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San Miguel del Bagá, una comunidad cargada de historia cultural


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Portada del Cementerio de San Miguel del Bagá

San Miguel es uno de esos topónimos que abundan en la geografía cubana; de modo que resulta cotidiano encontrar en las diferentes regiones de la isla una calle, una avenida o calzada, un barrio, un poblado, una ciudad, o una de las haciendas e ingenios azucareros fomentados en centurias pasadas que nos han llegado al presente bajo ese nombre. San Miguel del Padrón o Calzada de San Miguel, en la capital, son apenas dos ejemplos de ello; es familiar, incluso, que en algunos sitios se utilice el diminutivo “San Miguelito”, como ocurre con el barrio de alfareros en la ciudad de Camagüey. El reconocimiento que desde la teología se hace a este arcángel, como patrón de los enfermos, los tenderos, los marineros y los soldados, coloca sin dudas este nombre en centro de atención de academias militares, hospitales, o ciudades portuarias en toda Hispanoamérica.

¿Se encuentra precisamente en la significación del mar para sus primeros moradores el referente para bautizar con el nombre del San Miguel a este poblado en las cercanías del embarcadero El Bagá, próximo a la bahía de San Fernando de Nuevitas en Camagüey? ¿O acaso habría que buscar su explicación en el hecho de que san Miguel no sea más que el referente cultural de un inmigrante procedente de un poblado con ese nombre en Tenerife, Canarias? No olvidemos que desde allí arribaron por el Puerto de Nuevitas a la jurisdicción de Puerto Príncipe un considerable número de familias, proceso que se fomentó con posteridad  bajo el proyecto de colonización blanca.

Lo significativo es que, desbordando el misticismo religioso que acompañó el proceso de conquista y colonización y el poblamiento en Cuba, o el interés de uno de sus fundadores en perpetuar en su nombre el lugar de procedencia, San Miguel del Bagá es una comunidad cuyos valores históricos se remontan a los primeros años del siglo xix, cuando llegó a convertirse en proyecto de la ciudad más importante de la costa norte en la región camagüeyana.  ¿Cuánto de pasado late en su presente? ¿Qué historia nos cuenta esta población desde su imagen urbana?

Hasta hace unas dos décadas, quizás un poco más, San Miguel del Bagá formaba un núcleo urbano al que oficialmente penetraban los ómnibus en los recorridos Camagüey-Camalote, Camagüey-Santa Lucía, Guáimaro-Nuevitas, Guáimaro-Camalote, Nuevitas-Camalote y Nuevitas-Santa Lucía; tanto en su ida como en el regreso. A ello se sumaba la circulación de los ómnibus escolares, en función de las necesidades de las escuelas  en el campo ubicadas en el plan de desarrollo agrícola de Las Flores. La cafetería del poblado, emplazada en la intercepción de las calles Ignacio Agramonte y Camilo Cienfuegos, era entonces el centro de encuentro para los viajeros y, por tanto, un lugar de encuentros y despedidas por excelencia.

En el presente, resulta prácticamente imposible llegar a San Miguel en ómnibus; cuando más, se alcanza una aproximación al poblado si desde Camagüey se opta por tomar uno de los camiones que viajan a la playa de Santa Lucía, para lo cual se han de pagar 20 pesos, como si se fuera hasta la playa; se toma el ómnibus de turismo que presta el servicio diario de un viaje a las 12 del día, a un precio de 12 pesos o el ómnibus de Camalote, que cobra 2 pesos. Para quienes no tienen lazos con el poblado y sus habitantes San Miguel del Bagá es una comunidad que se descubre desde la carretera y al que familiarmente se le reconoce como “Los Edificios”; perspectiva desde la cual podría considerarse una especie de isla a la que solo una acuciosa mirada de su patrimonio puede alcanzar como contendedora de valiosos  fragmentos en la cultura cubana. El devenir de este asentamiento y su paisaje urbano-arquitectónico son claves para ello.

Cuenta la historia regional que en las postrimerías del siglo xviii, en 1798, numerosos vecinos del puerto de San Fernando de Nuevitas decidieron establecerse en El Bagá con el objetivo de escapar de la  falta de agua y los constantes ataques de piratas, espacio en el que aprovecharían las aguas del río Samaraguacán con desembocadura en el interior del embarcadero; pero el 2 de marzo de 1801, los ingleses atacaron el poblado y luego de saquearlo lo incendiaron, razón que conllevó a que sus moradores centraran la atención en San Miguel, caserío a cierta distancia del mar.

Los documentos atesorados en el Archivo Nacional de Cuba indican que en 1818 San Miguel era un núcleo poblacional de marcada importancia en la región, al punto de diputarse la sede de un Ayuntamiento en el período constitucional de 1820 con Pueblo Viejo —espacio urbano en el considera la génesis de la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe— y El Bagá;[1] Iniciativa que no ha de ser vista solo como posibilidad de repartir tierra y fomentar la colonización blanca desde Nueva Orleans, sino como signo de patriotismo de sus moradores. Si en el reconocimiento de San Fernando de Nuevitas como jurisdicción de Puerto Príncipe en 1846, San Miguel se inscribía con la categoría de pueblo; en 1885, como Cascorro y Guáimaro, establecía su Registro Civil bajo la dirección del juez Joaquín de Quesada González.

Dos construcciones atesora San Miguel del Bagá como documentos históricos del siglo xix. El primero de ellos, el cementerio, obra que distingue la entrada o salida del poblado con una neoclásica fachada que se hace acompañar de sobrios elementos barrocos a ambos lados. En su interior, podría encontrar el visitante un exponente del arte funerario de entonces: la bóveda de don David Planas y Sierra, fallecido el 1ro de marzo de 1862. Para recordarlo utilizaron sus familiares dos materiales símbolos del neoclásico en Cuba; por un lado, una lápida de mármol en la que luce un rico trabajo floral y dos ángeles bajo el misterio del descanso eterno; y, por el otro, en hierro, la que figura un ángel de la guarda de encomiable valor artístico.

El segundo exponente de clara evidencia decimonónica es el inmueble emplazado en la calle Panchín Varona, en las inmediaciones del aserradero. Aunque en ruinas, se trata de una obra de altos valores patrimoniales, pues en él podría el hombre contemporáneo de la localidad constatar las técnicas constructivas y el modo de componer los espacios y sus elementos simbólicos. La magnificencia de esta obra, manifiesta no solo en su elevado puntal y el grosor de los muros, sino también y esencialmente, en la inusual solución de combinar arcos y columnas, se legitima dentro del patrimonio con el valor histórico que le acompaña. Según tarja colocada ante esta edificación, esta obra fue protagonista del ataque a San Miguel por las fuerzas de Máximo Gómez, el 12 de abril de 1874.

Urbanísticamente carece San Miguel del bagá de un parque o un edificio que denote su centralidad, en su lugar posee claramente definidos dos ejes o sendas principales: las calles Ignacio Agramonte, que se extiende desde la cafetería a la carretera a Santa Lucía en dirección al cementerio; y la calle Camilo Cienfuegos, en ángulo de 90 grados a la primera y que se prolonga en dirección a la carretera que conduce a Guáimaro. La jerarquía de estas calles presenta a San Miguel como un sitio de paso más que de estancia o permanencia en él. Caracterizan a ambos la diversidad de lenguajes arquitectónicos en un fuerte contraste del arte tradicional y la expresión estética de un modo de construir más reciente. Dialogan en Camilo Cienfuegos la casa no. 42, esquina a Antonio Guiteras, de corte tradicional, con las de reciente lenguajes y materiales no. 9 y 13, a la que se suman obras de función social como el correo, la sede del Banco Popular de Ahorro o la mencionada cafetería bajo el nombre La Tacita. En la calle Ignacio Agramonte, por su lado, contrastan la vivienda no. A2, de espíritu vernáculo y el puesto médico y el consultorio no. 3, de proyecciones arquitectónicas.  

Sociológicamente resultan identificable dos zonas dentro del conjunto urbano, delatando dos tiempos históricos. A un lado el caserío viejo, en el que predominan las casas de madera y cubiertas de guano —algunas adaptando el zinc o el barro—, un portal corrido y patio a los lados y al fondo, generalmente cercadas como muestra la casa ubicada en la calle Ángel Castillo no. 32, esquina a Panchín Varona; al otro, el área en que se constata la obra de la Revolución, definida por los edificios que integran la comunidad inaugurada el 20 de octubre de 1980 como expresión del desarrollo agrícola de Las Flores, el centro comercial —que acoge el punto de venta en moneda libremente convertible de la cadena de Tiendas Panamericanas—, la panadería y la escuela primaria Oscar Primelles Cisneros. El eje Antonio Guiteras pudiera ser considerado como el borde o límite entre ellas.

Con excepción de las nombradas Camilo Cienfuegos e Ignacio Agramonte, en San Miguel las calles no están pavimentadas; detalle que subraya la ruralidad del poblado, imagen que corrobora el lugar que ocupan los carretones tirados por caballos como medio de transporte predominante en la localidad. Si de encontrar rasgos de modernidad en ella se trata podría apuntarse que en la gráfica, en los anuncios de establecimientos y entidades, donde San Miguel muestra su mayor avance, en tanto emplea para ello el diseño y materiales y tecnologías contemporáneas.

Han desaparecido las escuelas en el campo de Las Flores, o al menos la función de estos edificios; no entran al poblado los ómnibus que lo hacían antaño; pero sigue fomentándose en San Miguel un poblado en el que niños, jóvenes y adultos construyen sus sueños y las estrategias para hacerlos realidad. La arquitectura y el urbanismo continuará siendo uno de sus más importantes testimonios, un documento para penetrar a esta especie de isla cargada de historia patria.      

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] “Expediente relativo a los desórdenes ocurridas en la nueva población de Nuevitas, 1820”, Archivo Nacional de Cuba, Fondo: Gobierno Superior Civil, leg: 1634, exp. 82195, f. 31.


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