Tony Ávila en el teatro Sauto


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“Cantar no cambia el mundo, pero lo mejora” profetizó el trovador Tony Ávila cuando se propuso experimentar en el Teatro Sauto, Monumento Nacional,  dos conciertos diferentes: el sabatino dedicado a las canciones y el domingo a la guaracha, para así ofrecer ante un público ávido y conocedor de su obra, lo más popular de su repertorio, con dos sorpresas incluidas.

Junto a su grupo de  excelentes jóvenes músicos, el primero fue con piezas trovadorescas de un matiz personal, muchas del CD Atrapasueños e incorporó en el  espectáculo al artista visual Adrián Gómez Sancho, quien fue pintando un mural gigante de cinco metros.

Al respecto, el pintor cardenense expresó:

“Quisimos de alguna manera dibujar los temas que Tony iba cantando con algunos de mis personajes referentes y fue una simbiosis acertada no solo desde la obra en sí,  sino  a través del público, que se percató lo que estábamos creando.

“Este trabajo, por encima de la amistad que nos une, lo hemos realizado en el teatro de Cárdenas, más pequeño, pero igualmente hermoso y en la ilustración de su último disco, pues nos acerca nuestro amor  por el arte, por lo cual la música fluye en formas pictóricas. El último disco que también le diseño, permite apreciar mucho más el colorido que parte de la genial música de Tony.”

El domingo, Ávila incursionó en lo más gustado de su muestrario sonero, al abarcar más de 10 obras de corte social hasta otras picarescas, para desembocar en el momento espectacular con Los Muñequitos de Matanzas, en homenaje al aniversario 70 de su fundación y juntos interpretar Cascarilla, un número que critica desafueros de la sociedad actual, un tema de amor titulado Sexo cumbre, que devino toque rumbero a la máxima potencia, para cerrar con el popular Tiene que haber de to y sí lo hubo. .

Cantaron y bailaron  en el escenario, en la platea y los balcones, porque quién se puede contener frente a la avalancha de la rumba y  ante la sabrosa cadencia y profundidad conceptual de las composiciones de Tony Ávila.

Al final, rodeado de amigos, entre ellos el director de la agrupación yumurina Diosdado Ramos, el trovador concedió su apreciación del concierto:

“Ha sido una experiencia grandísima, algo supremo y no por usar palabras vacías que adornen lo que quiero expresar. Cuba y el mundo saben lo que son Los Muñequitos de Matanzas. Quien se da el lujo soy yo, de poderlos tener a mi lado en este concierto. La espontaneidad, la inmediatez con que respondieron y la confianza que manifestaron al hacer esto juntos, lo que se ensayó y lo que fue improvisado.

“Y  la rumba es eso, la música es eso, es ese campo de acción, medio minado, que uno no sabe qué puede pasar, pues ocurren cosas que sorprenden, quedan y son insuperables muchas veces, con el respaldo entusiasta del público, con su presión y complicidad  .

“Y esa conexión contagiosa que se presentó durante estos dos días de concierto, permitió que surgiera esa emoción que se creó con mis canciones y guarachas,  y con la integración a la rumba, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, junto a los portentosos Muñequitos de Matanzas.

Al profundizar sobre si se cumplieron sus expectativas, apuntó:

“Desde que Kalec Acosta Hurtado, director del teatro Sauto, me invitó y me propuso proyectar dos espectáculos, pensé en hacerlos idénticos, pero aposté por algo distinto y gustó mucho. Esto permitía que vinieran diversos espectadores y se logró la idea. Agradecido al teatro que me respondió sin límites y en pleno se volcó a estos conciertos.

“Fue un experimento, lo digo, para saber qué era lo más posicionado de mi obra, pero para agrado  mío y del grupo, la respuesta fue satisfactoria. Aunque las guarachas, por sus características y contenidos, están más entronizadas y las piden en cualquier momento, me asombré que este domingo solicitaran también composiciones románticas. Fue un gustazo.”

Los conciertos de Tony Ávila y su grupo constituyeron un llamado al amor “que humanamente nos salva”, como expresara el aplaudido y laureado trovador cardenense, emocionado por la cálida acogida del público matancero que colmó durante dos días el coliseo yumurino.

 

 


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