El año 2016 ya se inició, hace algunas semanas. Comenzó bien la tercera, con la inauguración el lunes 18 de enero de la 57º edición del Premio Casa de las Américas. Tuve la honda satisfacción de estar presenciando ?como invitada? un ritual mágico, esencialmente humano, que llevó a cabo su conjuro iniciático a través de las hermosas palabras leídas por el escritor y periodista colombiano Santiago Gamboa.
La Sala Che Guevara estuvo colmada de invitados: escritores, periodistas, profesionales de diversas manifestaciones de la cultura, diplomáticos, fotógrafos, camarógrafos… En general, un público dispuesto a escuchar, con grandes expectativas, la presentación y constitución de los jurados (cuento, teatro, ensayo de tema crítico-literario, literatura brasileña, literatura caribeña en francés o creol, y el del concurso Premio de Estudios sobre las Culturas Originarias de América), además, del discurso inaugural. Todo duró no más de hora y media.
Debo recordar que la Sala donde ocurre esta emotiva actividad de recibimiento e inauguración del premio internacional Casa, está en el último piso del edificio situado en Tercera y G; es un espacio amplio, bien iluminado, austero en su decoración, y cuyo foco visual principal es un gran Árbol de la Vida latinoamericano, situado al centro y fondo del pequeño escenario.
La presidencia del acto se sienta frente al público que asiste a la ceremonia; mientras que, por los dos flancos se sientan, detrás de las hileras de mesas así dispuestas en C escuadrada, los jurados de los distintos géneros que abarca el concurso.
Este año los jurados reunieron a veintidós especialistas de diversas nacionalidades, de profesiones vinculadas de algún modo con la literatura, el teatro, la traducción o la investigación literaria. Diez de sus integrantes son mujeres, en orden alfabético: Mayerín Bello (cubana), Aura Marina Boadas (venezolana), Josefina Castro Alegret (cubana), Viviana Gelado (argentina), Sandra Lorenzano (argentina-mexicana), Fátima Patterson (cubana), Mariana Percovich (uruguaya), Ana Quiroga (argentina), Consuelo Rodríguez Muñoz (mexicana) y Claudia Zapata Silva (chilena).
Los doce miembros masculinos de los jurados, igualmente proceden de distintas partes de Nuestra América. Se nombran: Idelver Avelar (brasileño), André Carreira (brasileño), Santiago Gamboa (colombiano), Pedro Juan Gutiérrez (cubano), Natalio Hernández (náhuatl, mexicano) Javier Lajo (arequipeño), Eduardo Lalo (puertorriqueño), Julio Ramos (puertorriqueño), Luis A. Ramos-García (peruano), Alejandro Román Bahena (mexicano), Ramiro Sanchiz (uruguayo) y Gary Víctor (haitiano).
La mayor parte de los que conforman los jurados han nacido después de 1960 y solamente ocho exhiben fechas de nacimiento anteriores. Otro dato interesante que se observa en la presentación, folleto impreso o tabloide, son los géneros literarios y áreas temáticas que abordan en sus obras.
Ensayistas y críticos como Mayerín Bello y Julio Ramos; estudios sobre literatura brasileña (brasileñidades) realizan Consuelo Rodríguez Muñoz, Idelver Avelar y Viviana Gelado; caribeñistas son Josefina Castro Alegret, Aura Marina Boadas y Gary Víctor; los promotores del estudio del pensamiento indígena, que se nutre de la rica tradición de los pueblos originarios americanos, están representados por Natalio Hernández, Javier Lajo y Claudia Silva (trabaja sobre “intelectuales indígenas”).
Una vez concluida la presentación de los jurados, ya constituidos formalmente, Jorge Fornet, vicepresidente de Casa de las Américas, ofrece el turno de la palabra a Santiago Gamboa, “quien en 2005 integró el jurado de novela del Premio” según aparece en el tabloide, antes mentado, y en esta ocasión aparece en el de Cuento.
El discurso de Gamboa tiene el título de “Hotel Splendide”, y se inspira en el oficio del escritor y el sentido social de la obra. Resulta un análisis espléndido, como la denominación del hotel, imaginado solamente para escritores.
Escribir puede ser, simplemente, llegar al Hotel Splendide y alojarse en una habitación con vista a la ciudad. Quedarse ahí hasta que algo se manifieste, sentarse a esperar incluso el fin del mundo o, por qué no, el fin de la poesía o el fin del amor entre todos los seres que pueblan este frío planeta. Porque el Hotel Splendide, como escribió Rimbaud, es el hotel de los poetas delirantes y fue construido en medio del caos de los hielos y la noche polar. (1)
Reflexiones profundas caracterizan la primera parte del texto leído:
Quienes escribimos, sabemos que escribir es la mejor manera de pensar. Lo que se escribe es siempre real y por supuesto verdadero ya que adquiere una forma y, en ocasiones, un soplo vital, a diferencia de lo “no escrito”, que es el extenso e infinito universo de lo no pensado, de lo que no existe aún ni tiene espacio en mente alguna.
[…] En el Hotel Splendide, cada escritor inventa de nuevo la escritura. Cada escritor es, de algún modo, el primer escritor, pues la materia sobre la cual trabaja no es en principio literaria, y por eso debe partir de cero. Ni la realidad ni el lenguaje, en su origen, son literarios. Lo que es literario es el modo en que él los percibe, los piensa y, finalmente, los procesa para transformarlos en la obra.
También, en la segunda parte del discurso leído, relata una pequeña historia personal que cala justamente el sentido de la obra literaria y la función social del escritor:
Por eso la historia que me dispongo a contar es algo triste y, la verdad, ya ni siquiera sé por qué voy a contarla ahora y no, por decir algo, dentro de un mes o, dentro de un año, o nunca. Supongo que lo hago por nostalgia de mi amigo el poeta portugués Ivo Machado, que es uno de los dos protagonistas, o tal vez porque acabo de comprar una pequeña avioneta de metal que ahora tengo en mi escritorio. Disculpen el tono personal. Terminaré esta conferencia con una historia excesivamente personal.
La historia refiere un día especial de trabajo en la vida del poeta, que trabaja como controlador aéreo, y le ordenan comunicarse con un piloto inglés “que lleva un bombardero británico de la Segunda Guerra Mundial hacia Florida, para entregarlo a un coleccionista de aviones que lo compró en una subasta en Londres”; el controlador recita de memoria versos ajenos y suyos para animarlo.
Pero, ambos saben que el avión caerá irremediablemente en el mar antes de llegar a su destino, porque en el trayecto se perdió combustible a causa de volar en zigzag para evitar una tormenta; finalmente cae. Los socorristas canadienses que lo esperaban en el mar no logran salvar al piloto.
Al chocar contra el agua una parte de la cabina se desprendió y lo golpeó en la nuca. “Ese hombre murió tranquilo”, me dice hoy Ivo, “y es por eso que sigo escribiendo poesía”, cuenta Ivo a Gamboa.
El controlador aéreo-poeta escucha emocionado la grabación que fue hecha (en la caja negra) y recuperada por quienes investigan el accidente. Ivo recibe felicitaciones por el compasivo acompañamiento al piloto durante el último tramo de su viaje y vida. De todo ello Santiago Gamboa extrae una conclusión importante que generaliza a toda la labor del escritor:
“Aún sueño con su voz”, me dice Ivo, y yo lo comprendo, y cada vez que evoco su extraño incidente pienso que siempre se debería escribir de ese modo: como si todas nuestras palabras fueran para un piloto que lucha solo, en medio de la noche, contra una violenta tempestad.
NOTAS:
(1) Todas las citas del discurso fueron tomadas de: “Palabras del escritor colombiano Santiago Gamboa, jurado de cuento, en el acto inaugural de la edición 57 del Premio Literario Casa de las Américas”. Comunicación e Imagen Casa de las Américas prensa@casa.cult.cu. Enviado: lunes 18/01/2016 12:03m.
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