Si no fuera tanta la maldad, tanto el odio


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Indigna ver, leer, oír la reacción de algunas personas que, habiendo nacido en Cuba, no reconocen nada que aquí se haga bien, y no paran de lanzar contra ella todo tipo de difamaciones. La indignación que causan es mayor ante una realidad como la epidemia que el país afronta con la mayor serenidad y con la decisión de defender la salud y la vida del pueblo: seguir defendiéndolas, porque no se trata de algo nuevo, sino de una de las divisas fundamentales que han guiado y guían a la Revolución.

 

La epidemia reclama solidaridad, bondad, entrega al bien común. Pero quienes en todo buscan o fabrican supuestas razones para arremeter contra su patria, ahora intentan deslegitimar cuanta medida razonable y eficaz adopta el país frente al coronavirus, y hasta parecen deplorar que este no esté cobrando un número mayor de víctimas, sobre todo mortales, para utilizarlas como datos en sus calumniosas imputaciones contra Cuba.

En realidad, no debería asombrarnos que así actúen quienes son cómplices del bloqueo que hace seis décadas le genera penurias a este país y lo obliga a hacer ingentes esfuerzos para no ser aplastado por las pretensiones genocidas de la potencia que intenta asfixiarla. Pese a todo, Cuba mantiene sus logros vitales, que continúan suscitando la admiración de las personas de buena voluntad en todo el mundo. Para no poner más ejemplos ‒ ¡tantos cabría citar!‒, a la vista está el del auxilio que se presta a Lombardía, en Italia.

Los calumniadores y calumniadoras no cesan en su afán de endilgarle defectos y errores al gobierno cubano, y, lejos de levantar la voz contra el bloqueo, son sus cómplices, lo apoyan, así como a cuanto delincuente procure medrar denigrando a la Revolución, la patria y sus símbolos. De diversos modos hacen pensar en algo que escribió José Martí ante la barbarie de quienes, cubanos de nacimiento muchos de ellos, desencadenaron la abominable venganza que en 1871 truncó la vida a ocho estudiantes de Medicina acusados de un hecho que no habían cometido: “Hay odios, como el del 27 de noviembre, que suben, babeantes, del vientre del hombre”.

Esos odios, que menguan la condición humana ‒o la aniquilan, si la tuvieron, en quienes los practican‒, se mezclan con tal sentido de frustración y derrota y con tanta infamia en quienes tienen por oficio denigrar a Cuba, que parecen indicios de sicopatías tenebrosas. Si no fuera tanta la maldad que esas personas ejercen y cultivan, sería para tenerles compasión. Pero nada las acusa y califica más que su propia conducta.

Siga Cuba con su obra de amor, salvando vidas.


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