jibá es el nombre del cine de Gibara.
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