Con notable éxito de público, recientemente fue clausurada la exposición Regreso a las cariátides, que durante el verano fue instalada en el Centro Hispanoamericano de Cultura, en ocasión de los 20 años de esa prestigiosa sala promotora de las artes visuales; muestra que reúne obras de igual número de artistas que han tenido vínculos artísticos con este espacio.
Organizada con la colaboración de Galerías Collage Habana, sobre este proyecto expresa en las palabras del catálogo el crítico Abram Bravo, también a cargo de la curaduría y la museografía junto con Lesbia Méndez: “Los veinte artistas reunidos en Regreso a las cariátides —agregó— mantienen una relación especial con el espacio. De una u otra manera este sirvió para dar forma a ideas determinadas que se desdoblaron en exposiciones personales; exposiciones que marcaron un momento significativo en la carrera de cada uno. Ahora vuelven en su aniversario veinte, dando fe por separado de la importancia escondida de un inmueble. Reacomodan un cuerpo visual en esencia divergente, armando un homenaje que decide hablar en imágenes”.
La exposición está integrada por relevantes figuras de las artes visuales contemporáneas en Cuba, como Alfredo Sosabravo, Premio Nacional de Artes Plásticas 1997, Agustín Bejarano, Juan Moreira, Moisés Finalé y Nelson Villalobos, figuras que sostienen el peso artístico de este proyecto en el que igualmente participan Agustín Hernández, Alfredo Coello (Medialuna), Alejandro Jurado, Arián Irsula, Claudio Sotolongo, Enrique Ángel Cabrera, Gabriela Paz, Gabriela Reyna, Glauber Ballesteros, Greta Reyna, Harold Ramírez, Jorge Mata, René Rodríguez, Rolo Fernández y Víctor Maden.
El Corazón de Jesús, una obra representativa de las fibras populares
En general, Regreso a las cariátides, fue una buena propuesta para disfrutar durante el período estival, con trabajos de los maestros Alfredo Sosabravo, Agustín Bejarano, Moisés Finalé, Juan Moreira y Nelson Villalobos, grandes figuras de la plástica cubana; en tanto asimismo sobresalieron significativas propuestas iconográficas del resto de los artífices.
Sin embargo, entre las propuestas iconográficas que más llamaron la atención del numeroso público que visitó este proyecto, se encuentra la pieza de Bejarano titulada El Corazón de Jesús (acrílico sobre lienzo, 153x200 cm, 2022), cuadro al que dedicaré un aparte por su extraordinaria connotación en la memoria y el imaginario popular. Se trata de una obra recreada en uno de los íconos más trascendentes de la cultura doméstica insular (y también latinoamericana) del siglo XX.
El reconocido artífice cita, con la impecable calidad de su dibujo, una de las versiones impresas más comercializadas en Cuba durante la primera mitad del pasado siglo y la década posterior a 1960, de la célebre imagen del Sagrado Corazón de Jesús, pintada en 1760 por el pintor italiano Pompeo Girolamo Batoni (Lucca, 25 de enero de 1708-Roma, 4 de febrero de 1787) y que fue colocada en una capilla de la iglesia del Gesú en Roma. Otra serie de grandes pinturas del Sagrado Corazón de Jesús realizadas por Batoni fue encargada en la década de 1780 por la reina portuguesa para la Basílica de igual nombre en Lisboa.
Se afirma que Batoni se sintió motivado a pintar este cuadro por la supuesta aparición de Jesús a Santa Margarita María. Se dice que la aparición ocurrió cuando esta oró a Jesús ante el Santísimo Sacramento durante la fiesta de San Juan Evangelista en 1673.
Desde que comenzó a incursionar en el arte, ejercicio que se remonta a su infancia, la pintura —como el grabado y la escultura— de Agustín Bejarano ha tenido una concepción muy humanista, cuyas tesis echan anclas en sus orígenes y en la cultura universal a través de una simbología con representaciones diversas que derivan, por lo general, en obras que lo sitúan como un cronista de su tiempo, y también del espacio vivido por sus antepasados, para crear mundos paralelos estructurados con la magia de sus dibujos subordinados a una técnica que despierta la conciencia de los demás.
En El Corazón de Jesús, como en toda su obra precedente, de la que constituye insignia la serie Los Ritos del Silencio, el artista establece un diálogo que insta al espectador a sentir un retorno, una mirada reflexiva y crítica hacia el pasado. La obra promueve frases de admiración y criterios diversos sobre una imagen promovida por la iglesia católica en tiempos en que los practicantes de esa fe constituían alrededor del 70% de la población cubana, en su mayoría pobre.
La pieza inspirada en el original de Batoni fue impresa en diferentes formatos y técnicas, amén de haber sido reproducida en lienzo por artistas que luego las vendían a la burguesía local.
El cuadro de Bejarano está ubicado en un entorno doméstico humilde, sencillo, donde se encuentra un hombre pensativo, cabizbajo, extraído de entre lo más representativo de nuestra gente “de a pie”, inmerso en las contingencias existencialistas que nos agobian en estos difíciles tiempos en los que hay un retorno a la fe con la esperanza de una época mejor. Simbólicamente en la escena aparece una puerta ataviada con la clásica cortina de los hogares cubanos, pero está clausurada, cerrada, expresión visual que puntualiza el pensamiento tal vez desesperanzado y ya cansado del hombre que nos recuerda al pequeño y valiente personaje de Los Ritos del Silencio ahora sentado en un antiguo sillón (balance).
“Ese es el cuadro que más nos gustó, porque nos recuerda nuestra infancia, a nuestros abuelos. Esa imagen de El Corazón de Jesús se conserva en miles de hogares cubanos de todo el país, y es adorada y bendecida por familias de todos los estratos sociales”; dijo Nechma Suárez, enfermera y creadora del proyecto socio-cultural Luz y Vida, quien vino acompañada de varias personas que igualmente opinaron lo mismo. Actualmente se estima que alrededor del 40 por ciento de la población cubana practica el catolicismo.
“Es una obra que rápidamente se conecta con la conciencia del espectador, porque evoca recuerdos muy íntimos y a la vez impresiona por la calidad y exactitud del dibujo en la reproducción del Sagrado Corazón de Jesús”, afirmó Juan Carlos Torriente, estudiante de sicología en la Universidad de La Habana.
“Me gustaron mucho los cuadros de Sosabravo, Finalé, Juan Moreira y otros artistas cuyos trabajos se integran a la exposición; pero no hay dudas de que el que más sensibiliza al público es el de Bejarano, una pieza en la memoria del espectador”, expresó Luisa Rivero, trabajadora por cuenta propia y poetisa.
Esta emblemática obra posee el distintivo sello de la originalidad impuesto por Bejarano desde que comenzó a incursionar en el arte. Él recrea códigos inherentes al hombre contemporáneo mediante testimonios y huellas que asimismo tienen que ver con los temas religiosos, tanto cristianos y católicos como de la herencia africana, amén de sus reflexiones en torno a la vida íntima del hogar cubano, con sus reminiscencias del pasado, en un cosmos conformado por ilusiones, desengaños, amores y adversidades, pero no referenciados como si se tratara de un cronista o un historiador, sino como lo que realmente es, un gran pintor.
Fotos: Cortesía del artista
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