Septeto Santiaguero: Viaje a la semilla


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El camino a Santiago del que quiero hablarles, no está poblado de hombres gastados por las guerras y otras calamidades humanas; no hay saltimbanquis ni músicos ambulantes. En esta ruta no se escucha el sonar de pífanos, zampoñas ni tamboriles desafinados. Es un camino donde el polvo y el fango no determinan el rastro que han de seguir los hombres; ni se ven perros lamerse sus heridas.

Este es otro Santiago. Un Santiago donde las aguas que le bañan, en el discreto otoño que recorre el Caribe, siempre mantienen una temperatura promedio de 27 grados. Aquí "la calor", las frutas y el andar acompasado de las mujeres se entronca con el tañer de guitarras, el rayado de güiros y la voz gastada de trovadores que en las bochornosas noches de verano beben un largo trago de ron para esperar el amanecer.

Así será siempre en Santiago de Cuba, la ciudad de cuyo camino les hablo. Es el camino de la música cubana, del son a la manera de oriente y de los hombres que lo hicieron y hoy lo hacen, y todo indica que habrá quienes lo harán por mucho tiempo más. El son oriental, tal y como hoy lo conocemos, nos trasciende.

Así llega el fin del siglo XX musical cubano a esa ciudad. Un final de siglo donde los músicos santiagueros parecían quedar rezagados; y no les faltaba razón a quienes así llegaron a pensar.

En el occidente era fuerte un movimiento musical donde el son, el jazz, la rumba y otros elementos musicales se fusionaban, generando lo que socio/musicalmente se denominará “la timba” y que obligará a todos los músicos a adscribirse a ella. Algunos con mayor o menor fortuna, pero habrá que estar en esa órbita musical para llegar a los grandes públicos.

Para no estar desfasados, en Santiago surgen algunas agrupaciones que seguirán por esta ruta, como la Banda XL; otras entrarán con fuerza en el ruedo musical, pero desde la ciudad capital, como es el caso de Sur Caribe. El habano centrismo definirá lo que aparentemente será el futuro de la música popular bailable cubana que comenzará el nuevo siglo y el milenio.

Sin embargo, es en estos años finales del siglo, los años noventa en su segunda mitad, que en Santiago comienzan a nacer y a consolidarse los Septetos de nuevo tipo dentro de la música cubana.

Recuérdese que la formación de septetos y sextetos es propia de la manera de hacer “el son a la habanera”, donde la rumba tiene marcada influencia. A los santiagueros les son más afines -por orgullo y tradición- los dúos, tríos y cuartetos, y una formación que es conocida como “estudiantinas”; con ellas ha sido más que suficiente para crear, recrear y modificar el son.

Entonces, cómo se explica que en tiempos donde lo formación preponderante en la música cubana es el formato de jazz band a la criolla o las charangas modificadas, los músicos santiagueros, los de esa generación, hayan ido contracorriente y asuman el septeto como base fundamental de su trabajo.

La explicación es sencilla: en un principio fue una razón económica, determinada por el acceso a fuentes de financiamiento para la compra de instrumentos y otros accesorios propios de la música en estos tiempos. La tecnología musical y la fuerza económica en los años noventa se concentraron en La Habana, fundamentalmente.

Después había que marcar una diferencia. El septeto daba a los músicos santiagueros posibilidades expresivas cercanas a lo que el mercado internacional de esos años pedía sobre la música cubana y la muestra de ello fueron los proyectos La vieja trova santiaguera y Los jubilados; mientras que entre sus contemporáneos destacaban Los jóvenes clásicos del son. Ellos, los músicos santiagueros, conceptualmente estaban más cerca de la tradición que de “las vanguardias” en materia de composición. Sencillo, sus historias eran menos sórdidas que las de sus congéneres habaneros.

Los noventa vieron surgir septetos en aquella ciudad que respondían a nombres disímiles. Estaba el Turquino, Ecos del Tivolí, el Siboney, el Santiaguero, entre otros; y era común encontrarlos lo mismo en las terrazas del Hotel Casa Granda que en las tardes musicales de la UNEAC, donde Rodulfo Vaillant les abrió las puertas.

Y como en música la selección natural también aplica, sería el Santiaguero el que se convertiría -con el paso del tiempo- en el más destacado y conocido de esos septetos.

El camino a Santiago comenzaba a despejarse musicalmente. Guitarras, tres, trompetas, bongós, maracas y güiros, sustituyen a los instrumentos que invocara Alejo Carpentier en su narración homónima. Nuestro Santiago parecía volver a la carga musicalmente como había hecho a comienzos de este siglo que terminaba.

El error del milenio, en la música cubana, fue que no se desentrañó a tiempo el posible papel que jugaría una generación de músicos fuera de La Habana en lo que habría de ocurrir años después.

Llegaba la hora de los discos.


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