Ahora que nuestros cines han estrenado una versión fílmica del cuento “Meñique”, que Martí incluyera en su revista La Edad de Oro, no está de más el acercarnos a las características y valores de este texto. Como es sabido, Martí mismo expuso que lo tomó “del francés, de Laboulaye”, es decir de Edouard René Lefebvre de Laboulaye, jurista, político y escritor francés que vivió entre 1811 y 1883. Ese autor lo había incluido bajo el título de “Poucinet. Conte filandais” en su recopilación Contes blues, aparecida en París en 1864. Laboulaye recogía cuentos tradicionales de los países europeos, sobre todo orientales, y les daba una nueva redacción. Otro texto con este origen, pero de una recopilación posterior, le sirvió a Martí para “El camarón encantado”, también en La Edad de Oro. Como Perrault había escrito una narración bajo el título de “Le Petit Poucet”, que fue traducido como “Pulgarcito”, Martí decidió cambiar el dedo de la mano y llamar a su cuento “Meñique”.
Laboulaye tuvo una agitada vida política, avalada por textos eruditos expuestos de manera clara y elegante. Republicano y antiesclavista, durante la Guerra de Secesión defendió apasionadamente a los estados del norte. Admirador de los Estados Unidos, estuvo entre los que propusieron y contribuyeron a erigir la estatua de la Libertad en New York, que no pudo ver concluir. Fue un personaje bien conocido en Hispanoamérica. Particularmente Sarmiento, con quien compartió su admiración por los Estados Unidos, intercambió con él una amplia correspondencia. Y en su honor, decidió ponerle a una ciudad argentina, fundada en 1886, el nombre de Laboulaye.
José Martí lo menciona varias veces en sus textos de manera elogiosa. Pues reconocía la palabra “a la par viva y práctica” del “francés que ama a América”. Un vínculo directo con Cuba lo tuvo Laboulaye cuando prologó el folleto Reformes dans les iles de Cuba et de Porto Rico, publicado en París en 1889, escrito por Porfirio Valiente, abogado cubano implicado en los pronunciamientos constitucionalistas del general español Lorenzo en Santiago de Cuba hacia 1836 y, posteriormente, en la conspiración anexionista de Vueltabajo. Durante la guerra del 68 fue representante de la Revolución en Francia e Inglaterra. Se cuenta que repartía gratis su folleto. Murió en Jamaica, exiliado, en 1870.
Otros elementos que pudieran sugerir ciertos vínculos con Martí serían el cuento árabe publicado por Laboulaye en 1859 bajo el título de Abdallah (el Abdala martiano es de 1869). Y la aparición de un tomo de Cuentos de niños suyos, traducidos por Un Amigo de la Juventud, publicado en La Habana en 1864, cuando Martí contaba once años de edad. Por cierto, tras el seudónimo se encontraba el poeta cubano Juan Clemente Zenea.
De los tres cuentos ajenos que Martí reescribió para su revista —otro de Laboulaye y “El ruiseñor” de Andersen— “Meñique” es el que sigue más cercanamente a la fuente. Las historias narran los mismos hechos y el final es casi exactamente igual, a diferencia de sus otras reescrituras. Quizá la moraleja del cuento de Laboulaye fue uno de los aspectos del texto que más le atrajo: “Pero no hay que decir que Meñique era bueno. Bueno tenía que ser un hombre de ingenio tan grande, porque el que es estúpido no es bueno, y el que es bueno no es estúpido. Tener talento es tener buen corazón. El que tiene buen corazón, ése es el que tiene talento”. Y Martí solo le añadió, para reafirmarlo, la frase “Los buenos son los que ganan a la larga”. Pero a la par de contar la misma historia, como tantas veces ha ocurrido en literatura, los valores del “Meñique” martiano radican, sobre todo, en cómo se cuenta esa historia.
Ya al reescribirse con el estilo martiano, el tono y el ritmo responden a personalísimas características. La presencia del diminutivo, tan habitual en el habla cubana, abunda. Pero no se trata de utilizarlo constantemente, aniñando la redacción, como tantas otras veces sigue ocurriendo, sino situado en el momento preciso para dar el matiz cercano y vívido. Veamos algunos: “chiquitín”, “casita”, “reyecito”, “solita”, “agujerito”, “manecita”, “hermanito”, “vocecita”, “hombrecito”, “ternerita”, “lucecita”. Y en la frase “pequeñito como un pitirre”, con la presencia de un ave bien cubana. A veces utiliza pintorescos aumentativos, como “inutilón” o “vocerrón”. O palabras colorísticamente traducidas, como “hominicaco” por “le petit mari” y “es tan vano este macacuelo” por “este muchacho es vanidoso”. Así añade una sarta de insultos a Meñique, por parte de su hermano Pablo, que resultan de un indudable tono humorístico”: “un trasto con bigotes, una uña venenosa, un garbanzo lleno de ambición”.
No tenemos espacio para analizar más detenidamente los dos textos, cosa que ya hizo el investigador cubano Alejandro Herrera Moreno en su artículo “Del Pulgarcito de Laboulaye al Meñique de José Martí: algo más que una traducción”. (1) Pero sí quiero referirme a algo que ya antes había resaltado en mi libro Glosando La Edad de Oro (2), referido precisamente a “La boda de Meñique”. Pues Martí en ocasiones efectúa interpolaciones o variaciones muy personales, enriqueciendo el relato con algunas de esas intertextualidades cuya detección desde hace algún tiempo deleita a críticos y filólogos.
Uno de esos momentos ocurre ya en el último capitulillo del cuento, cuando nos relata las festividades por el casamiento del héroe. Como Martí sigue aquí bastante al pie de la letra el texto francés, por supuesto muy dentro de su personal estilo, estas interpolaciones se descubren con facilidad. Así llama la atención cuando, al comentario de Laboulaye sobre que todas las bodas al principio se parecen y la diferencia entre ellas solo se advierte cuando pasan los días, se añada que eso ocurre “cuando empiezan las penas de la vida y se ve si los casados se ayudan y quieren bien, o si son egoístas y cobardes”, afirmación de marcado sabor autobiográfico para el que conozca las confesiones que Martí hacía entonces por carta a su amigo Manuel Mercado, doliéndose del comportamiento de su esposa, que prefería permanecer en Cuba, alejada de él, con su hijo.
Ya con un sentido de suave ironía, después añade detalles que ubican los festejos de boda de Meñique dentro de un ambiente versallesco que, por aquella época, venía ganando terreno entre algunos escritores hispanoamericanos, preludiando rasgos suntuosos y refinados, que después serán tenidos por típicos del movimiento llamado “modernismo”. Así, el carruaje de los novios era “de nácar puro, con cuatro caballos mansos como palomas” y los invitados “bailaban con mucha elegancia y honestidad al compás de una música de violines, con los violinistas vestidos de seda azul, y su ramito de violeta en el ojal de la casaca”. Es muy probable que el color azul esté elegido con toda intencionalidad. Un año antes de aparecer La Edad de Oro, Rubén Darío había publicado su famoso libro Azul y, pocos años después, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera editará la Revista Azul. Azules eran las portadas de la revista martiana y, además, ese color es el que más se menciona en sus páginas.
Lo que Martí sí subvierte del original es la afirmación de que en los cincuenta y dos años que duró el reinado de Meñique nadie deseó una revolución (“une révolution”). Las implicaciones que esto podía sugerir hacen que Martí, aún manteniendo el elogio de su héroe, critique el obsoleto sistema monárquico, pues Meñique “no tenía gusto sino cuando veía a su pueblo contento, y no les quitaba a los pobres el dinero de su trabajo para dárselo, como otros reyes, a sus amigos holgazanes, o a los matachines que los defienden de los reyes vecinos”.
Félix Flores, en su libro Traspasos de La Edad de Oro (3) plantea, siguiendo proposiciones del mismo Martí, reivindicar el oficio de “traducir” y llamarlo como “traspasar”. Destaca el lugar cimero que en eso ocupa Martí, “a la medida en que las técnicas de traspaso empleados por el traductor están en función de transferir a la lengua de llegada los elementos estilísticos más representativos que conforman las composiciones originales”. Pero Martí hace mucho más, pues el mejor “traspaso” de “Poucinet. Conte filandais” no creo hubiese podido conseguir lo que hace el “Meñique” martiano, despertando el interés, el afecto y la preferencia de los niños cubanos durante varias generaciones.
NOTAS:
(1) En el sitio Web http://laedaddeorodejosemarti.com/meñique.htm
(2) La Habana-Caracas, Centro de Estudios Martianos-Casa Nuestra América José Martí, 2011, pp 9-10.
(3) La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2003
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