De Cuba, Take 6 se queda con el mojito, la comida y el talento escondido en los pequeños clubes nocturnos. Ellos, que creen fervientemente en la capacidad salvadora del amor, pisan suelo cubano por primera vez y ya sienten que este país también forma parte de la familia de Dios. Ellos, que han venido para estar cerca del pueblo sui géneris, de la isla de la sonrisa eterna, creen que Cuba y Estados Unidos están demasiado cerca como para permanecer tan lejos.
Lejos de todo, menos de ellos. Porque Take 6 es de esas agrupaciones de espectáculos inolvidables, que comparten el aderezo del asombro, las manos adoloridas y la garganta rota. Alguien que no los pudo ver en Brasil, me cuenta que el precio para ver a este grupo vocal es de al menos 200 dólares. Aquí hemos pagado no más de dos, pero a juzgar por la calidez y el bullicio, un valor 100 veces mayor tal vez no nos hubiera parecido descabellado.
Cinco de ellos llegaron a La Habana el pasado 23 de septiembre. Arribaron con el entusiasmo del niño que visita el mar por primera vez. En realidad sí era la primera, al menos en las playas de Cuba. La curiosidad por la tierra prohibida durante décadas, los llevó además a escurrirse por jazzclubs y pequeños negocios, haciendo justicia a la fama de “indagadores sociales”, la misma que les impone incorporar a su música elementos de los lugares por donde pasan. Pero para esto, debieron burlar a ratos la seguridad. Por ahí escuché que unos cinco millones aseguraban la integridad de estos transgresores, mientras ellos dejaban las preocupaciones para otros: tan olvidados del contrato, haciéndose parte de un pueblo que guarda más esperanzas que violencia.
Apenas cuatro días después de su llegada, el Teatro Karl Marx había vendido todas las capacidades. Un tsunami de personas permanecía ante las puertas de cristal, atrancadas con programas y brochures: todos del Festival Las Voces Humanas, principal culpable de esta invitación a celebrar en tierra cubana los 25 años del grupo vocal más premiado en la historia de la música.
A pesar de las dos horas de retraso, pocos, muy pocos, cedieron al impulso de regresarse a casa. Los asientos que permanecieron vacíos después de dar paso a los salones, se debieron más a políticas institucionales que a falta de entusiasmo o personas para llenar dos teatros más.
Y aunque Khris (Khristian Dentley), el más reciente miembro del sexteto, fanático de Michael Jackson y causante involuntario del retraso, aterrizó a pocos minutos de empezar la función. Aunque debido a la presurosa llegada no tenía certeza siquiera de qué pantalones usaría para salir al escenario; para nosotros fue imperceptible el sobresalto. Esta es una familia que necesita una mínima lista de cosas para un espectáculo perfecto: 15 minutos de ensayo general y el imperativo de viajar con su propio equipo de sonido (con sonidista incluido).
Ahí los vimos orgullosos del sacrilegio divino de jazzear –sin micrófonos- el Alleluia de Randall Thompson (1940) e incorporar canciones del amigo Ray Charles, de Michael Jackson y Mervyn Warren, pero también de otros más nuevos como Pharrell Williams y Brunos Mars. Estas con micrófono, algunas (unas pocas) acompañadas de teclado y guitarra.
“¿Cómo está Cuba? ¿Están felices?”, preguntaron. “Esperamos 50 años para decir esto: somos sus vecinos, sus hermanos y solo queremos amor entre Cuba y Estados Unidos”. Dijeron venir a divertirse, a conocernos. Preguntaron si queríamos tener a Stevie Wonder con nosotros, si queríamos tenerlos a ellos a partir de ahora cada año en el país… En el público hubo coros extendidos de “Yeah!”; “God bless you” y “We love you”. Un intercambio bilingüe que ellos complementaron con “We are felices, muy felices, to be here”.
Luego de estos 25 años, Take 6 ya no es la banda de muchachos nacida en el campus del Oakwood College (Huntsville, Alabama) en 1980, bajo el nombre de The Gentleman’s Estate Quartet y la tutela de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Quince álbumes más tarde, diez premios Grammy, diez Dove Awards, un Soul Train Award, siete Downbeat Awards y otra serie de nominaciones musicales y humanitarias, el grupo creado por Claude McKnigt, se precia de haber tenido reconocimiento y apoyo de estrellas como Brian Wilson, Ella Fitzgerald o Whitney Houston.
En un repertorio que incluye góspel, jazz, R&B y pop, los “gatos vocales más malos del planeta”, como los denominara Quincy Jones, dicen no perder las ganas de innovar, de hacerle maromas a la armonía, de jugar con los ritmos.
Nos han provocado con la idea de convertirse en “cubanos honoríficos”. Han asumido de manera entusiasta y voluntaria la función de embajadores de la cultura estadounidense en Cuba. Nos han hecho esperar dos horas y luego nos han hipnotizado para levantarnos de los asientos a pesar de los tacones y camisas recién planchadas.
Nos han narrado una historia –su historia- con música.
Nos han sorprendido con notas y arreglos sobrehumanos. Nos han hecho parte de una espiritualidad tan profunda, que por un rato olvidamos el laicismo y nos entregamos a la fe. Porque para ellos solo la fe, la amistad, el respeto y el amor por la música consiguen lo que Take 6 tiene. Como si el talento, el carisma y la espontaneidad no importaran nada, como si fuese poca cosa descubrirle a otros un nuevo mundo a través de la melodía.
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