La puesta en escena de la obra La Señorita Julia, como su anterior puesta de la célebre pieza Manteca, de Alberto Pedro, marcan para el matancero grupo de teatro Icarón —fundado en el año 2001 como Proyecto Alas Teatro y al año siguiente adoptó el nombre actual—, una madurez que sitúa a esta compañía entre los grupos más notables del país y a Lucrecia Estévez entre las jóvenes actrices y directoras con ascendente solidez profesional.
En la multi-representada tragedia naturalista escrita en 1888 por el sueco August Strindberg (Estocolmo,1849-1912) ahora a cargo de Icarón —bastante fiel al texto original— sobresalen, en primerísimo lugar, los diseños de escenografía, vestuarios y luces de Rolando Estévez Jordán (Matanzas, 1953), Premio Nacional de Diseño del Libro 2010, quien además posee una prolífica obra como pintor, poeta y profesor. Su fresco ideario capta la esencia de este espectáculo, cuya trama transcurre en la cocina de la mansión de un opulento Conde, lugar en el que se revelan las contradictorias personalidades de Julia (Lucrecia Estévez), Juan (Rubén J. Martínez) y Mirian, Mirita, Muñoz (Cristina).
El Maestro Rolando logra exponer, con un sentido eminentemente minimal, los presupuestos dramáticos de Strindberg —renovador del teatro sueco y moderno, además de alquimista, fotógrafo, escultor, periodista y pintor— al concebir esta parte de la morada con un articulado y plástico conjunto de cazuelas que acentúan la trascendente actuación de Mirita en su rol de doméstica, la cual no solo dialoga con tales útiles, sino que igualmente se vale de estos para expresar diferentes sentimientos y emociones. Similares palmas merecen los diseños de luces y vestuarios, que subrayan la atmosfera de la época en que transcurre esta historia situada en vísperas de la Noche de San Juan, igualmente apoyada en las recurrentemente señaladas botas del Conde y en una sencilla y muy utilizada —sobre todo por Juan— mesa con sus respectivas sillas.
Durante la noche del estreno en la sede de Icarón —antiguo Cine Moderno—, Rolando Estévez recibió el Premio Brene, conferido por la filial matancera de la Uneac por la obra creadora de la vida. Este lauro fue instituido en el año 2009 en evocación del reconocido dramaturgo José Ramón Brene (Cárdenas, 1927-La Habana, 1990).
La obra recrea la historia de la hija (Julia) de un Conde, la cual se propuso festejar junto a sus empleados domésticos, en ausencia de su padre —únicamente aludido con sus botas—, la fiesta de San Juan; ocasión en que trasciende el poder que la mujer ejerce sobre su apuesto sirviente Juan, al punto de consumarse el amor entre ambos.
Su autor insta a meditar sobre las relaciones de poder, la sexualidad, las relaciones sociales, las condiciones de clase y la sumisión, insinuaciones recibidas con estruendo por el público sueco de finales del Siglo XIX. Fue censurada, versionada, reescrita, corregida y, en cierto modo, manipulada y en las décadas siguientes fue traducida a múltiples idiomas y representada en diferentes latitudes del orbe e incluso llevada al cine y la ópera. En Cuba se recuerdan las escenificaciones de Argos Teatro, bajo la dirección artística de Carlos Celdrán y la estelar actuación del recientemente fallecido Alexis Díaz de Villegas; así como la llevada a las tablas, paralelamente con Icarón, por Teatro Buendía, dirigida por Sandra Lorenzo.
En la redacción de esta obra, Strindberg alude a determinados pasajes autobiográficos, afirmación que pudiera sustentarse en determinadas circunstancias que marcaron la niñez y la adolescencia del dramaturgo, cuya progenitora, antes de casarse había trabajado como criada, en tanto era amante, de su padre. Los nexos afectivos de sus ascendentes se caracterizaron por una relación de amo-criada. De ahí que buena parte de su creación, aluda a la hipocresía y la falsa moral burguesa, lo cual le ganó desprecio por parte de los críticos y los movimientos feministas de la época.
Igualmente portadora de disimiles juicios en torno a los nexos entre padre e hija, la soledad, la inseguridad, el miedo y la debilidad “de la carne”, en la escenificación de La señorita Julia se evidencian las controversiales psicologías dibujadas por el autor en sus personajes principales, donde igualmente anidan la vanidad, la ambición y el sentimiento de culpa, tal puede observarse en este diálogo entre Julia y Juan:
JULIA: (…) La vida, las personas, todo... es como esa nieve sucia que flota en el agua, que arrastran los ríos hasta que se hunde, se hunde... Me acuerdo ahora de un sueño que tengo de vez en cuando. Estoy sentada en lo alto de una columna a la que he trepado y no veo posibilidad alguna de bajar. Cuando miro abajo siento vértigo... Tengo que bajar, pero no me atrevo a saltar. No puedo seguir sujetándome allí arriba y deseo vehementemente caer, pero no caigo. Y, sin embargo, sé que no tendré paz ni descanso hasta que no
llegue abajo, hasta que no me vea en el suelo. Y una vez en el suelo deseo hundirme en la tierra... ¿Ha tenido usted alguna vez una sensación parecida?
JUAN: ¡No! Yo suelo soñar que estoy tumbado bajo un árbol muy alto en un bosque oscuro. Quiero subir, subir hasta la copa para contemplar desde allí el hermoso paisaje donde brilla el sol y para saquear el nido que hay allí arriba donde están los huevos de
oro. Y yo trepo sin descanso, pero el tronco es muy grueso y escurridizo... y la primera rama está tan alta. Pero yo sé que me bastaría con alcanzar esa primera rama para subir luego hasta la copa como por una escalera. Todavía no la he alcanzado, pero la alcanzaré..., ¡aunque sólo sea en sueños!
En la interpretación de Julia, Lucrecia Estévez mantiene con bastante acierto la psicología de este personaje, en el que a veces se observan pálidos matices que reclaman más energía expresiva, sobre todo al reflexionar sobre las circunstancias en que ha quedado su posición social, al haberse entregado a un criado, aunque al final, cuando asciende la escalera hacia el suicidio, se muestra dramáticamente convincente.
El joven Rubén, por su parte, aporta frescura al personaje de Juan, otorgándole a su figura ligeros toques de sarcasmo, fundamentalmente trascendidos en el cruce de sus parlamentos con su paciente novia Cristina y Julia; aunque pudiera señalarle algunos abruptos e innecesarios saltos (o brincos), que poco aportan en beneficio de su papel y originan escandalosas poses que se hacen más recurrentes en los primeros momentos de la puesta.
La experimentada, talentosa y siempre categórica Mirita Muñoz, también directora general de Teatro Icarón, transcurre en su rol de Cristina con total desenfado. Serena, y a la vez enérgica en sus discursos, pienso que sobre esta gran actriz recae el mayor éxito de la representación, la cual pudo ser disfrutada en la capital durante una breve temporada en la sala Tito Junco, en los días finales del mes de junio e inicios de julio.
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