Hace un tiempo escribía sobre la nostalgia informática, pues recordaba sonidos, formatos y hasta olores, que llegaron hasta mi generación y que poco a poco fueron cambiando o, incluso, desapareciendo.
Esta vez, deseo detenerme en algunos artefactos, formas de trabajo y también giros del lenguaje que sencillamente pasaron a la historia, luego de verlos nacer y morir en estas últimas tres décadas y hoy ya no quedan restos, ni siquiera, con fines pedagógicos.
Sin perseguir orden por fechas o importancia comenzaré por un protagonismo que tuvo debut y despedida en ese lapso de tiempo: el disquete.
Al revés de muchas cosas en la naturaleza, a este lo vimos nacer muy grande, en 8 pulgadas, con aquellas primeras NEC-9801 y guardando en sus superficies la hoy irrisoria cantidad de 800 Kb de información. Luego comenzaría su disminución de tamaño a sólo 5 pulgadas con la consecuente mengua en la carga hasta sólo poco más de 300 Kb. Después, él mismo se fortaleció y cambió hasta la densidad mediana, para realizar su canto de cisne al arribar a la high density, con la “gran” capacidad de 1,2 Mb.
Antes de seguir con el auxiliar redondo y plano, vinieron también las incidencias en el lenguaje, pues a los kilos conocidos, se sumaron los megas, para un día pasar a los giga y ya hoy los teras y hasta los zetas, son parte del lenguaje coloquial informático.
Precisamente esa alta densidad en aquellos disquetes, fue la firma de defunción, pues sus sucesores más pequeños, con sólo tres pulgadas y de la mano de Apple, llegaron a ocupar su espacio, ganando la carrera de capacidad y ubicando la varilla en 1,4 Mb. No es ocioso recordar que una de las razones de su tamaño y popularidad, estuvo dada por la condición de caber exactamente en el espacio casi estándar, de un bolsillo de camisa de hombre.
Fue el momento entonces para que llegaran las memorias flash, memorias USB o pendrive, que así han tenido como denominación, cuya disminución en tamaño físico y aumento galopante de capacidad de almacenamiento, acabó con sus circulares predecesores, relegando al olvido y absoluta descontinuación a los lectores de aquellos dispositivos. Sólo el CD, el DVD y el BluRay, traen a veces algún recuerdo de lo que un día fue, pero nada comparable.
Desde tiempos anteriores se conocía la cinta de grabación. Diferentes anchos, incluso de más de una pulgada, para aquellas utilizadas con fines de video. Un día le tocó al casete. Hizo su entrada triunfal de la mano imprescindible de las grabadoras-reproductoras de estos medios. Pasaron por 30, 60, 90 y hasta 120 minutos de capacidad. Pero su real debilidad al tender a trabarse y romperse, influyeron en el bautizo de poca fiabilidad que pronto recibieron. Otro prematuro certificado de defunción signado por el cambio tecnológico. Primero, walkman, después diskman y hoy mp3 fueron el camino. Para muchos, queda la imagen gráfica del casete y el bolígrafo, unidos a la pregunta: ¿las nuevas generaciones conocerán un día la relación entre estos dos artefactos?
Precisamente en la televisión, todavía analógica, pasando después al cine, vimos nacer el video-tape en aquellas cintas de las que ya hablaba. Con ellas un nuevo oficio, operador de video-tape y una nueva opción: el replay instantáneo que tanto disfrutamos para bendecir o criticar al árbitro de cualquier deporte. Pero llegaron los discos duros, las grandes capacidades de almacenamiento y al histórico “corta y pega” de los editores, se sumaron en el lenguaje, las frases de “edición AVI” o “edición no lineal” y ya ahora, no complacidos con las añejas 640 líneas para la formación de la imagen, nos estamos yendo de forma galopante hacia la televisión digital y muchos, sin comprender realmente el tema, hablamos de apagón tecnológico y empezamos a temer por el momento en que alguien decida mover el no tan metafísico interruptor.
Aquel teléfono, donde todavía en los años 60 y 70, se debía utilizar una operadora intermediaria (no es violencia de género, pero la realidad está en que eran mujeres las dedicadas a este trabajo), comenzó a desarrollarse. Dejó la cabina, también las monedas sustituidas por tarjetas. Cambió el tamaño. Sus identificadores de cuatro dígitos se multiplicaron por dos. ¿Alguien recuerda a los beepers y los pagers? ¿Alguno recuerda el cinturón de Batman, en alusión a todo lo que debía colgarse del sostén de los pantalones? Los “tronkis” se baten en completa retirada. Los tamaños fueron a la reducción, también los precios y hoy, en la palma de la mano, tenemos un artefacto con el que se puede establecer comunicación con el otro extremo del mundo y ya en el lenguaje dejó de ser un simple teléfono, para convertirse en móvil y poseer más computación que la necesitada para que Yuri Gagarin le diera la vuelta a la tierra.
Todavía en 1980, cuando los Juegos Olímpicos de Moscú, nos perdimos en Cuba la decisión sobre la reclamación a los árbitros por parte de los entrenadores de Nadia Comanecci. Nuestros narradores nos informaban que se acercaba el cambio satelital (otro aporte al lenguaje que hoy es historia) y durante unos minutos perderíamos la señal. Así mismo fue. Llegaron los satélites geoestacionarios, llegó el GPS y hoy cualquier persona, aunque no sepa a ciencia cierta cuál es la utilidad, pregunta con tono de autosuficiencia: y tu móvil, ¿tiene geolocalización? A continuación, si el móvil y la persona en cuestión se mueven sobre otro móvil de cuatro ruedas, viene la aplastante afirmación: “…es que estas variantes de mapas en OSMAND, te ayudan tanto con el tráfico”. Como si para ir del Vedado a Centro Habana, hubieran surgido más de las tres o cuatro avenidas que, tozudamente, se niegan a dejar de existir en esta época de cambiantes artilugios tecnológicos.
No es posible olvidar otras defunciones. Estas en el campo de la fotografía. La camarita de cajón, los rollitos de fotos de 620 y 120 (¿alguien recuerda o incluso conoce qué es esto?) y el más cercano de 35 milímetros con sólo 8, 12 o 30 fotogramas. El negativo, los quimicales (más aportes al idioma), el laboratorio oscuro y el papel con cuidado de no velar. Algunas reminiscencias quedan, pero un día, por poner un ejemplo, en la prensa cubana, sostenida casi todo el proceso gráfico sobre la desaparecida marca ORWO de la Alemania Oriental, se recibió, hace sólo veinte años, la información de que se agotaron los productos químicos, desapareció el papel fotográfico y que teníamos un par de meses para migrar hacia la versión digital o se dejaría de imprimir el periódico. Esa vez no existían márgenes reales para la discrepancia.
Las grandes y profesionales cámaras analógicas, fueron sustituidas por juguetería, al decir de los fotógrafos de la época y hoy cualquiera puede tirar 100 imágenes para captar la sonrisa de un recién nacido y después borrarlas, porque nunca logró lo buscado. No olvidar que a nivel popular hasta las cámaras van desapareciendo, pues muchos celulares tienen mayores y mejores capacidades que aquellas cámaras. Aquí el selfie (sustituto del autorretrato) ha sido otro aporte al idioma.
Cuando comencé a trabajar, hace casi cincuenta años, llegué a una oficina dedicada a las investigaciones geofísicas para petróleo y me entregaron dos lápices, uno H (grafito duro) y otro HB (grafito medio). Una regla lineal, una goma de borrar, un cartabón. Me explicaron que sólo existía una regla de T por oficina y se compartía entre todos. Conocí el papel alba, el papel milimetrado, el heliográfico para copiar planos (blue-print) y por suerte, traía del instituto tecnológico de donde me acababa de graduar, una regla de cálculo (aún la conservo para impartir mis clases de historia tecnológica) y un librito con las tablas matemáticas. Aprendí a trabajar con lo más avanzado de la tecnología de aquellos tiempos: una maquina Friden de cálculo y, sobre todo, una maquinita manual de cálculo, que hacía las operaciones de multiplicación y división, gracias a un concepto aritmético básico de sumas y restas consecutivas.
A lo mejor, descontando los archivos, no quedan ni aquellos viejos planos. El CAD-CAM y sus variantes posteriores se impusieron y hasta con el más simple móvil telefónico, existen más capacidades operacionales que las imaginadas por nosotros al estrenar un flamante cargo laboral de Calculista Sísmico, allá por 1969. No hace falta llegar a las pirámides. Ahí quedan el edificio FOCSA y el viaducto de La Farola, para recordamos que las maravillas no son sólo parte de la tecnología por mucho que esta ayude.
Se ha dicho repetidamente que la humanidad, después de la segunda mitad del siglo XX, ha vivido más aportes a la ciencia y más cambios tecnológicos que todos los experimentados por los seres humanos desde que un día comenzaron a formarse las primitivas gens, miles y miles de años atrás. Lo aplastantemente cierto es que hoy los canosos, o a los que ya no le quedan ni canas, hemos sido protagonistas (por descubrimiento o por uso) de una amplísima parte de esos cambios, pero incluso para los más jóvenes, estos nacimientos y desapariciones, ya son parte cotidiana de su vivir. La velocidad de desarrollo tecnológico es tan grande, que algunas tecnologías existentes cuando Usted comenzó a leer este artículo, pueden haber pasado a la historia y para el resto, ya existen miles de personas que están trabajando sobre cómo cambiarlas.
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