Recientemente
“La ciudad como texto cultural” publicó la primera parte de un acercamiento a
la ciudad de Gibara; momento en el que se abordó la génesis y el fomento de uno
de los centros históricos declarado Monumento Nacional por la excepcionalidad
de sus valores en el contexto cubano. En esta ocasión damos continuidad al
proceso de formación de una particular expresión cultural, con centro en los
periodos republicano y revolucionario.
Avala el siglo
XX, bajo el paradigma del eclecticismo, la Casa de Felipe Ordoño Díaz, edificio
de tres niveles (almacén, vivienda y hotel, y cuarto mirador con un catalejo)
edificado en 1926 en la calle Grave de Peralta no. 7, esquina a Donato Mármol;
y, en las inmediaciones del Parque Martí, el Hotel Arsenita, en Gral. Sartorio
esquina a Luz Caballero. Ambos inmuebles, tras su rehabilitación, se inscriben
dentro de las ofertas al turismo internacional y al presentar ambos en el lobby
tres relojes con las horas de La Habana, Madrid y Quebec, parecen rumorear el
cosmopolitismo que acompañó a la ciudad desde sus orígenes.
No es común
encontrar en Gibara exponentes del Decó y el racionalismo; lo que no indica que
quedaron al margen de ello sus moradores. En relación con el periodo
revolucionario se manifiestan escasas inserciones en el área patrimonial,
sobresaliendo por romper con la armonía de su conjunto la construcción hecha en
el solar de la calle Luz Caballero esquina a Independencia y las sedes de
templos religiosos como la Iglesia Metodista Monte de Sión, en la Calle Cuba
no. 23, entre Máximo Gómez y Callejón del Carmen; y la Iglesia de Los Amigos,
de Cuáqueros, en J. Agüero esquina a Céspedes. En las áreas de nueva
urbanización encuentra espacio el desarrollo tecnológico y cultural, tal es el
caso del Telecentro de Gibara, en la Avenida Lenin; y el Hostal Buena Vista, en
la antigua Plaza de la Fortaleza.
Un mosaico más completo en relación con los estilos artísticos aparece en “la ciudad de los muertos”, en el límite suroeste de la ciudad amurallada. El cementerio de Gibara ha estado sometido a varios crecimientos desde del siglo XIX hasta tiempos recientes, de ahí que pueda el forastero encontrar en él notable diversidad de su trazado y los estilos de bóvedas y esculturas funerarias. Desde el punto de vista cultural la primacía la lleva la “Copa del amor”, exponente de 1872 que los gibareños han convertido en símbolo de fidelidad y en el que reza “R. I. P. Último recuerdo de mi Ygnacia. Mayo 26 de 1872. Adolfo”; epitafio que encuentra paralelo en el que acompaña la bóveda de Narciso Tauler Benítez (1931): “Ultimo recuerdo a mi inolvidable Teté de Asdrúbal”.
Predominan en el
cementerio de Gibara las esculturas en mármol, mayoritariamente con el tema de
ángeles como los que acompañan las bóvedas de Casimiro de la Torre y María
Dolores Vecino y la de la familia Mariño Ortega, o la imagen del Sagrado
Corazón de Jesús como el de la familia García Palacio. Aunque en un número
reducido y sin grandes pretensiones aparecen tardíos ejemplares del art Decó,
entre los que podrían citarse la bóveda de la familia Gómez Sánchez (1954),
obra que contrasta con el depurado y espacioso racionalismo que prima en el de
la familia Martínez Santos (1954). En el arte conmemorativo ocupa un notable
lugar el conjunto correspondiente a la Operación Tributo, el regreso a la
patria de los mártires internacionalistas, el 7 de diciembre de 1989; obra que
por su funcionalidad se hizo acompañar de una portada de acceso independiente.
Aunque
administrativamente Gibara nació con su cordón umbilical en la ciudad de
Holguín, es preciso buscar en su activa participación en el comercio marítimo
la fuente de sus rasgos identitarios. Recuérdese que durante el XIX y bien
entrado el XX, por el mar podían sus habitantes comunicarse con Banes,
Antillas, Mayarí (Preston), Baracoa, Nuevitas, Caibarién, Sagua la Grande (La
Isabela), Cárdenas, Matanzas, La Habana, Santiago de Cuba, Manzanillo, Santa
Cruz, Trinidad (Casilda) y Cienfuegos; pero también con San Felipe de Puerto
Plata, en República Dominicana; con Mayagüez, Aguadilla o San Juan, en Puerto
Rico; con Saint Thomas, en Haití; con Kingston, en Jamaica; con Santo Domingo,
en República Dominicana y con Santa Martha o Colón, en Panamá, entre otras.
Todas en la red de ciudades que enlazaban a Gibara con Tampa, Nueva York, o
Cádiz, La Coruña, Santander o Barcelona. (1)
En la relación
de sus hijos con otros contextos por vía marítima podría estar el referente
para entender la singularidad con que los gibereños rinden tributo a la
independencia de Cuba tras finalizar la Guerra del 95. En lugar de erigir un
monumento al adalid local, postura que distingue al resto de las ciudades,
erigen en el Parque Martí, antigua Plaza de Recreo, una réplica de la Estatua
de la Libertad Neoyorkina bajo la firma “U. Luisi & C. // Escultores //
Pietra Santa (Italia)” (2), obra que contextualizan con un conjunto de símbolos
locales como el escudo de la República, la representación de una aurora cuyos
rayos rompen la cadenas del yugo español, un gorro de estirpe grecorromano y un
pliego que anuncia la fecha del cese de la guerra en Gibara, 25 de julio de
1898. Trascendental resulta el hecho de que, en la base de monumento, inscriban
con franqueza sus patrocinadores: “GIBARA // TIENE ESTATUA DE LA LIBERTAD //
PORQUE SE LA MERECE // (HECHA POR SUCRIPCIÓN POPULAR)”.
Similar origen puede tener que entre sus ilustres hijos se encuentre Armando Leyva Balaguer (Gibara 1888 – La Habana 1942), director del periódico local El Comercio que dio lustre con su obra a otras ciudades, pues dirigió las publicaciones Labor y Metrópolis en la capital cubana e integró la Academia Nacional de Artes y Letras; presidió el Ateneo Santiaguero y contribuyó al financiamiento de la Biblioteca y el Museo de esa ciudad, al tiempo que formara parte del grupo literario de Manzanillo, postura que perduran los gibareños en la Biblioteca que bajo su nombre funciona en la Casa que Lisardo Martínez, reedificada en 1926, en el solar de calle José Martí no. 20, entre Gral. Sartorio e Independencia; uno de los exponentes que desde el eclecticismo da riqueza al conjunto arquitectónico del Parque Martí.
Gibara no es una
ciudad en la que proliferan los monumentos y esculturas que cualifican los
espacios urbanos, sin embrago, no está ajena a ello. Del período republicano,
además de la citada Estatua de la Libertad en el Parque Martí; se destaca el
obelisco levantado por el Gobierno Municipal para rendir homenaje a José Martí
y perpetuar en uno de sus laterales el acuerdo del Primer Congreso Nacional de
Historia en relación al papel de la masonería en la independencia, la libertad,
la cultura y el progreso de Cuba, obra que se inaugura en 1949 y, en las
cercanías de la Antigua Plaza de la Fortaleza, el monumento a Las Madres, el 12
de mayo de 1957, bajo los cánones del art decó. Se incluyen en este periodo los
bustos que custodian la Iglesia San Fulgencio de Gibara: a su derecha, el Titán
de Bronce, Antonio Maceo y Grajales; a su izquierda, el Maestro, José Martí
Pérez; por el uso del Art Decó como lenguaje artístico podrían ser datadas
entre los años 40 y 50.
De la etapa revolucionaria tropieza el visitante con dos piezas; en la Ronda de la Marina, esquina a Donato Mármol, el monumento a los mambises, cuya placa dice: “A los mambises de Gibara, quienes por más de cien años han sabido enaltecer el glorioso pabellón cubano dentro y fuera de la patria socialista. 25 de julio de 1998”; en la avenida Raví, el Monumento al Comandante Camilo Cienfuegos Gorriarán, en el 40 aniversario de su desaparición física, 28 de octubre de 1999.
Por sus valores
patrimoniales el Centro Histórico de la Ciudad de Gibara fue declarado
Monumento Nacional mediante resolución 191 del 12 de enero del 2004,
seleccionándose bajo esa condición el área comprendida entre las calles: Buena
Vista, al norte; Antonio Maceo (San Pablo), al sur; Marina Grajales (Porvenir),
al este; y Francisco Vicente Aguilera (Clarín), al oeste. Para sus habitantes e
instituciones poseer tal condición es motivo de orgullo y satisfacción local,
pero también significa la adquisición de una responsabilidad para con la
memoria histórica de la nación cubana. El tiempo y sus coordenadas enriquecerán
esta área y toda la ciudad, esperemos que sea para cualificar cuanto de valores
patrimoniales atesora.
Visite la “Villa Blanca” y tras recorrerla no se prive de bañarse en sus aguas, en ese mar que dio a Gibara una fisonomía particular.
Notas:
(1) V.: Marcos Tamames: “Puerto Príncipe. Comercio marítimo e identidad cultural”, en Tamames: La cofradía de los signos urbanos, Ed. Ácana, 2012, pp. 53-73.
(2) Escultor que realiza una importante obra conmemorativa en Santiago de Cuba, entre sus piezas se distingue el monumento al insigne patriota Francisco Vicente Aguilera (1910) en la antigua plaza Dolores.
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