En 1937, cuando la República española resistía el asalto de las tropas de Franco, apoyadas decisivamente por Hitler y Mussolini, y frente al silencio cómplice de la mayor parte de los gobiernos europeos, se alzó en Valencia el clamor de los mejores intelectuales del momento. Desde allí, Juan Marinello sentenció: “no es posible combatir el fascismo sin atacar a su hermano gemelo, el imperialismo”.
Hoy los Estados Unidos tienen muchos frentes abiertos en el mundo. Atizan conflictos en Europa, en el medio, en el lejano Oriente –para hablar solo de los más conocidos ahora mismo–, e, incluso, al interior del país, se avivan pugnas que están poniendo en riesgo su propia versión de la democracia. Nada de eso les impide olvidarse de nuestra región, a la que siguen considerando su patio trasero.
Herederos de una historia de doscientos años asentada en formulaciones como el “imperio para la libertad” proclamada por Jefferson, con su inevitable corolario en la Doctrina Monroe y la política del Destino Manifiesto; en consonancia con las decenas de intervenciones directas o indirectas, cuartelazos, golpes de Estado judiciales, bloqueos y presiones de todo tipo en la América Latina y el Caribe desde mediados del siglo XIX hasta hoy, los Estados Unidos mantienen intacta su vocación imperial sobre los territorios al sur del Río Bravo y la renuevan una y otra vez.
Una constante en estos dos siglos de injerencia es la obsesión por destruir cualquier proyecto soberano o medianamente progresista en la región, para no hablar ya, por supuesto, de la guerra desembozada e implacable contra aquellos que defienden alternativas revolucionarias. En un momento en que el mundo y nuestro propio Continente asisten al avance de la extrema derecha, los ataques se multiplican y se hacen más evidentes. Entre tanto, una nueva dama de hierro, la generala Richardson, Jefa del pavoroso Comando Sur, recorre parte de nuestra geografía –recientemente Chile, como antes Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Uruguay–, para que todos recuerden quiénes tienen el mando.
Pero hay pueblos que no obedecen ni aceptan imperios, doctrinas ni destinos manifiestos. Por ese motivo, contra Venezuela se alza hoy la más rabiosa cruzada desestabilizadora, que incluye desde la violencia fascista, las conspiraciones armadas como la que se denunció hace apenas unos días, la injerencia desfachatada de gobiernos extranjeros, hasta la incesante campaña de desprestigio a través de medios hegemónicos, plataformas digitales y redes sociales.
Todo ello sin descontar las sanciones económicas: el arma que Lester D. Mallory, un oscuro vicesecretario de Estado Asistente para los Asuntos Interamericanos recomendaba, en el caso cubano, en 1960, con el fin de “provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”. La misma arma que diez años después, apenas electo Salvador Allende, el presidente Nixon, también conocido entre sus compatriotas como Dirty Dick, encomendaría usar a su secretario de Estado: “hay que hacer chirriar la economía chilena”. Similar también a la usada una década más tarde contra la Revolución Sandinista, y tan usual hoy en buena parte del mundo.
Siendo la más escandalosa y abierta, la embestida contra Venezuela –como contra Cuba, pronta a cumplir 65 años– no es única. Sobre Honduras se cierne de nuevo el fantasma de un golpe de Estado, cuando el anterior todavía está fresco en la memoria de su ciudadanía. Por su parte, el presidente Gustavo Petro ha advertido que se “inició un golpe de estado a la colombiana”. Y en México, el gobierno de López Obrador decidió poner en pausa las relaciones con los Estados Unidos ante la interferencia de sus funcionarios en decisiones que competen exclusivamente a mexicanos y mexicanas.
La unidad de los revolucionarios fue uno de los reclamos principales del Congreso Mundial contra el Fascismo que se celebró en Caracas los días 10 y 11 de septiembre. Hoy vemos con dolor y angustia que en la hermana Bolivia crece una división suicida que solo puede beneficiar a las fuerzas fascistas y al Imperio. Las mismas fuerzas –esos siniestros gemelos– que el Congreso convocó a enfrentar, como uno de los mayores peligros que hoy padece la humanidad, con la creación de una Internacional Antifascista.
Desde la Casa de las Américas ratificamos todo nuestro apoyo a la naciente Internacional Antifascista y a su decisión de hacer de Nuestra América y del mundo un espacio donde prime, por sobre todo lo demás, el derecho a la vida y a la dignidad humana.
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