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¡Tronco de cubana!


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Cubanos estamos de luto por su pérdida

Supe de su estado crítico al mediodía del lunes 27 a través de una amiga. Pensé que era un invento, como los que se construyeron sobre su persona y que ella misma se encargó de desmentir. Hasta puede  ser “una bola”, pensé,  esas que los cubanos hacemos de cualquier cosa.

Pero era cierto: había muerto Alina y los recuerdos—pequeñitos y casi insignificantes— se agolpan, llueven.  Otros podrán escribir sus crónicas, sus comentarios y todas las loas que una mujer como ella merece. Yo, en cambio, prefiero recordar aquella mañana en su casa del Vedado, cuando me recibió para conversar de su carrera. Hugo, su hijo, ensayaba en el cuarto no sé qué obra, mientras Alina y yo dialogábamos sobre el teatro, la televisión, el cine, la vida.

Acepté su café y no el cigarro… por pena. Aquella conversación quedó registrada. Como también  el consejo de no separarme nunca de mi hijo, como el “nos vemos pronto” o los repetidos saludos en el último Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

En Alina no existía la “pose” trágica de la artista famosa o la mirada orgullosa de la estrella que ve sobre el hombro. Y no es que la muerte sea el perdón de los pecados, pero Alina Rodríguez no era mujer de similares tonterías. Era una cubana—de inigualable pelo negro— seria, cuando el momento lo exigía y risueña—¡que risa!— cuando era necesario.

De su voz supe todo el trabajo que le costó llegar al mundo del arte, los obstáculos para criar a su hijo y por ella misma conocí su oposición a esos criterios exaltados sobre su carrera.

Sus vecinos del Vedado también lloran a Alina, no sólo porque tuvieron cerquita a una Justa (así tuve que preguntar por ella, pocos la conocían como Alina) a una María Antonia o a una Carmela, sino porque era la mujer amante de su jardín que no se escondía—como otras falsas estrellas— para comprar en el agro y refunfuñar por lo caro que estaban las verduras.

Por eso y otras cosas—talento, claro está— Alina Rodríguez supo llegar a la pantalla y ser querida por los cubanos. Ver una serie o una película era suficiente, mejor dicho, un gancho, para esperar por aquel producto, aunque algunos proyectos (específicamente un humorístico) nunca le gustó.

Pierde la cultura cubana a una Maestra y todos saben, al leer estar estas líneas, que no es una exageración. Sí, Alina Rodríguez fue “tronco” de actriz y… ¡tronco de cubana!


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