Santiago Alfonso Fernández hoy cumple 84 años plenos; el director artístico, bailarín, profesor y coreógrafo es una gloria de Cuba y sus múltiples trazas artísticas y personales han contribuido en reconocida medida al desarrollo y prestigio de la danza y la cultura cubanas.
Ser humano de apreciables condiciones, el artista posee una personalidad bien peculiar que lo hace admirable y perenne en la memoria de alumnos, colegas, y de los que algún día lo conocieron.
Pocos años de su niñez, Alfonso los vivió en Estados Unidos, y quizás el ambiente sonoro del gran país norteño también se le metió en las venas.
Otro de los datos curiosos de la vida de Santiago Alfonso (La Habana, 1939), es que tenía frente a sí, en la juventud, dos caminos similares y diferentes a la vez: el beisbol y la danza; en 1957, con 18 años fue seleccionado para el equipo nacional juvenil de Cuba pero el baile y su sensibilidad le ganaron el pulso a la pelota.
Siendo muy joven empieza a estudiar ballet y danza; igualmente participa en algunos programas de televisión, y en el Teatro Martí, su primera aparición fue en un espectáculo homenaje al maestro Ernesto Lecuona.
En cuanto al cabaret, bailó en Montmarte, en el Casino del Capri y en el Sans Soucí, experiencias todas que fue acumulando como importantes saberes.
En abril de 1959 se presenta a la convocatoria para la creación del Conjunto Nacional de Danza y fue aceptado; ahí es que realmente comienza todo para el futuro gran bailarín y coreógrafo, que en reiteradas ocasiones ha confesado que sus grandes influencias fueron Alberto Alonso, Ramiro Guerra, Elena Noriega.
Habanero orgulloso, ha mostrado, cada vez que la ocasión lo propicia, un gran agradecimiento por sus maestros, unido a una humildad que lo engrandece como persona. A la par, ha revelado públicamente su admiración por los talentos jóvenes, uno de los más grandes ejemplos, son sus declaraciones a raíz del estreno en Cuba en 2019 del filme Yuli, de la directora Icíar Bollaín, que aborda la vida y obra del extraordinario bailarín cubano Carlos Acosta.
Alfonso, que había participado como actor en Un paraíso bajo las estrellas, de Gerardo Chijona en 1999, en Yuli da vida al padre del bailarín, el sabio hombre que contra todos los pronósticos machistas y prejuiciosos puso a su hijo en el camino del ballet; antes del estreno expresó sobre Acosta, en entrevista concedida a la revista Arte por Excelencias en octubre del 2018: «Qué orgullo para Cuba! ¡Qué orgullo para el movimiento danzario! ¡Qué orgullo para los negros cubanos!, saber que un negro es considerado entre los mejores del mundo».
El Premio Nacional de Danza 2006, es responsable de muchos proyectos exitosos, pero sin duda su fama mayor la debe a su desempeño durante tantos años como director del internacionalmente célebre espectáculo del Cabaret Tropicana, sacrosanto templo del género en el mundo, al que llegó en 1964 para ser jefe de escena, invitado por Joaquín Riviera, director artístico y Tomás Morales, el coreógrafo principal.
En Tropicana Santiago da rienda suelta a su creatividad e intenciones de experimentación; mezcla ballet, danza, folclor y jazz, con sus experticias, disciplina, organización, seriedad, y profesionalismo, todos estos elementos marcados por su muy personal y abarcadora visión de la cubanía y de la gestualidad de los hombres y mujeres de la Isla.
Enemigo confeso de la vulgaridad y la chabacanería, ha tenido siempre muy claro, que el movimiento de los cuerpos de los cubanos es elegante, sutil y sugerente, singularidades que ha trasladado a sus coreografías arropadas con la emotividad, sentimientos y fuerza expresiva que bordan sus creaciones.
Verlo encausar un ensayo de Tropicana, era, de por sí, un excelente espectáculo; su amplia experiencia, sus vastos conocimientos y «trucos», puestos en función de la calidad individual de cada bailarín, unidos al alto rigor, innovación y exigencia interpretativa lograban una excelencia y jerarquía artística de altos quilates.
Al cerrar su capítulo Tropicana en 2004, no por su decisión, es allí sucedido por su amigo, el también coreógrafo y director Tomás Morales; entonces se entrega a un viejo anhelo: crear una compañía que primero se llamó Grupo de Experimentación de Danza y Espectáculos Santiago Alfonso y que ahora lleva solo su nombre, lo cual es garantía de calidad estética.
Luego en el año 2006, el Consejo Nacional de las Artes Escénicas del Ministerio de Cultura, le confiere el Premio Nacional de Danza, convirtiéndose en el primer artista integral de cabaret que recibe tal galardón; en él, se laureó a un grupo de importantes artistas nacionales que con su quehacer sacrificado han glorificado el espectáculo de cabaret en Cuba.
En un trabajo publicado en Marzo-Abril 2022, en La Jiribilla, por Vladimir Peraza Daumont, llamado «Santiago Alfonso del son al jazz», Peraza reproduce un correo electrónico que Santiago Alfonso le enviara el 16 de febrero de 2008, y que es, sin duda alguna, una impresionante declaración de sus propósitos y principios artísticos:
«…Soy un exponente del ajiaco socio-étnico-musical que es la cubanía, pasado por Ramiro Guerra, Lorna Burdsall, Alberto Alonso, Tomás Morales, Luis Trápaga, Jerome Robbins y sin dejar detrás mi negritud que va de Sarah Vaughn y Olga Guillot, a Celia Cruz, Omara Portuondo, Miguelito Valdés, Arsenio Rodríguez y Mario Bauzá. En esa mezcla puedes incluir a Billie Holliday, Dinah Washington, Count Bassie, Sammy Davis, Elena Burke y la sabrosura de los años 50 en que se gestó mi definición estética. Todas esas influencias fraguaron en mi alma la necesidad de aprender a expresar con el cuerpo…».
Santiago Alfonso nunca en su vida ha dejado de bailar con los pies, con la mente y con el corazón, siempre al son de la cubanía, pero aprovechando lo que de valía tienen el pentagrama y la coreografía universal; esta inteligente y emotiva amalgama, más su versatilidad, talento, autoexigencia, honestidad y valentía, han conformado la personalidad de este hombre, este maestro de la danza, que es orgullo y gloria indiscutible de la cultura cubana.
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