Seis décadas colgado de los hilos puede parecer una tortura, pero el Teatro Nacional de Guiñol encontró ahí la vitalidad para sostenerse desde el 14 de marzo de 1963 hasta la actualidad, y esparcir la magia del arte de los títeres en Cuba.
La entidad hizo del manejo de figuras animadas una vía para llegar a públicos infantiles y adultos, y transformó esta expresión milenaria -legada por visitantes foráneos- en un sello de identidad.
Tras las telas, bajo el guante o sobre los hilos, los creadores de este conjunto manejan con maestría las figuras y, en ese instante de puesta en escena, cada personaje cobra vida, seduce y genera una explosión sensorial.
En la década del 40 del siglo XX se registraron las primeras funciones de títeres en la isla, lo cual estuvo seguido por un procesos de adaptación a la cultura de la nación caribeña, con piezas marcadas por la originalidad, y la búsqueda de un sentido de lo autóctono.
Para ello fue imprescindible el acercamiento a la obra de escritores como Eliseo Diego, Nicolás Guillén, Vicente Revuelta, Harold Gramatges, y Dora Alonso, esta última creadora de Pelusín del Monte, un personaje que representa la cubanía desde su estética y discurso y que ha trascendido en el tiempo.
Considerado un centro de referencia para los colectivos titiriteros de Cuba, el Teatro Nacional Guiñol tiene su sede en la zona más céntrica de la capital cubana: El Vedado y ofrece una gran gama de espectáculos de diferentes géneros artísticos.
Sometido a un proceso de reanimación para recuperar el inmueble que acoge la icónica compañía, el Teatro Guiñol celebrará sus 60 años de vida tomando como escenario las plataformas virtuales, aunque su director, Rubén Darío Salazar ansía volver a llenar la sala próximamente.
"Al Guiñol hace falta abrirlo con urgencia y llenarlo de nuevas voces, historias, colores, canciones. Un teatro vivo, cumpliendo su función esencial, si no salva por lo menos consuela, reconforta y alimenta las esperanzas", dijo en entrevista a medios locales.
Cuenta la historia que la formación nació al calor del Triunfo de la Revolución de la mano del Consejo Nacional de Cultura, los hermanos Camejo (Carucha, Pepe, Bertica y Perucho) y Pepe Carril, con el objetivo de agrupar un conjunto titiritero de calidad, alto nivel artístico y con carácter nacional.
De su repertorio sobresalen títulos de clásicos como La Caperucita Roja, en la versión de Modesto Centeno, La Cenicienta; El gato con botas y Pinocho, así como El Principito, de Antoine de Saint-Exupery y La Cucarachita Martina y el Ratoncito Pérez del dramaturgo Abelardo Estorino.
Además de las entregas dirigidas a los infantes, el catálogo integra producciones para adultos, entre ellas Ubú Rey, de Alfred Jarry; La Celestina, de Fernando de Rojas; Don Juan Tenorio, de Zorrilla; Asamblea de mujeres, de Aristófanes y La loca de Chaillot, de Jean Giradoux.
Asimismo, vieron la luz piezas firmadas por Federico García Lorca, José Martí, Alejo Carpentier, Esther Suárez, Freddy Artiles, René Fernández Santana, Ramón María del Valle-Inclán, Molière, Jonathan Swift, Charles Perrault, los hermanos Grimm, entre varios
Reconocimientos de carácter nacional e internacional avalan el trabajo desarrollado por la agrupación, que ostenta el Premio Ollantay (1982), que otorga el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral, con sede en Caracas, Venezuela.
Integrada por un equipo de más de sesenta personas, casi cuatro directores artísticos y más de veinte actores, la compañía lleva sus espectáculos a diversos escenarios, como escuelas, institutos, entidades culturales de la comunidad, plazas, salas de presentación, entre otros.
Sus propuestas magistrales se complementan con el Taller de Experimentación de materiales, el cual constituye un espacio de creación indispensable para la elaboración de escenografías y personajes a partir de goma espuma, papel maché, fibras vegetales, materiales plásticos, madera, entre otros.
De igual forma, han llevado sus funciones a festivales de Europa y América recibiendo premios por sus puestas originales, entre las que figuran Alelé, Pelusín del Monte, La calle de los fantasmas, El patito feo, El mago de Oz, El flautista y los ratones, Los seis pingüinitos y El canto de la cigarra.
Con una decena de directores en su trayectoria, el teatro se distingue por seguir el ejemplo de sus fundadores, sin perder de vista las nuevas tendencias creativas y discursos estéticos, así como las expresiones del folklore de la mayor de las Antillas.
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