Todo lo que quiero es cantar hasta que se me agote la vida. Parte I


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¿Dime si te gustan los garbanzos fritos (…) te mando la dirección de mi casa en un mensaje y nos vemos allí en un par de horas? Termino de ensayar y nos vemos; los garbanzos van, no me dejes con la mesa puesta.

La llamada me sorprendió tanto como la invitación. Así respondía el cantante y compositor cubano Alain Daniel a la idea de conversar sobre diversos temas que había surgido en la oficina de José Manuel García-- productor general de BIS MUSIC--; en una de las tertulias que se improvisan mientras recibe a los músicos que forman parte del catálogo de esa casa discográfica. Mi anfitrión demoró exactamente una hora y cincuenta minutos. Me extendió la mano y un delantal. Hay que ganarse la comida. Pensé mientras intentaba elegir  mi papel:  o pinche de cocina o entrevistador.

--Hablamos mientras cocinamos; este es mi plato preferido.

Ablandando el grano

Nací en el año 1977 en la Habana, en un solar que estaba en la esquina de Cuba y Chacón, donde antes se sacaba la licencia de conducción; pero toda mi vida ha transcurrido en la Víbora, en Santos Suarez específicamente; en la casa de los abuelos de mi madre, que fueron también mis abuelos. Ese es mi barrio querido.

Soy hijo único por lo que tuve todo el cariño del mundo; era la mascota de la familia. Aunque por parte de padre tengo varios hermanos.

La gente siempre te habla de las influencias musicales que ha tenido, mi caso la música me llega primero por los discos. Me sabía los temas de Orlando Contreras, Orlando Vallejo, Vicentico Valdés y otros que ya no recuerdo; me volví fanático de Manolo del Valle y cantaba a dúo con mi abuelo los tangos de Gardel; él decía que Argentina era su segunda patria. Y como instrumento de cabecera tuve una flauta de juguete, a la que trataba de sacarle cuanto sonido pudiera, que no recuerdo cuando me la regalaron.

No me separaba de mi abuelo y disfrutaba mucho poner los discos, sobre todo los domingos. Era todo un rito. Primero había que limpiarlos con un paño de gamuza para quitarles el polvo; después ordenarlos de acuerdo al orden de escucha de ese día; y finalmente ponerlos con cuidado para que la aguja no los rayara; esa era la parte más delicada, muchos de esos discos tenían más años que yo. Si nos atenemos a los hechos yo canto casi desde que nací y por tradición debía ser cantante. Por cierto, que a mi abuelo le tocaron dos veces la campana en el programa la Corte Suprema del Arte;  él lo contaba con mucho dolor; aunque a mí me parecía gracioso aquello de la campana.

La otra influencia proviene de mi abuela materna, que aunque no la conocí, dirigió un trío llamado Hermanas Carmen; eran cienfuegueras; grabaron un disco con la RCA Víctor, pero su carrera fundamentalmente fue amenizar en los ferris que hacían la ruta La Habana/Cayo Hueso. Tuve tíos que tocaron el saxofón con Gonzalo Roig; y así hasta llegar a mi primo Miguelito Núñez; el pianista, que desde hace casi treinta años trabaja con Pablo Milanés.

Esa es la historia rápida de mis influencias musicales. Lo cierto es que yo siempre quise cantar, y nada era más importante que eso en mi vida. Tuve suerte y pude ingresar en la escuela de música.

¿Quién me descubrió? Una vecina que le dijo a mi familia que yo podía ser músico y cantante. Y así comenzó mi vida de estudiante de música, que no fue tan idílica como alguna gente puede pensar.

Primero el sufrimiento de las pruebas de aptitud y lo que eso trae a las familias; el susto y el fantasma de la incertidumbre, los padrinazgos y otros “dolores” que rondan durante los exámenes.

Entre a estudiar guitarra, pero al poco tiempo cambié para flauta y termino estudiando Dirección coral; de canto nada. Cuando te digo canto, me refiero al canto popular que era lo que me interesaba, porque el canto lírico si se imparte.

Honestamente, no me veía dirigiendo un coro en Cuba que tiene excelentes directores corales y unos coros que ponen los pelos de puntas.  Ahí Alain Daniel no iba a dar la talla, ser mediocre o hacer el ridículo nunca ha estado en mis planes. Era lo que estudiaba y de lo que parecía que me podía graduar en el Conservatorio Amadeo Roldán; pero la vida tenía otro plan reservado para mí.

No había cumplido los quince años cuando las cosas en mi vida y en el país cambiaron abruptamente. Nadie estaba preparado para lo que nos tocaría vivir en los años noventa. En ese momento comenzaba a interesarme en el mundo de la programación de teclados y la búsqueda de timbres, el asunto MIDI (Musical Instrument Digital Interface); era la antesala de lo que atrapaba a mi generación, sobre todo en el mundo de la música. En mi caso lo hacía de manera autodidacta.

Hacer este trabajo, que a la larga comenzó a rendir frutos, me permitió poder dar mis primeros pasos cantando. Comencé con pequeñas cuñas para la TV, tanto musicales como cantadas. Eran para el programa Contacto.

En 1994 las cosas en mi casa estaban muy difíciles, como en muchas casas. Éramos una familia muy humilde, pasando cosas muy duras; en buen cubano comiéndonos a Nicolás con todos sus resabios. Y no te miento si te digo que yo era la única persona que podía dar un paso o arriesgar en función de que las cosas mejoraran. Era el más joven y por lógica me correspondía proteger a mis mayores. Estaba dispuesto a sacrificar mis estudios.

Es cierto que ganaba algún dinero con esos spots para la TV, pero no alcanzaba para nada; así fueron pasando algunos meses hasta que un día conozco a Guillermo Padrón, El Chino, que representaba a un mexicano que había venido a Cuba a armar un proyecto musical.

Tampoco fue tan sencillo. El hombre me dio su tarjeta mientras yo estaba preparando uno de aquellos spots que le llamó la atención; era normal que cualquier extranjero viniera, dijera que era empresario y le llenara la cabeza de sueños e ilusiones a la gente; no me sorprendió que me pidiera un teléfono donde localizarme y, además, que se interesara por mi trabajo. Pero te repito, ya tenía una colección de tarjetas y de proyectos tirados al olvido.

En este caso fue diferente. Un buen día el hombre me llamó a casa de una vecina- esa buena vecina que tiene teléfono que nos sirve a pesar de nuestra pena por las llamadas a deshora-y me confirma que me prepare para viajar a México; como parte del proyecto MFX de Manuel Flores, a quien se considera uno de los creadores de la tecnocumbia, género que identifico a Selena.

En un principio no le creí, es más me pareció un blof; pero un 17 de diciembre de 1994 salí para México, con unos zapatos prestado, un cuello y corbata en la misma condición; un casete de NG la Banda y muchos sueños. Lo mejor ocurrió en el aeropuerto de Monterrey cuando me preguntó por el equipaje lo único que le pude decir fue: ¿qué equipaje?; me imagino que el hombre se debió asustar y hasta pensó “…que clase de comienzo este…”.

En ese momento comenzó mi carrera profesional como cantante. Poco a poco con el dinero que ganaba ayudé a mi familia y pude definir aún más mis objetivos a futuro. Con solo 17 años me tuve que ocupar de mi familia; era menor de edad si se quiere. Confieso que la experiencia me trazó las directrices. Me vi obligado a renunciar a todo lo que fuera necesario y que me diera placer. Maduré a una velocidad increíble para poder alcanzar mi meta: ser un gran cantante o al menos uno como lo había soñado.

Yo no tenía ni padrinos, ni apellidos ilustres y para nada tengo alma de adulador; por lo que estaba obligado a superarme constantemente, estudiar todo lo que pudiera. No tenía derecho a cansarme. Con esos objetivos bien claros, regrese a Cuba casi un año después.

Continua...


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